14 Febrero 2020 –
Tomado de: El Espectador.
Hace unos 15 años, cuando era la reportera encargada de hacer las investigaciones para el programa de la mañana de W Radio, el fallecido empresario Fabio Echeverry estaba al aire, en una llamada, respondiendo por unos temas relacionados con Pablo Escobar. Muy alterado por mis preguntas, resolvió callarme diciendo: “A ver, niña, yo hablo con el jinete del caballo, no con el caballo”.
Mi primera tentación fue meterme dentro del micrófono y, como en una escena de ciencia ficción, saltar a donde el caballista estaba y sacarle los ojos. Respiré y pensé (en milésimas de segundo) que provocarme era lo que quería. Continué con mis preguntas, acabó la entrevista y pasé muchos días pensando si había sido una tarada por no ceder a la ira o si fue correcta mi actitud.
La anécdota no me reivindica como buena o mala periodista. En mi ya larga carrera en este oficio, he cometido errores, me he excedido y, también, he entendido que hay circunstancias difícilmente determinadas por blancos o negros. La ira, como sentimiento humano, es inevitable. El reto es qué tanto y en qué escenarios vale dejarla dominar nuestras palabras. Para tranquilizarme, en ese entonces, Daniel Rocha, un buen amigo que murió, me escribió una frase de Cervantes: “Cuando la cólera sale de madre, no tiene la lengua padre, ayo ni freno que la corrija”.
La pelea esta semana entre Vicky Dávila y Hassan Nassar no “mató el periodismo”. Ese fatalismo es destructivo: les da razones equivocadas a los regímenes autoritarios que sí quieren matar la libertad de expresión, anula a los buenos periodistas que trabajan en medios grandes y pequeños, y desestimula a las nuevas generaciones de reporteros. Al periodismo hay que salvarlo del poder nocivo, de la mediocridad, de los clics y de la corrupción.
Lo que sí creo es que el episodio de la colega y el funcionario nos obliga a pensar en el comportamiento individual y colectivo: si yo soy amigo de uno u otro, ¿debo justificar un comportamiento deplorable? ¿Usamos raseros hipócritas dependiendo de si el atacante o atacado es afín a nuestros gustos personales o políticos? ¿Qué pretende un medio como Semana (y antes W Radio) con el nuevo formato de entrevistas? ¿Qué exige un gobierno de quien desde las comunicaciones lo representa? ¿Qué tanto celebran los dueños de los medios y el Gobierno el comportamiento de los periodistas mencionados? Y, por último, ¿qué tanto valor les estamos dando a las palabras bien construidas, a los argumentos y a la decencia?
Si queríamos buen periodismo para entender el abuso con el uso del avión presidencial (no exclusivo de este presidente), podíamos haber leído el trabajo de los colegas de Cuestión Pública. Existen las normas disciplinarias y ejemplos de austeridad que, desde otros países como Suecia, también era importante revisar. Sin embargo, a veces siento que el retroceso hacia la diversión del Imperio Romano con sus circos, hoy mal convertidos en una forma de periodismo, es también producto de unas audiencias que, rabiosas o felices, dependiendo del despellejado, reclaman contenidos vacíos y agresivos. Este es un tema de doble vía.
El periodismo no ha muerto, aunque muerto lo quieran muchos. Como sociedad lo necesitamos, y el oficio, a su vez, necesita a unos ciudadanos con buen criterio que hagan las críticas y los aportes correspondientes.
Ñapa. El llamado que hizo el Círculo de Periodistas de Bogotá debería ser acogido, sin excepción, por todos los estamentos del poder privado y público.