26 diciembre 2019 –
Por Guillermo Romero Salamanca, comunicaciones CPB
El inmortal nadaista Gonzalo Arango la bautizó como “el tañer de una campana mal fundida”. Mejor descripción no se ha podido realizar.
Desde el apartamento de Athala Morris Ordóñez -la periodista que ha gastado más de la mitad de su vida en ser corresponsal para diversos medios nacionales e internacionales- se divisa buena parte de Bogotá.
Conoce al detalle -como pocos- la vida de Francis Albert Sinatra, canta cada uno de sus temas y recuerda que lo conoció en Buenos Aires. “Mi amigo Palito Ortega me dijo un día: “Voy a contratarlo para un concierto, ¿te gustaría verlo?”. “Yo, encantada, le respondí y tuve el gusto de conversar con él”, cuenta ahora la corresponsal en ese momento de El Tiempo y de Caracol y asistente del director de la Federación de Cafeteros de Colombia en Argentina, Pedro Dávila.
El estudio de Athala -donde pasa horas escribiendo artículos- está repleto de libros, premios, recuerdos, pero, sobre todo, de cuadros con decenas de fotografías de personajes de la vida nacional e internacional.
Ella muestra orgullosa: “Mira, aquí estoy con el presidente George Bush, padre, durante mi trabajo como agregada de prensa de la Embajada de Colombia en Estados Unidos”.
–Y con Yaser Arafat, le preguntamos, al ver otra.
–Claro. Tengo un recuerdo de él muy especial. Cuando nos vimos en Nueva York, luego de haber sido su anfitriona en el Nacional Press Club de Washington, me pidió que lo ayudara a comprarle ropa para su esposa. Él no sabía qué llevarle y tenía poco tiempo para ir a los almacenes. Lo acompañé.
–¿Conoció al papa Francisco?
–Oh, sí. Cuando era Jorge Bergoglio, el cardenal en Buenos Aires. Fue el rector de la Universidad Jesuita de EL Salvador donde mi hijo Mauricio, recibió su diploma en Ciencia Política ¡Quién iba a pensar que luego “el cura Bergoglio” como lo llamábamos con cariño, sería el Papa Francisco!
–¿Y a Jorge Luis Borges?
–Tuve el honor de compartir muchos momentos con él, fue mi amigo. Yo pasaba horas escuchándolo en su apartamento en la calle Maipu. Igualmente tuve cercanía con el maestro Ernesto Sábato, con el compositor Astor Piazzola, con Libertad Lamarque con quien intercambiamos recetas de cocina y muchas historias, como la de su legendaria enemistad con Eva Perón. De quien fuera mi jefe en EL Tiempo y gran amigo Daniel Samper Pizano, quien iba con frecuencia a Buenos Aires, heredé también muchos amigos, entre ellos Piero, Quino y Les Luthiers.
— A Robert Redford lo entrevisté en Los Ángeles. Tuve además increíbles experiencias entrevistando en el National Press Club de Washington a personajes como la Madre Teresa de Calcuta, Kirk Douglas, Elizabeth Taylor y Audrey Hepburn.
Y así podría continuar la lista de personalidades que conoció la periodista bogotana -socia del Círculo de Periodistas de Bogotá (CPB) desde 1972- que le llevó la contraria a su padre cuando terminó el bachillerato y decidió estudiar Periodismo en la Universidad Javeriana.
–¿De dónde salió lo de Athala?
-A mi papá le encantaba ese nombre. Según él, At, del verbo amar en árabe es amiga o amada y Alá, Dios. Amiga de Dios. La h intermedia tiene una connotación inglesa que lo aleja ligeramente de Atala, una de las primeras novelas del escritor francés François-René de Chateaubriand.
EN MEDIO DE UN BAÑO TURCO
Cuando terminó su bachillerato le dijo a su padre que estudiaría Periodismo. “Para ese tipo de estudios no hay plata, es mejor presentarse en una Universidad como la Nacional y optar por algo serio como medicina, por ejemplo”, le refutó.
“Yo fui, me presenté y pasé. Era buena estudiante, pero mi deseo era estudiar Periodismo”.
Se dirigió a la Universidad Javeriana y le expuso su plan al padre Rafael Arboleda, todo con la complicidad de su mamá, Josefina Ordóñez, una santandereana de armas tomar y “la mejor amiga que tuve en mi vida. “Él nos recibió con gran cariño, escuchó mi situación y me aconsejó: “chinita, matricúlate y después miramos qué hacemos”, recuerda ahora Athala Morris, la periodista que años después estaría entrevistando a los presidentes de los Estados Unidos.
“A los tres meses de estar en la universidad, me dijo el padre Arboleda: “me llamaron de El Espectador y van abrir un concurso para una periodista de planta, le pagan los estudios y $ 500 pesos mensuales a quien gane”.
–¿Qué tengo que hacer?, le interrogó rápidamente la novel estudiante.
–Pues concursar.
Buscó las bases del concurso y encontró que debían trabajar dos temas: y escoger entre una obra de caridad, un negocio del pueblo y otro más curioso, un trabajo que muestre intrepidez.
–¿Y que será intrepidez?, preguntó.
–Pues hacer cosas que nadie se atreva realizar.
Eso le quedó sonando. Lo del tema de caridad lo descartó de plano, entonces determinó hacer algo sobre el segundo planteado y así se encaminó sobre los negocios alrededor de los cementerios. Iba a las tres de la mañana para estar en el momento de la llegada de las flores. Su mamá, muy solidaria, la acompañaba a las jornadas y luego encontró que había tiendas para despedir a los difuntos, llamadas como “la última lágrima”.
Tenía 16 años, usaba todavía los zapatos escolares, esos de dos colores y una mente nívea, sin mácula. Quiso, entonces, averiguar de qué hablaban los hombres en un baño turco.
Eran los finales de los años cincuenta y era una osadía que una mujer entrara a un sitio exclusivo de hombres. Le dieron el trabajo y debía alcanzarles las toallas y demás menesteres. Fue una verdadera osadía. “Allí estaban los políticos del momento, el gobernador, empresarios y muchos personajes de la vida social de Bogotá”. Yo describí esa aventura y la envié a El Espectador.
“Nos fuimos ese fin de año con mi familia para Medellín, nos quedamos en el hotel Nutibara y un día llamé a mi casa. Me contaron que me estaban buscando de El Espectador. Devolví la llamada y Gonzalo González, Gog, me anunció que había ganado el concurso. Me pidió permiso para publicar las notas, lo autoricé y le comenté que en el hotel se presentaría Lucho Bermúdez”.
–Aproveche y entrevístelo, le comentó el abogado y periodista.
“Yo al principio no creía porque era el Día de los Inocentes, pero le conté a mi mamá, quien se puso muy feliz y comencé mi trabajo como reportera dialogando con el director musical más importante de la época”, recuerda.
“Lo más grave fue el escándalo que se produjo entre la sociedad bogotana cuando leyeron mi artículo en El Espectador y claro, en mi casa, casi me dejan sin herencia”, cuenta, mientras suelta una de sus carcajadas.
Athala, además de ser una excelente conversadora, es también una anfitriona de primer nivel.
Trabajar en El Espectador fue para Athala el despertar de ilusiones cada día. Entabló amistad con los periodistas, los fotógrafos y todos los empleados.
Profunda admiración por Guillermo Cano, quien fuera su presidente de tesis.
“Una vez –tiempo después de haber trabajado en el periódico—me pidieron que le hiciera una entrevista y cuando fui a realizar la tarea, él me contestó: No señora, perro, no come perro”. Y yo le dije: “ah bueno, en todo caso la haré”. Él era un libro abierto y entonces no tuve problema en hacer la nota que titulé como: “La entrevista imaginaria con Guillermo Cano”.
EL BESO APERCOLLADO
Un día los hermanos Carlos, Germán y Leopoldo Pinzón le plantearon que fuera la novia del torero Pepe Cáceres en una película que rodarían en aquellos días.
Ella aceptó con cierto recato y cuando la señora Inés de Montaña –la señora IM- la entrevistó y le preguntó sobre cómo habían sucedido las escenas del rodaje, ella comentó que había sido una excelente experiencia.
–¿Y se besaron?, le interrogó la señora IM.
–Un besito, por acá, en la mejilla, le contestó.
“Pero lo cierto es que al otro día una foto en El Tiempo que Hernando Santos tituló con algo de sorna “El torero y la periodista en acción” mostró algo totalmente diferente, relata ahora mientras suelta una ruidosa carcajada.
A LA CALLE DEL PECADO EN CALI
Se casó muy joven con el abogado economista Emiro Flórez Hurtado. Pronto tuvo a su primer y único hijo, Mauricio, hoy Master en Ciencia Política, Ph.D en Sociología, investigador y catedrático.
A su esposo le ofrecieron el puesto de vicepresidente financiero de Propal en Cali.
“Llegar a esa ciudad fue un cambio total en mi vida. No puedo olvidar el aroma de los árboles que recorre las calles de Cali y la cultura de sus habitantes. Pronto sentí que debía volver al periodismo y entonces la sede como corresponsal de El Espectador estaba ocupada. Me ofrecieron colaborar con El Tiempo. La oficina quedaba en la calle octava, en el tercer piso de un edificio, justo encima de una discoteca que se llamaba “Séptimo cielo”. No era el mejor lugar para trabajar y más para un diario como El Tiempo. Les pedí a los directivos que buscáramos una sede en otro lugar y me aceptaron. Nos fuimos para el pasaje La Merced y la foto del Doctor Santos y Doña Lorencita, presidian nuestra linda oficina. Después, por el trabajo de mi esposo, ingresé a los clubes Campestre, San Fernando y Colombia. Era otro estatus el que le dimos al diario”, relata.
Su jefe era Daniel Samper Pizano, quien le imponía las tareas.
–Chinita, hazle una entrevista a Desiderio.
–¿Y ese quién es?
–El jugador de fútbol, del Deportivo Cali.
“Yo no tenía idea de los deportes, menos de fútbol. No sabía qué era un gol y bueno, eso en esa época causó expectativa, que una mujer entrevistara a un delantero argentino como Mario Óscar Desiderio González, ídolo del equipo verde de Cali. Esa nota la titulé como “Desiderio, siempre serio”.
Y Daniel seguía: “Ahora hazle una entrevista al “mago” Loayza”. Y ella fue hasta la cancha de entrenamiento para dialogar con el volante peruano Miguel Ángel Loayza.
Por eso tuvo columna deportiva en El Tiempo.
Pero también cubría todo lo relacionado con el Festival del Arte de Santiago de Cali y entabló amistad con el poeta, escritor y periodista Gonzalo Arango, con Fanny Mikey y con los periodistas José Pardo Llada y Alegre Levy, entre muchos otros.
CAMBIO DE PLANES
Fueron cinco años de labores en la capital del Valle del Cauca, le quedaron sus recuerdos de sus entrevistas, el campeonato panamericano, los primeros bailes de salsa, pero a su retorno a Bogotá dedicó su vida a la presentación de programas como “La ciudad y el hombre” bajo la dirección del periodista Alfonso Castellanos, “Variedades femeninas” y “La actualidad Nacional”.
En 1973 fue profesora de la Universidad Javeriana donde se había graduado en 1961 con la tesis de grado: “Periodismo en el mundo”. Situación legal y, de hecho. Asumió también la dirección de comunicaciones del Instituto Colombiano Agropecuario, luego fue asesora del ministro Rafael Pardo Buelvas en Agricultura y en 1977, directora de comunicaciones del Idema.
ENTRE EL CAFÉ Y BORGES
Jorge Cárdenas Gutiérrez, presidente de la Federación Nacional de Cafeteros le ofreció un puesto en Buenos Aires como asistente del director de la entidad en Argentina.
Ella, gustosa, se trasladó. “Para ese momento ya habían pasado siete años desde la separación con mi primer esposo y quien hasta su muerte fue mi gran amigo. Debía vivir otra experiencia, la internacional, de la mano de mi segundo esposo el diplomático de carrera Lawrence D. Estes, Agregado de Prensa de la Embajada de los Estados Unidos en Bogotá, quien fue trasladado a la Argentina.
Un día en Buenos Aires llegó Yamid Amat, a quien había conocido como Juan Lumumba en El Espacio y me pidió que fuera la corresponsal desde esa ciudad para Caracol, ya era también la periodista de El Tiempo en Argentina.
“Para esa época me sedujo el tango y más que el tango, Carlos Gardel. Empecé a profundizar en su vida y en su obra, hasta el punto que el presidente Alfonso López gran conocedor del tema y quien nos sorprendía gratamente con sus constantes viajes a Buenos Aires en un reportaje que le hicieron sobre el tema, nombró a dos de sus amigos, Gonzalo Canal Ramírez, como la persona que más sabía de tangos en Colombia y a mí como “una computadora” respecto a la vida de Gardel”.
“Posteriormente el Gobierno del presidente Turbay me nombró Agregada de Prensa en la Embajada de Colombia. Mi jefe en Bogotá era el Canciller Carlos Lemos Simmonds. “Viví muchas experiencias como la Guerra de Las Malvinas, situación que para los colombianos fue de alta tensión, porque como país no apoyamos la toma de las islas por parte del gobierno argentino. Nos miraban mal, pero, después, se dieron cuenta que había sido la decisión correcta.
A raíz de ese episodio debíamos trabajar en recomponer las relaciones entre los dos países y gracias a Avianca, después de un tiempo prudencial se organizó un viaje con cerca de cuarenta periodistas argentinos a Colombia.
“A finales de octubre de 1985 viajamos, estuvimos en Bogotá, en el Palacio de Justicia -donde nos recibieron los magistrados Carlos Horacio Urán Rojas y Alfonso Reyes Echandía. Estuvimos en la cafetería que, entre otras cosas, me pareció muy fea, luego fuimos al Palacio de Nariño donde el Presidente Belisario Betancur nos recibió muy calurosamente. Después viajamos a Medellín y a Cartagena. Allí estuvimos con Paula Andrea Betancur y con Cecilia Bolocco, quien después sería Miss Universo, esposa del ex – presidente argentino Carlos Menen y presentadora de televisión en Chile.
Regresamos a Buenos Aires, y no acabábamos de bajar del avión cuando se produjo el asalto del M-19 al Palacio. Todos los periodistas argentinos quedaron en estado de shock, profundamente impresionados. Hacía apenas unos días habíamos estado allí, dialogando con los magistrados que resultaron víctimas en este ataque, recuerda ahora Athala.
METIDA ENTRE CASETES
En 1986 la trasladaron como Agregada de prensa a la Embajada de Colombia en Estados Unidos. “El canciller en ese momento era Augusto Ramírez Ocampo. Y tuve varios embajadores como Rodrigo Lloreda, Víctor Mosquera Cháux y Jaime García Parra.
“Fueron casi ocho años de labores permanentes de representar a Colombia en Washington. Es algo apasionante, se siente mucha responsabilidad, pero luego de la muerte de mi segundo esposo, quien para ese momento era funcionario del Departamento de Estado me sentí incapaz de continuar, renuncie, tenía que darle un vuelco a mi vida, no sabía en realidad qué hacer. Pero justo al otro día, me llamó Yamid Amat y me dijo: “te necesito, quiero que le hagas una entrevista a Bob Kerry” quien en ese momento era un Senador Demócrata. Esto demuestra el increíble olfato periodístico de Yamit, porque este personaje fue después candidato a la Presidencia y Secretario de Estado de Obama. En ese momento no tuve forma para negarme y comencé mi trabajo como corresponsal de CM&. A los pocos días me llamó Darío Arizmendi invitándome a ser la corresponsal también de Caracol en Washington.
“Un día me llegó un señor con unos casetes que comprometían a más de una persona con un escándalo de apoyos del narcotráfico en las elecciones presidenciales. Yo llamé a Darío y le comenté, pero me dijo que esperara. Hablé con Yamid, quien me respondió: “vamos ya con esa nota”. Eran tremendamente reveladores de todo lo del proceso 8.000”, comenta ahora Athala.
Notas y notas, entrevistas y más entrevistas. Llegaba a la Casa Blanca y los presidentes, como es costumbre con los corresponsales más antiguos, la saludaban de abrazo. Athala como periodista había conquistado América.
REGRESO A LA CASA
“Tuve un guiño del presidente Samper, para dirigir la Radiodifusora Nacional de Colombia. ¡Era un sueño vuelto realidad, la emisora que yo amaba desde chiquita, nunca me perdí un episodio del radio teatro infantil y ahora yo de directora!
“Empaque mis maletas con el propósito de trabajar un año y regresar a Washington. Llegué a la radio, me fortalecí como periodista y fue un trabajo inolvidable. Después Andrés Pastrana me ratificó en el puesto. Se me abrieron todos los caminos para engrandecer el proceso de la cultura. No fue uno, sino más de cinco años que me quedé en Bogotá frente a este trabajo. Me encantó la radio y más en la Radiodifusora”, cuenta ahora la periodista que nunca quiso estudiar Medicina y que le llevó la contraria a don Francisco Morris Nieto, quien al final se sentía orgulloso del trabajo de su hija.
“Hace más de cuarenta años ingresé al Círculo de Periodistas de Bogotá. Es una oportunidad para encontrarse con los colegas, compartir ideas y experiencias. Las nuevas generaciones pueden encontrar allí el sitio para conocer más sobre nuestra profesión. Nuestro gremio entrega cada año los Premios CPB en una ceremonia con transmisión por televisión y quienes han recibido este galardón lo guardan como un tesoro, porque saben que sus trabajos pasarán a la historia del periodismo nacional”, concluyó Athala Morris, la corresponsal que los medios querían tener.