Por Arturo Guerrero, Diario El Espectador, Bogotá
Publicado el 03/24/2017 en COLUMNA
¿Qué se puede enseñar y qué no? ¿Quién aprende más, el alumno o el maestro? ¿Los viejos aprenden? ¿Educa más el que divierte o el que es riguroso con los procesos imprescindibles del conocimiento?
Preguntas como estas rondan las permanentes discusiones sobre la calidad de la educación. La cobertura parece haber llegado al tope, al menos en la Colombia urbana que es mayoría abrumadora. Pero la eficacia de los métodos con que se transmite el saber no está incluida en esa cobertura.
La popularización de internet en este mundo de pantallas ha supuesto una revolución en los modos de la pedagogía. Supuesto, apenas, pues en el día a día los niños y muchachos siguen llegando a la universidad sin juntar bien las palabras ni los números ni los conceptos esenciales para abrazar la vida.
En octubre pasado el sagaz tuitero Luis H. Aristizábal conjugó estas inquietudes en el siguiente fogonazo: “Educar es enseñar a pensar. Todo lo demás está en Google”.
A este impecable tuit le hizo falta un elemento, tal vez a causa de la obligación de estrecharse entre 140 caracteres. Lo señaló Jorge Luis Borges al hablar de que lo único comunicable es un entusiasmo. No se enseña a escribir, se contagia la pasión por la lectura que es el peldaño anterior.
Pues bien, educar es enseñar a pensar y enviciar a los estudiantes con el furor de la creación en cualquier campo.
Para tener pensamiento propio conviene alzarse sobre los hombros de los gigantes. La mayor parte de estos gigantes están muertos, los vivos supieron asimilar sus enormidades y hablarlas en la lengua contemporánea.
Es que el conocimiento no nació esta mañana. Miles de años trasnocharon a la humanidad hasta descubrir cómo vuelan los aviones, cuánto demora ir a Marte, qué argucias utilizó Ricardo III para convencer a la viuda de su víctima de que en realidad lo había asesinado por amor a ella.
Para sacar provecho del panorama que se abre desde los hombros de los titanes, es preciso comprender lo que estos dijeron o escribieron o filmaron. Comprender tiene sus reglas. No equivale a imaginar lo que me conviene que dijeran.
La comprensión de lectura es una ruta complicada y desesperante. No es una fiesta. La fiesta viene después, y nadie nos la puede quitar. “Yo es otro”, dijo Rimbaud, y con tres palabras inauguró la literatura de hoy. ¿Qué quiso decir? Para pescarlo hay que saber pensar.
Y saber pensar no está en Google. Cuando las máquinas y los algoritmos sean tan abigarrados como las circunvoluciones del cráneo, seremos cyborgs, seres biónicos. Mientras tanto este sueño pertenece a la ciencia ficción. Además, si llegáramos a ser mitad humanos, mitad máquinas, quién sabe si la sangre nos bulla ante una pasión.
Por lo pronto, antes de saltar con una opinión subjetiva, es forzoso capturar el sentido literal y figurado de cada párrafo. Esto es comenzar a pensar, y no está en Google. Esto es respetar a los gigantes, asumirlos en su estatura íntegra.
De ahí en adelante queda la creación, nuestra exclusiva huella en la evolución de las especies.