25 Julio 2019.
Resulta una paradoja que el país esté celebrando el bicentenario de su independencia y —pasados 200 años— no disponga de una carretera apropiada y segura que una las dos mitades de su territorio. Mientras el Gobierno le mete discurso a la conmemoración, la comunidad pasa las verdes y las maduras por la republicana incapacidad de las autoridades para garantizar una conectividad fluida entre Bogotá y Villavicencio, la puerta de entrada a la gran despensa agrícola y al mayor potencial turístico de Colombia.
El nuevo cierre anunciado de tres meses de la vía al Llano prolonga su intermitente operación de los últimos años e incrementa el drama que padecen las comunidades y los sectores económicos de la región, sacudidos por millonarias pérdidas y por la consecuente ruptura en la cadena de valor, con los consiguientes efectos laborales, inflacionarios y de abastecimiento, que extienden su impacto a los mercados consumidores del centro del país.
El turismo es uno de los principales damnificados, en momentos en que la industria, apetecida por la novedad de su propuesta ecoturística, comienza a despertar bajo los ritmos del joropo llanero, y se proyecta como apuesta productiva para el desarrollo regional. La crisis ha generado una dramática reducción de turistas, panorama que tiene en aprietos a operadores de viajes, hoteleros y restauranteros, entrados ya en fase de recesión y de pánico económico.
La situación ha comprometido el cierre temporal o definitivo de centenares de establecimientos del sector, entre ellos balnearios y fincas turísticas, y ha provocado una caída drástica en las reservas hoteleras, cercana al 95%. Las pérdidas diarias se acercan a los $1.000 millones, que obviamente tienden a crecer, y la pérdida de puestos de empleo se mantiene en alza.
Será difícil atraer turistas hacia la región mientras se mantenga el principal corredor vial cerrado o, como sucede cuatro veces al año, sometido a la intermitencia por el riesgo de derrumbes, y con un servicio de transporte aéreo escaso, que vuela al ritmo de la ley de la oferta y la demanda y multiplica el valor de las tarifas, casi hasta la especulación, dejándolo por fuera del alcance del turista promedio.
Han pasado 200 años de historia republicana y la carretera al Llano —un corto tramo de solo 123 kilómetros— sigue siendo un símbolo del subdesarrollo, la ineficiencia y la ineptitud, y una decepción más de la ingeniería colombiana. La obra, iniciada en 1994, le ha multiplicado al Estado de manera astronómica los costos de inversión, sin justificar resultados en materia de competitividad para el país.
El Estado es el principal responsable de esta situación, no solo por la improvisación en el trazado y diseño de la vía, construida en una compleja zona de la cordillera con fallas geológicas, en la que se registra más de un centenar de puntos críticos, sino por las características del contrato firmado con la firma concesionaria, a la que generosamente se le eximió de la responsabilidad de solucionar los deslizamientos en los sitios inestables.
Dentro de este compromiso de socializar pérdidas y privatizar utilidades, Coviandes se limita a cobrar los peajes más costosos de las carreteras colombianas, a reparar el adoquín y a sellar las grietas, mientras el Gobierno debe responder por la adecuada estructuración del corredor vial, sin que ejecute procedimientos de fondo que permitan superar los problemas de inestabilidad. La más reciente medida gubernamental fue la aprobación de una partida de $120.000 millones para construir túneles falsos, apenas disponibles dentro de 18 meses y que solo mitigarán la frecuencia de los cierres.
Una solución definitiva a la movilidad de la zona deberá incluir un trabajo paralelo por lo menos en una de las dos carreteras alternas, cuyas condiciones son lamentables, y a las que ni la nación ni los departamentos encargados les han prestado la mínima atención.
Es incomprensible que en un país en el que los últimos gobiernos nos han metido el cuento de las revoluciones industriales, digitales y de vías 5G, la carretera más estratégica, la que une el centro con los Llanos Orientales, sea un fracaso como instrumento para el desarrollo nacional y una pesada carga de costos y pérdidas para los empresarios y las comunidades. Una carretera intransitable y peligrosa cada vez que llueve, construida en una región en la que llueve casi todo el año.
La vía al Llano parece ser una misión imposible para conectar al país y abrirle las puertas a un departamento que durante el último año y medio recibió $2,5 billones en regalías. Mientras se prepara con bombos y platillos la conmemoración del Bicentenario, este corredor sigue siendo tan riesgoso y complicado como aquella vieja trocha paralela que hace 200 años recorrieron a pie las triunfantes tropas libertadoras, sin imaginarse que por la incapacidad de los gobernantes para solucionar los elementales problemas nacionales, nos convertiríamos en una eterna Patria Boba.