Juan Manuel Santos recibe el premio Nobel de la Paz.
H. K. (EFE) REUTERS-QUALITY
El presidente dedica el galardón a las víctimas del conflicto con las FARC, aunque al acto de Oslo no fue invitada la guerillla
JAVIER LAFUENTE
No habían pasado siquiera cinco días del rechazo de los colombianos al acuerdo de paz entre el Gobierno y las Farc en el plebiscito, el 2 de octubre, cuando el país, sumido en la incertidumbre, amaneció con la noticia de que su presidente, Juan Manuel Santos, era galardonado con el Nobel de la Paz. Un punto de inflexión para el proceso de paz y de respaldo al mandatario, como recordó este sábado tras recibir el premio en Oslo: “En un momento en que nuestro barco parecía ir a la deriva, el premio fue el viento de popa que nos impulsó para llegar a nuestro destino: ¡el puerto de la paz!”.
En la capital noruega, la misma ciudad donde hace poco más de cuatro años se iniciaron formalmente las negociaciones entre el Gobierno y la guerrilla de las FARC, Santos volvió a constatar el apoyo de la comunidad internacional hacia el proceso de paz en Colombia. El respaldo exterior contrasta, sin embargo, con el desgaste con el que el país transita hacia la paz. En los dos meses que han pasado entre la concesión del premio y la entrega, el Ejecutivo y las FARC lograron un nuevo acuerdo. No obstante, el texto tampoco satisfizo a los partidarios del ‘no’, agudizó la fractura entre las élites políticas y acrecentó la desafección hacia el proceso entre los colombianos. Además, en este tiempo se han producido otras noticias que han opacado la entrega del galardón: el país ha visto cómo los asesinatos de líderes sociales han aumentado; la implementación del acuerdo era, efectivamente, tan difícil como se aventuraba; un avión se estrellaba dejando 71 muertos y una niña indígena de siete años era raptada, violada y asesinada por un arquitecto de 38 años, un crimen que ha primado sobre cualquier otra noticia la última semana.
En un discurso cargado de referencia al Macondo de Gabriel García Márquez –el otro Nobel colombiano-, Bob Dylan, Alfred Nobel o Malala, Santos hizo hincapié en que, más allá de su figura, el galardón era un reconocimiento a las más de ocho millones de víctimas que ha dejado la guerra de Colombia durante 52 años, a quienes agradeció su apoyo en estos años. “Las víctimas quieren la justicia, pero más que nada quieren la verdad. Mientras muchos que no han sufrido en carne propia el conflicto se resisten a la paz, son las víctimas las más dispuestas a perdonar, a reconciliarse, y a enfrentar el futuro con un corazón libre de odio”, aseguró el presidente, ante la mirada de algunas víctimas a las que invitó al acto, como la exsenadora y excandidata presidencial Íngrid Betancourt, secuestrada durante más de seis años por las FARC; la congresista Clara Rojas o el escritor Héctor Abad Faciolince, a cuyo padre asesinaron los paramilitares. La mención que Santos hizo del caso de Leyner Palacios, también presente, víctima de la masacre de Bojayá, donde murieron en 2002 casi 80 personas por un atentado de las FARC, fue uno de los momentos más emotivos del acto.
Santos agradeció el esfuerzo de los negociadores del Gobierno, presentes la mayoría de ellos en la ceremonia de Oslo, y a los miembros de las FARC, “que demostraron una gran voluntad de paz. Quiero exaltar esa voluntad de abrazar, de alcanzar la paz, porque sin ella el proceso hubiera fracasado”. Pese a ser la contraparte de la negociación, ningún guerrillero fue invitado al acto de Oslo. Sí lo fueron personas cercanas a las FARC, como el exministro conservador Álvaro Leyva, el senador Iván Cepeda y el abogado de la guerrilla, el español Enrique Santiago. Solo Leyva acudió a la capital noruega. Entre los invitados se encontraban también el expresidente colombiano Ernesto Samper y el exmandatario español Felipe González.
Santos, que fue ministro de Defensa de su antecesor y hoy principal oponente, Álvaro Uribe, que asestó los más duros golpes a las FARC incluso en medio de las negociaciones, admitió que “es insensato pensar que el fin de los conflictos sea el exterminio de la contraparte”. “La victoria final por las armas no es otra cosa que la derrota del espíritu humano. El primer paso, uno crucial, fue dejar de ver a los guerrilleros como enemigos, para considerarlos simplemente como adversarios. Hay que estar dispuestos a tomar decisiones difíciles, audaces, muchas veces impopulares, para lograr el objetivo final de la paz. Esto significó, en mi caso, acercarme a gobiernos de países vecinos con quienes tenía, y aún tengo, profundas diferencias ideológicas”, aseguró Santos, en clara referencia a Venezuela, país acompañante de las negociaciones, donde las FARC tuvieron su santuario y se resguardaron durante años. Una reunión entre el presidente colombiano y el fallecido Hugo Chávez, al poco de asumir el primero su mandato, fue determinante para el desarrollo de las conversaciones.
El presidente aprovechó su discurso para exigir, como ha hecho en otras ocasiones, la necesidad de replantear la guerra contra las drogas. “Tenemos autoridad moral para afirmar que, luego de décadas de lucha contra el narcotráfico, el mundo no ha logrado controlar este flagelo que alimenta la violencia y la corrupción en toda nuestra comunidad global”, aseguró Santos, antes de concluir: “La forma como se está adelantando la guerra contra las drogas es igual o incluso más dañina que todas las guerras juntas que hoy se libran en el mundo. Es hora de cambiar nuestra estrategia”.