En un perfil que hizo el presidente López Michelsen de su amigo Gabriel García
Márquez sostuvo: “En la proyección cultural del continente, ningún otro colombiano,
con excepción de José María Vargas Vila, había alcanzado un renombre semejante, no solo en la comunidad hispanoparlante sino en el mundo entero, como García Márquez”.
Cuando apareció la nota (“El Tiempo”, Lecturas Dominicales, 24-10-99), le comenté al
presidente López que eso lo había dicho el mismo García Márquez. Se sorprendió y le
llevé el recorte de la revista “Mujer”, que dirigía Flor Romero, en donde, en un
reportaje, declaraba “Yo soy el Vargas Vila de mi generación”. Era 1968. Hacía menos
de un año había aparecido Cien Años de Soledad y vivía en Barcelona con su familia.
Gabo entonces mostraba la coincidencia de que su libro se estuviera vendiendo mucho y
que Vargas Vila hubiera vivido también en la hermosa ciudad de las Ramblas y de
Gaudí.
Hoy casi nadie se acuerda ni sabe quién fue Vargas Vila. Ensayista, historiador,
novelista y sobre todo panfletario. Se enfrentó a los curas y a la regeneración y la mayor
parte de su vida estuvo fuera del país, en el exilio, viviendo únicamente de sus libros,
porque ellos se vendían como arroz. Malcon Deas ha descubierto que varios líderes
latinoamericanos han tenido su influencia, y no lo han confesado.
Una vez en un banco de Rio de Janeiro fue a cobrar un cheque y el cajero, con sorpresa,
le comentó: “¡Es usted Vargas Vila! Pues sepa que hace unos quince días se suicidó una
sobrina mía en cuya mesa de noche se hallaba Ibis, con una anotación marginal en la
que aseguraba ser su libro el responsable de tamaña desgracia”.
Esa novela y otras como Aura y las violetas y un sin número de otras más hicieron parte
de su producción. Hoy, repito, casi nadie lo recuerda. ¿Se parece a García Márquez?
Quizá porque en su época vendió mucho y también porque escribió unos cien libros y
Gabo, Cien… años de soldad.
Tomado de Macrolingotes de Óscar Alarcón Núñez.
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