Ómar Rincón, crítico de televisión.
Es evidente que hay una crisis de sentido, legitimidad, credibilidad, de oficio y de enseñanza.
Por: ÓMAR RINCÓN |
El 2016 fue el año en que el periodismo se perdió. El periodismo era ese oficio de ir a la realidad, comprenderla y explicarla vía el relato.
En el 2016 perdió a la realidad, no comprendió donde sentía y significaba la gente y mucho menos contó el mundo.
El periodismo no supo leer la actualidad que acontecía. Ni en el ‘brexit’ en Inglaterra, ni en el plebiscito en Colombia, ni en la muerte de Fidel en Cuba.
Y como escribe el maestro Caparrós, en lugar de hacer la autocrítica, comenzó a culpar a la realidad que ahora se llama Facebook; culpó a la emocionalidad de la realidad que ha llevado a que nos convirtamos a la religión de la indignación y la fe en la mentira; culpó a los evangelistas de la indignación por manipular emocionalmente; culpó y culpó… pero no se auto-miró. (Lea también: La tele está viva, la información no tanto)
La catástrofe del 2016 demostró que el periodismo tiene una crisis de sentido, legitimidad, credibilidad, de oficio y de enseñanza.
El periodismo del siglo XX ha dejado de existir: ese “a la manera norteamericana”, del equilibrismo, los grandes relatos, los expertos y opinólogos, los grandes medios, la no-militancia.
Por lo tanto hay que reinventar el oficio, y para eso habrá que comprender que la lucha de los poderosos es por el relato de la hegemonía política… y por el mercado de la opinión pública. (Además: La paz en el periodismo)
Y que en estas luchas los medios han dejado de ser foros de la democracia y se han convertido en actores políticos que defienden al mercado y a sus amos.
Que la opinión pública ha migrado de las noticias a las ficciones de series y telenovelas, y al entretenimiento de las redes digitales (Google, ‘youtubers’, Facebook, Twitter, Snapchat, Instagram). (Lea también: No son las redes, es el periodismo)
Que los modos de narrar del periodismo y sus formatos ya no sirven para dar cuenta de la vida de la gente, que desde siempre necesita y exige la emoción para existir, historias y tonos más allá de la solemnidad y más cerca del humor y esperanza.
Y que las redes digitales, la vida en extimidad (las intimidades en público) y la nueva era logran responder mejor que el periodismo.
Que los modos de narrar, también, cambiaron con la transmedia o como contar en convergencia de pantallas que han llevado a que las historias migren a los datos, a las relaciones, a la visualización de la información.
Que el periodismo debe generar nuevos vínculos (‘engage’) que pongan en valor al ciudadano. (Vea: El periodismo guau)
Y por eso hay que reinventarlo para hacer el periodismo Frankenstein o de los fragmentos; periodismo mutante o cuando el relato toma la forma de la realidad; periodismo DJ que mezcla goces y sentidos para sus audiencias; periodismo bastardo en el cual los periodistas somos traficantes culturales pop y populares.
Lo que si no mató el 2016 fue la necesidad democrática del oficio del periodismo, sus ganas de joder a los poderes, su función de narrador social… pero, eso sí, hay que hacerlo de y en otros modos.
ÓMAR RINCÓN
Crítico de televisión