Se trata de lograr hoy el efecto Nixon de comienzo de los 70, pero al revés: fortalecer a Rusia frente al poder chino. / Foto: AFP
EDITORIAL 8 ENE 2017 – 9:00 PM
La situación en la que quedó Donald Trump no podía ser más incómoda. Durante la campaña no ahorró elogios para el presidente ruso. Desde Moscú, Putin tampoco ocultó su preferencia y simpatía por el magnate neoyorquino. De ahí que Trump prefiriera arremeter contra sus propios servicios secretos, restándoles importancia y seriedad a sus conclusiones.
Por: El Espectador
A finales de la semana anterior, las principales agencias de inteligencia de Estados Unidos señalaron a Vladimir Putin de haber ordenado un ciberataque que permitió inclinar la balanza electoral a favor de Donald Trump. A la ya de por sí grave situación se sumó la tozuda actitud del presidente electo, reacio a aceptar dicha realidad, a pesar de las contundentes pruebas. Este es otro hecho que augura polémica para el nuevo ocupante de la Casa Blanca.
La situación no puede ser más paradójica. Mientras los directores de la Agencia de Seguridad Nacional (NSA) y de la Dirección Nacional de Inteligencia y el subsecretario de Defensa para Inteligencia expiden un comunicado donde afirman que “Rusia es un ciberactor pleno que constituye una gran amenaza al gobierno estadounidense y a sus intereses militares, diplomáticos y comerciales, así como a la infraestructura crítica y las redes de recursos claves”, Trump cuestionó duramente dichas afirmaciones. Lo cierto es que, en plena campaña presidencial, y con el visto bueno del Kremlin, el Comité Nacional Demócrata (DNC) sufrió ataques informáticos y los datos obtenidos se utilizaron para desprestigiar a Hillary Clinton. Esto le costó en su momento la cabeza a la presidenta del DNC.
Según la investigación, la estrategia rusa “evolucionó a lo largo de las elecciones” y sufrió un cambio “cuando los rusos consideraron que la secretaria Clinton podía ganar, para centrarse en perjudicar su futura presidencia”. La información obtenida se distribuyó a través de blogueros especializados, se publicó mediante noticias falsas en medios cercanos al gobierno ruso y se contó para ello con el apoyo de personas pagadas que le dieron amplia difusión en las redes sociales. Aquí Wikileaks y su fundador, Julian Assange, jugaron un papel central en la distribución de dicha información.
La situación en la que quedó Donald Trump no podía ser más incómoda. Durante la campaña no ahorró elogios para el presidente ruso. Desde Moscú, Putin tampoco ocultó su preferencia y simpatía por el magnate neoyorquino. De ahí que Trump prefiriera arremeter contra sus propios servicios secretos, restándoles importancia y seriedad a sus conclusiones. Afirmó que “aunque Rusia, China, otros países, grupos y personas externas estén intentando irrumpir en la ciberinfraestructura de nuestras instituciones gubernamentales, negocios y organizaciones, incluido el Comité Nacional Demócrata, esto no tuvo ningún efecto en el resultado de las elecciones”. Sin embargo, el daño ya estaba hecho. Que el futuro comandante en jefe del país, sumado a la prensa y los comentaristas conservadores, le diera más credibilidad a Wikileaks, que ha negado la participación rusa, frente a la contundencia de las pruebas de sus servicios de espionaje dejó una vez más en claro lo controversial que puede ser el primer mandatario electo.
Esta situación pone en jaque sus primeros movimientos en materia de política exterior, en los cuales priorizó su relación con el Kremlin y se pronunció contra China. La estrategia de lograr un reequilibrio entre las dos potencias, acercándose a Putin para que actúe como contrapeso frente a Pekín, a pesar de ser una apuesta arriesgada, tiene un fundamento geopolítico válido. Se trata de lograr hoy el efecto Nixon de comienzo de los 70, pero al revés: fortalecer a Rusia frente al poder chino. Sin embargo, algo va de Nixon a Trump; de la URSS a la actual Rusia y de la China de Mao a la de hoy.
Lo cierto es que la propuesta actual de Trump arranca, en principio, con pie cojo. No es fácil vender la idea de aliarse con quien orquestó desde Moscú el ataque a la seguridad interna del país para influenciar a su favor el resultado electoral. Sin embargo, serán los congresistas demócratas y republicanos quienes tendrán la última palabra al respecto. Vienen días movidos en el país del norte.
¿Está en desacuerdo con este editorial? Envíe su antieditorial de 500 palabras a [email protected].