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La pregunta de una periodista en una rueda de prensa que el mandatario compartía con la primera ministra noruega, Erna Soldberg, luego de recibir el Premio Nobel de Paz, causó escándalo, tanto por su contenido como por el regaño posterior del presidente Santos a la comunicadora, en privado, que se filtró.
No sobra preguntarnos, como medio y como periodistas, si servir de megáfono a evidentes falsedades no es perder relevancia en un escenario de posverdad.
Por: El Espectador
El 11 de diciembre en Oslo, Noruega, un día después de que el presidente Juan Manuel Santos recibiera el premio Nobel de la Paz, la pregunta de una periodista de RCN en una rueda de prensa que el mandatario compartía con la primera ministra noruega, Erna Soldberg, causó escándalo, tanto por su contenido como por el regaño posterior del presidente Santos a la comunicadora, en privado, que se filtró. Más allá de las consideraciones particulares sobre este caso, que son necesarias, es una oportunidad para preguntarse por el rol que los periodistas deben cumplir en esta época de la “posverdad”, que no es otra cosa que la proliferación del populismo y las mentiras como estrategia política.
Karla Arcila, de Noticias RCN, intervino en la rueda de prensa para preguntarle lo siguiente al presidente: “¿Qué les dice usted a sus oponentes, especialmente al expresidente Uribe, que han dicho que el premio Nobel de Paz se compró por intereses petroleros de Noruega?”. Después, Arcila aclararía que la pregunta fue consensuada con el grupo de periodistas presentes y que la había traído a colación a propósito de una entrevista que el primer mandatario le dio a la cadena Al Jazeera. Al contestar, el presidente Santos dijo que esa clase de comentarios, junto con otras mentiras (como que pertenece a las Farc), no ameritan respuesta de su parte. La primera ministra de Noruega aprovechó para explicar lo obvio: “Uno no puede comprar un premio Nobel de la Paz ni los premios Nobel académicos. El escrutinio lo hace un comité independiente y lo hace con un altísimo nivel de integridad”, dijo.
Sin embargo, y en medio del escándalo y las críticas a Arcila por haber formulado la pregunta, se filtró un audio en donde el presidente, de manera informal, le dice a la periodista que la pregunta “fue ofensiva” y que “usted no se imagina la indignación del gobierno noruego por esa pregunta”. Es decir, ¿los periodistas deben censurar sus preguntas para no afectar las susceptibilidades de los entrevistados? Claro que no, uno de los objetivos propios del periodismo es precisamente incomodar al poder. También preocupa la ligereza con que el presidente Santos le dice a una periodista cómo debe hacer su trabajo. Lo dijimos en su momento cuando ocurrió el escándalo con Vicky Dávila: cualquier manifestación del primer mandatario, mientras esté en la Presidencia, parte de un desequilibrio de poder entre él y sus interlocutores. Independientemente del contenido de la pregunta, Arcila estaba en todo su derecho de formularla.
Dicho lo anterior, no sobra preguntarnos, como medio y como periodistas, si servir de megáfono a esas evidentes falsedades no es perder relevancia en un escenario de posverdad. La pregunta de Arcila es síntoma de un periodismo muy practicado en Colombia y el mundo que se resigna a ser el mero portador de declaraciones: alguien lanza una acusación ridícula y, en vez de analizarla, cuestionarla o exigir pruebas, lo que hacemos es pedirle al acusado que responda. Así, el cubrimiento se reduce a titulares con frases incendiarias y triunfan quienes saben pescar en el río revuelto del populismo a punta de mentiras. El debate público, entonces, termina secuestrado por la pregunta de si, por ejemplo, el Nobel fue comprado o no, y todos caemos en el huracán de la violencia retórica que no se preocupa por los hechos o la complejidad de los retos que enfrenta el país.
Responder a esta nueva realidad, por supuesto, no es tarea fácil. Pero si los periodistas queremos dar evidencias de que somos relevantes ante una pluralidad casi inacabable de fuentes de información, tenemos que volver a las raíces del oficio: frente al facilismo de la viralidad y la mezquindad de quienes hacen política irracional, debemos responder con cuestionamientos e investigaciones; ser quienes le exijan al poder (y a quienes lo buscan) tener pruebas de lo que dicen; recuperar la confianza perdida demostrando que en este mundo todavía son importantes los hechos, no los eslóganes vacíos o las frases altisonantes.
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