12 agosto 2020 –
Por: Alejandro Millán Valencia – BBC News Mundo – Londres –
Hacia las 9 de la mañana del 12 de agosto de 2000, el capitán Gennady Petrovich Lyachin, comandante del submarino nuclear ruso K-141 Kursk, dio la orden de disparar dos torpedos de salva.
El sumergible participaba de los ejercicios militares rusos que se desarrollaban en el mar de Barents, en el norte de Europa, y los disparos eran parte de las maniobras planeadas.
Lo que no sabía Lyachin es que esa orden desencadenaría una serie de sucesos desafortunados que dejarían 118 marinos rusos muertos, un escándalo internacional y el bautizo de fuego de un recién ascendido Vladimir Putin al poder en Rusia.
Al principio, cuando se conoció la noticia del hundimiento de aquel gigante de acero de 110 metros de largo, el gobierno ruso informó que los 118 tripulantes del Kursk habían muerto antes de que el sumergible «alcanzara el fondo del mar».
Sin embargo, una nota encontrada en uno de los bolsillos del uniforme que vestía el teniente Dmitry Kolesnikov evidenciaba lo contrario: 23 de los marinos había logrado sobrevivir a las dos explosiones que causaron el hundimiento.
«Al gobierno ruso se le criticó mucho su reacción para intentar rescatar a los marinos y las autoridades señalaban, casi como una forma de defensa, que no había sobrevivientes», le dijo a BBC Mundo Mark Kramer, profesor del Centro de Estudios Rusos y de Eurasia de la Universidad de Harvard.
Pero esa nota hallada en el uniforme dejó en evidencia algo más grande.
«Mostró lo mal preparado que estaban el ejército y el gobierno ruso para afrontar una situación como la del hundimiento de un submarino nuclear», apunta Kramer.
Pero, ¿qué ocurrió aquel 12 de agosto de 2000 y qué pasó con los 23 marineros que lograron en principio sobrevivir y luego no pudieron ser rescatados con vida?
Un submarino «imposible de hundir»
El submarino Kursk, bautizado así en honor de la famosa batalla en la que el Ejército Rojo derrotó a la Alemania Nazi durante la II Guerra Mundial, fue uno de los primeros símbolos postsoviéticos.
Con una eslora (o longitud) de 154 metros y un calado de 9 metros, el submarino nuclear K-141 Kursk fue parte de una flota militar con la que Rusia y un recién llegado Putin a la presidencia del país intentaban poner nuevamente a la nación en el mapa geopolítico.
El K-141 Kursk era un submarino de la clase Oscar, considerados «inhundibles» por la ingeniería rusa debido a su doble casco y otras características técnicas, y a la que pertenecía otra decena de naves que habían sido diseñadas durante los últimos años de la URSS.
«Era considerado imposible de hundir porque, si incluso era impactado por un torpedo y éste le causaba daño severo, el Kursk podía llegar a la superficie de nuevo», le dijo a la BBC el excapitán Viktor Rozhkov, comandante del Kursk desde 1991 hasta 1997.
Con la idea de mostrar que no habían perdido su brillo, el ejército ruso decidió organizar, en agosto de 2000, la serie de ejercicios navales más grandes desde la caída de la Unión Soviética, ocurrida en noviembre de 1991.
Se decidió utilizar como escenario el mar de Barents, en el norte de Europa. En este ejercicio, organizado durante el verano boreal, participarían además del Kursk, otros submarinos de la clase Oscar y otras embarcaciones militares.
El primer día de ejercicios, el 11 de agosto de 2000, todo salió bien. El submarino lanzó varios misiles de salva, en una demostración de que tenía la mejor tecnología para este tipo de disparos bajo el agua.
«El submarino es una de las embarcaciones más temidas dentro de los enfrentamientos navales, debido a que está diseñada para destruir naves enemigas con un gran poder. Por eso la importancia de que el Kursk funcionara a toda capacidad», explica Kramer.
Al día siguiente, hacia las 9 de la mañana, se le ordenó por radio al capitán Lyachin que disparara dos torpedos. Él, como lo había hecho el día anterior, ejecutó la orden junto a su tripulación.
«Lo cierto es que ni siquiera se lanzaron los torpedos. Una fuga de peróxido de hidrógeno en un misil defectuoso causó un incendio en la sala de torpedos, que después causó las dos explosiones», detalla Kramer.
Esa fue la última comunicación por radio. Dos explosiones de gran magnitud fueron registradas por sensores sísmicos instalados por Noruega y Estados Unidos. Y tenían su origen en la misma locación donde estaba el submarino.
La investigación final determinó que la primera explosión había causado serios daños en el puente de mando, lo que habría hecho perder el control del submarino y por eso, el considerado aparato considerafo imposible de hundir comenzó a descender hacia el lecho del mar de Barents, a 100 metros de profundidad.
Dos minutos y quince segundos después, una segunda explosión destrozó la carcasa del submarino. Todo parecía perdido.
Sin embargo, 23 marinos aún sobrevivirían unas horas más.
El rescate
De acuerdo a lo que se detallaba en la nota hallada en el bolsillo del uniforme del teniente Kolesnikov, una vez ocurrió la explosión, los marinos que habían sobrevivido en otros compartimientos se dirigieron al que consideraban más seguro.
«Toda la tripulación de los compartimientos sexto, séptimo y octavo pasó al noveno. Aquí hay 23 personas», señalaba la nota.
«Tomamos la decisión debido al accidente. Ninguno de nosotros puede llegar a la superficie. Escribo esto con la visión totalmente nublada», concluye el escrito.
En tierra, mientras se organizaban los detalles del rescate, Moscú afirmaba que desafortunadamente ningún tripulante había sobrevivido al percance.
«Una de las muchas cosas que dejó en evidencia la tragedia del Kursk es que se empleaban muchos marinos para una misión que no lo requería, lo que muestra la falta de preparación y planeación que tenía aquel ejercicio militar», declara Kramer.
Mientras tanto, en el fondo del mar de Barents los 23 marinos intentaban conservar el oxígeno que les quedaba, pero iban perdiendo las esperanzas.
El mismo Kolesnikov, a oscuras, escribió varias horas después otra nota en la que comenzaba a intuir cuál sería su destino.
«Está oscuro aquí para escribir, pero lo intentaré a través del tacto. Parece que no hay posibilidades, 10-20%. Esperemos que al menos alguien lea esto».
Y realzaba un detalle: los intentos por escapar del submarino.
«Aquí está la lista de personal de las otras secciones, que ahora están en el noveno (compartimento) y tratarán de salir. Saludos a todos, no hay necesidad de desesperarse», concluía.
Sin embargo, es posible que la desesperación los haya alcanzado.
De acuerdo a la investigación oficial, los marineros habrían intentado buscar oxígeno con una maniobra que produjo otro incendio y causó la muerte de algunos de los que estaban en el noveno compartimento. Y que además consumió el oxígeno restante, lo que sofocó a los otros sobrevivientes.
«Cuando se supo que había habido sobrevivientes, no solo quedó en evidencia que la Marina rusa había mentido, sino que tampoco habían hecho lo suficiente para rescatarlos vivos», señala el académico.
«Se notó que las autoridades militares no tenían la suficiente autonomía para ordenar un rescate, lo que dejaba claro que continuaban las viejas prácticas burocráticas soviéticas, que al final, muy posiblemente, les hayan costado la vida a estos marineros», agrega.
La investigación concluyó que los marinos no lograron sobrevivir más de seis horas.
A pesar que tras el accidente, el hermetismo del gobierno ruso fue criticado, lo cierto es que en 2001 fue el propio Moscú el que publicó una investigación concluyente sobre lo que había ocurrido dentro del Kursk aquel 12 de agosto de 2000.
Consecuencias
Tras una semana de operaciones fallidas por parte de los rescatistas rusos, se le permitió el acceso a un equipo de buzos noruegos, que finalmente pudieron llegar hasta el submarino.
«El hundimiento del Kursk mostró los grandes problemas que atravesaba el ejército ruso en aquel entonces: falta de financiación, militares no aptos para cumplir con sus funciones, comandantes que no estaban preparados para liderar naves tan complejas como un submarino nuclear», explica.
La investigación oficial declaró que el accidente revelaba «deslumbrantes infracciones de disciplina, equipos de mala calidad, obsoletos y mal mantenidos», además de una «negligencia, incompetencia y mala administración» por parte de los responsables del submarino.
Y reconoce incluso que la operación de rescate «se retrasó injustificadamente».
«Uno de los culpables debería ser la persona que permitió torpedos viejos impulsados por peróxido de hidrógeno dentro de un submarino. Otro, la persona que esperó a que el gobierno decidiera qué hacer con la operación de rescate», dice Kramer.
Y pone un ejemplo categórico para mostrar lo poco preparada que estaba la Marina rusa para afrontar una misión de rescate de su propio submarino: la labor le fue adjudicada a una empresa neerlandesa.
Actualmente, no hay ninguna persona en prisión por la muerte de los 118 marineros, algunos de los cuales tuvieron una ventana de oportunidad de seis horas para ser rescatados.
Kramer ha seguido de cerca el impacto que esta tragedia ha tenido en las familias de las víctimas.
«A principios de este año viajé a Moscú y logré hablar con algunos familiares: el dolor por todo lo que pasó hace ya 20 años todavía continúa y no ha cesado», señala Kramer.
«Que ese hecho haya quedado sepultado dentro de los medios rusos, no significa que las principales víctimas, los familiares de los militares que fallecieron a bordo, hayan olvidado lo que pasó ese día».