7 abril 2020 –
Foto: Pixabay.
Tomado de: Público (España) –
El otro día, me llegó un tuit de un futbolista que decía: “Por todos los que estáis ayudando a acabar con esto”. Pensé en toda la gente cercana implicada en ello, y en todas esas profesiones imprescindibles que citaba en un artículo anterior.
El caso es que seguí pensando en la frase del tuit, con una interpelación a mí misma y mi profesión. Obviamente, no salvamos vidas, no somos vitales como los médicos ni las enfermeras ni tampoco transportistas o agricultores para tener nuestra nevera llena. Pero los periodistas, los buenos periodistas, tienen el poder de crear opinión pública, de alentar psicológicamente un clima de intranquilidad, odio o miedo, o de intentar informar con responsabilidad, ética y lejos de la crispación. No sólo por la ciudadanía confinada sino también por los familiares de las personas fallecidas y enfermas.
Si en este país no hubiésemos tolerado informaciones al dictado, de la mentira y contra los derechos humanos, a día de hoy tendríamos tan claro que sus voces no ejercen correctamente que esos “periodistas” irresponsables no tendrían espacio ni en tertulias ni en medios. Cada fallecido es una historia con nombres y apellidos, y algunos y algunas siguen levantándose cada día con la arrogancia que da el sentirse impunes porque nadie les calla, nadie les reprende, y las audiencias los respaldan, aunque manipulen.
Toca reconocer al periodismo que han entendido que esto no va de bandos sino de una crisis nunca jamás vivida, con un impacto desconocido, incomparable con otro momento político o social de la democracia. Y es un desgaste y un desánimo cuando informas bien pero compruebas que los medios que no contrastan, que publican bulos, los que entran en IFEMA sin permiso ni protección, los que les da igual los muertos, los que llevan en portada mentiras, los que ensucian el debate… permanecen y están respaldados. Frente a la desinformación tendremos que hacer mucho periodismo social, menos influencer dando lecciones de ego, mucho de contar historias de la gente, de análisis y no tanto de lanzagranadas de declaraciones, más documentación, rigor, ética y contexto.
Porque no es igual decir en una tertulia que España está falta de material porque el Gobierno es un “inepto”, que informar que hay un mercado especulativo que afecta incluso a Estados Unidos, a punto de quedarse sin máscaras y guantes contra el virus. País acusado por Francia de llevarse sus pedidos de mascarillas de China, una Francia que también “ha provocado cortes de suministro a otros países, como España“. Porque en un mercado donde la producción es mínima pero vital se intenta imponer la ley del más fuerte, y se producen “subastas” en plenas pistas de despegue.
Porque no es igual decir en una tertulia que España es incapaz de comprar material médico y que es inoperante que contextualizar que España dependía de dos grandes distribuidoras ubicadas en Francia y Alemania, y que a primeros de marzo dejaron de vender por orden de sus gobierno para quedarse con toda la producción y “evitar quedarse sin ellos cuando el Covid-19 llegará a sus territorios. Italia, abandonada, alzó la voz contra una decisión contraria al espíritu de la UE”. Como no estaría mal reflexionar hasta qué punto la desindustrialización provoca estas situaciones de dependencia porque está demostrado que el aumento de la terciarización no nos salva de situaciones claves. De paso, recordar las denuncias encabezadas por profesionales sanitarios que ahora son héroes pero que antes eran descalificados en tertulias y considerados una amenaza por señalar los recortes.
Porque no es igual llevar en portada que “el CSIC alertó en enero de la “letalidad” del coronavirus“, como hizo La Razón, que hacer buen periodismo llamando antes al CSIC para contrastar, y que al final sea el propio CSIC el que publique en un tuit que esa información es falsa. Pero da igual, porque su director sigue de tertulia en tertulia, igual que sigue Eduardo Inda con sus titulares apocalípticos. El mismo que ahora es un visionario pero en febrero señalaba que suspender el Mobile por el coronavirus era una “exageración increíble”.
Porque no es igual decir que solo en España hay muchos muertos en comparación con otros países, que explicar el contexto de que cada país cuenta los “muertos a su manera” y que cada uno aplica un criterio diferente, obviando fallecidos, lo que dificulta hacer comparaciones objetivas.
Porque no es igual decir, en tuits escritos por esas portavoces de ultraderecha, que el paro registrado en España se debe al “comunismo”, pero silencian que en Estados Unidos casi 10 millones de americanos han solicitado la prestación por desempleo en 15 días de la crisis del coronavirus. Apelar a situaciones irreales en una epidemia sanitaria es un despropósito absoluto, cuando no hay nada comparable con anteriores crisis en cuanto a impacto.
Porque no es igual titular en los medios y en tertulias que la culpa de todo fue de la manifestación del 8M (pero nada del resto de eventos que sucedieron antes del 8M, compras en centros comerciales o de los millones de viajes en transportes públicos para ir a trabajar) que analizar de dónde procedieron los casos que llegaron a España y concretar que “el virus se expandió en Europa desde Alemania, con sus hombres de negocios, y desde el Reino Unido, con sus turistas ebrios, además desde Suiza, con sus banqueros y maletines. España e Italia tomaron medidas cuando creían saber qué buscar y dónde buscarlo (en China y, en el caso de España, en la propia Italia), pero no pudieron tener en cuenta que los centros del poder económico y financiero europeo, por lógica Berlín, Zurich y Londres, incluso sus propios directivos que viajaban a China, estaban expandiendo el virus al margen de los controles que se habían tomado. (…) Quienes trajeron y extendieron el virus por Europa fueron los centros financieros”, como sostenía el compañero Bernabé en un artículo en Público.
“Por todos los que estáis ayudando a acabar con esto”, decía el tuit que mencionaba al principio. No, no salvamos vidas, pero estos días muchos compañeros y compañeras hacen esfuerzos titánicos y son atacados en redes sociales por informar correctamente, porque saben que ayudan no creando crispación social, ni ira, ni pánico ni para provocar una desestabilización mayor. La pena es que la militancia informativa escasea y hay quienes tragan con todo lo tóxico sin ser conscientes de sus consecuencias.
Decía Ryszard Kapuscinski que “para ser buen periodista hay que ser buena persona”. Si en plena crisis hay maldad para mentir, tergiversar a sabiendas y manipular de forma intencionada, sin respetar ni a los muertos ni a sus familiares, qué harán y publicarán cuando termine el confinamiento. Estemos preparados.