Siembra de paz

En las postrimerías de los 80, el horizonte del país era sombrío y el turismo afrontaba la peor crisis de su historia. Era una oscura época de violencia desmedida que impactaba a la sociedad civil y mostraba sus dientes a la institucionalidad. Bajo el intimidante poder criminal de Pablo Escobar y Rodríguez Gacha, las organizaciones del narcotráfico fortalecían sus redes delictivas y emprendían una enceguecida campaña de terror para presionar al Gobierno y regar temor entre la comunidad.

Recordaba en reciente entrevista radial el director de El Espectador, Fidel Cano –con motivo de la celebración, el pasado 22 de marzo, de los 132 años de fundación de este diario–, el atentado con carro bomba que en 1989, hace 30 años, destruyó las instalaciones del periódico, en un fallido intento de la mafia por silenciar su voz para castigar su irrenunciable empeño por la paz y su lucha contra el crimen y la corrupción. Tres años antes, Escobar ordenó el asesinato de Guillermo Cano, su director de aquel entonces, y de manera desafiante dinamitó una escultura en su memoria, construida en Medellín.

Fue un lapso tenebroso, en particular ese 1989. El periodismo resultó frágil víctima de la sevicia criminal. Vanguardia sufrió una explosión, y Jorge Enrique Pulido, director de un noticiero de televisión, y varios funcionarios de El Espectador fueron blanco de ataques sicariales. Sucedió igual y selectivamente con decenas de jueces, magistrados, sacerdotes, gobernadores, policías, dirigentes políticos y sindicales, e incluso con un árbitro de fútbol, asesinato que comprometió la suspensión del torneo colombiano y lo dejó por primera vez sin campeón. Luis Carlos Galán, el más firme candidato a la Presidencia, fue acribillado en plaza pública, y las instalaciones del DAS, el cuerpo de inteligencia estatal, explotaron por la acción de una carga de 500 kilos de dinamita que causó la muerte de 60 personas y dejó 600 heridos y mutilados.

El sector turístico sufrió las heridas de la guerra y la industria de la aviación no estuvo exenta de la barbarie narcoterrorista. En noviembre, en inmediaciones de Soacha, pocos minutos después de su despegue, un Boeing 727 de Avianca explotó en el aire, como consecuencia de un atentado dirigido al candidato presidencial César Gaviria, quien recogía las banderas del inmolado Galán en contra del narcotráfico. Pero la suerte de Gaviria, quien horas antes había descartado el vuelo, no fue la misma de los 107 ocupantes muertos.

La violencia multiforme de 1989 sumó la presencia de diversos actores armados, entre ellos agentes del Estado, que encerraron poblaciones, limitaron la circulación terrestre, multiplicaron la pobreza absoluta en campos y ciudades, produjeron desplazamientos masivos, paralizaron la inversión, expulsaron cerebros y capitales e incrementaron el desempleo.

Para la época, el turismo afrontó la peor crisis de su historia y aceleró su inevitable proyección hacia el decrecimiento. De hecho, el sector no jugaba ningún papel en las discusiones de los planes de gobierno, ni nacional ni departamentales, y los recursos económicos aportados en todos los niveles para su sostenimiento eran precarios, con marcada tendencia a la baja. El débil flujo de viajeros, cuyas estadísticas apenas si contaban unos millares de intrépidos turistas, derrumbó la ocupación de sillas de avión y camas hoteleras, y produjo la quiebra y el cierre de centenares de establecimientos especializados, entre agencias, alojamientos y restaurantes.

La inseguridad y la difícil coyuntura de orden público en ciudades y carreteras condujeron a la restricción de buena parte de los destinos de viaje nacionales, en particular los no tradicionales, escalonando una turbadora racha que parecía carecer de fondo. La imagen internacional se deterioró y sepultó campañas que intentaban, con cierto eufemismo, incentivar el turismo local, como Por las rutas de Colombia y Turista satisfecho trae más turistas, que terminaron volviéndose una utopía en un país ad portas de no retorno.

Sin embargo, tras las muertes de Rodríguez Gacha –en ese diciembre– y Pablo Escobar –cuatro años después– Colombia parece encontrar retorno. Mantener el carril requerirá apostarles a la verdad y a la reconciliación, y evitar que una explosión de la espiral de violencia retome el control de ciudades y atractivos naturales. En estas tres décadas Colombia ha dado pasos adelante, y en la construcción de un nuevo país el turismo muestra su capacidad de aporte. Pero los retoños de la industria solo podrán crecer con una siembra de paz.

Sabía que… el año pasado fue histórico para el turismo colombiano, con un registro de ingreso de 4,3 millones de visitantes no residentes y un nivel de ocupación hotelera de 55,5%…

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@Gsilvar5