“Lo que más confunde es el ‘costurero político’”: Sergio Jaramillo

“Desde hace cinco años, quedó claro que las Farc no iban a entregar sus armas al Gobierno”, recuerda el comisionado Sergio Jaramillo. Cristian Garavito

El alto comisionado para la Paz se refiere al histórico comienzo de la etapa de dejación y entrega de armas por parte de las Farc, en simultánea con el disturbio generado por 28 generales en retiro.

El 1º de marzo se inició el cronograma para la entrega de armas de las Farc. Es decir, llevamos cuatro días de activación de la pieza –tal vez– más importante del fin de la guerra, pero hubo dificultades. ¿A qué se debieron?

Por Cecilia Orózco Tascón

El Acuerdo dice que con la entrada de las Farc a las zonas se inicia el registro y el almacenamiento de armas. Como el ingreso se retrasó, tuvimos que adecuar los primeros pasos de la dejación de armas. Sin embargo, el marco de los 180 días se mantiene. En eso estamos de acuerdo Gobierno, Farc y Naciones Unidas.

Algunos medios informaron que el día señalado para el inicio de la devolución de las armas, es decir, el 1º de marzo, no hubo una sola entrega. ¿Cierto o falso?

Lo que se anunció fue el comienzo del proceso de dejación, que supone primero el registro y luego la entrega de las armas. Y eso es lo que va a pasar.

¿Por qué y con base en cuáles cálculos se decidió que el proceso de entrega dure 90 días?

Casi todos los procesos de desarme de una guerrilla son escalonados. Así fue en El Salvador, por ejemplo. Tres meses nos pareció un tiempo razonable para la entrega de las armas individuales. No hay razón para que no pueda cumplirse.

Habla usted de “armas individuales”. ¿Cuándo entregarán las pesadas (lanzamisiles, misiles tierra-aire, morteros, etc.)?

Como indica el Acuerdo, junto con las armas de los que salen definitivamente de las zonas para cumplir otras tareas, las armas pesadas deben ser las primeras en entregarse.

Un primer tropiezo logístico, que parece intrascendente pero no lo es, fue el que comunicó públicamente el jefe de la misión de la ONU, Jean Arnault, cuando preguntó al Gobierno y a las Farc si estarían de acuerdo con ampliar en un mes el inicio de la operación de entrega, por el atraso en la construcción de campamentos y contenedores. ¿Por qué les molestó a ustedes esa sugerencia?

Como dije, estuvimos de acuerdo en la necesidad de revisar el calendario de los primeros compromisos de dejación porque las Farc no habían entrado a las zonas, pero no en esperar a que los campamentos estuvieran terminados para que Naciones Unidas comenzara a construir los sitios de almacenamiento de las armas. Eso no tiene ninguna lógica.

¿Hubo molestia del Gobierno por esa solicitud de Arnault que coincidió con la petición que estaban haciendo las Farc?

A nosotros nos parece que es mejor sentarse en una mesa a resolver los problemas.

¿La responsabilidad de la construcción de los contenedores es sólo de la ONU o también del Gobierno y qué se hará mientras están listos?

El almacenamiento de las armas es responsabilidad de la ONU aunque nosotros, por supuesto, estamos dispuestos a ayudar. Mientras esos depósitos se terminan de construir, la ONU está instalando unas cajas metálicas en los campamentos que serán custodiadas permanentemente por sus monitores.

Esta operación de desarme es vital tanto para derrotar la desconfianza de los incrédulos como para sellar la paz. ¿Por qué se decidió que la supervisión de la misma la hicieran las propias Farc y la ONU sin participación del Gobierno?

Desde cuando comenzamos a hablar confidencialmente con las Farc hace cinco años, quedó claro que ellas no iban a entregar sus armas al Gobierno. Ninguna guerrilla lo hace. Necesitábamos que un tercero con credibilidad las recibiera. Y eso se logró con el acuerdo sobre una Misión Especial de la ONU con supervisión del Consejo de Seguridad.

¿Cuál es la logística prevista para la entrega: registro del arma, registro de la identidad de quien la entrega y proceso de almacenamiento para que haya estadística precisa de la operación?

Como anunció Naciones Unidas, el jueves comenzó el registro de todas las armas en los campamentos que supone, primero, tomar nota del número de serie de cada una de ellas. Y segundo, almacenarlas, comenzando por las armas de acompañamiento (morteros, ametralladoras) y las armas de quienes han salido de las zonas –como los miembros del mecanismo de monitoreo y verificación–; y siguiendo con el primer lote del 30 % de las armas individuales. El registro de las personas estará a cargo de un delegado de la Oficina del Comisionado de Paz en cada una de las zonas. En otras palabras, la ONU responde por las armas y nosotros respondemos por la certificación de los hombres.

¿Cuáles armas se almacenarán y cuáles se destruirán?

El llamado “armamento inestable”, como los explosivos, está siendo destruido. El resto de las armas van todas para un contenedor.

¿Cuánto tiempo permanecerán las armas en esos contenedores?

Las armas permanecerán en los depósitos a más tardar hasta el día D+180. En ese momento la ONU las saca de todas de las zonas y las lleva a un lugar para hacer tres monumentos con ellas.

Aunque las Farc han dado pruebas de su compromiso con el Acuerdo de Paz, debe existir un sistema riguroso de verificación de cada paso del proceso de desarme. ¿Cuáles garantías hay de que entregarán todo el armamento y no guardarán una parte?

A diferencia de lo que ocurrió con los paramilitares, el Gobierno dispone de muy buena información sobre el armamento de las Farc. Si las cifras no casan, se lo haremos saber a la ONU y se tomarán las medidas correspondientes. Hasta ahora vamos bien. La cifra de los hombres y mujeres que entraron a las zonas corresponde con bastante exactitud a la cifra que teníamos.

¿Y también tienen cifras sobre el número de armas y sitios originales de ubicación?

Las Fuerzas Militares y la Policía tienen muy buena información al respecto.

Entiendo que el protocolo de entrega respete la dignidad y evite la exposición excesiva de quienes se reintegran a la institucionalidad. ¿Esta consideración fue el motivo para que la operación de dejación de las armas se ejecute sin medios de comunicación?

Así es. Pero yo creo que más pronto que tarde, las mismas Farc se van a dar cuenta de que lo que más le conviene al proceso, al país y también a ellas mismas, es que los colombianos vean la evidencia de que dejaron las armas. En esto, las imágenes son definitivas. Podría ocurrir al final.

Para usted, que ha trabajado en este proceso desde el primer momento, ¿esta etapa del llamado “Día D+90” es el más emocionante como símbolo del fin de la guerra o hay otros?

Por supuesto que ver a las Farc marchando ordenadamente hacia las zonas o hablando con nosotros de dejar rápidamente las armas para poder constituir su partido político, como lo hicieron esta semana en la zona del Yarí, es satisfactorio. Pero a mí lo que más me interesa no es eso. Me interesa que se implementen los acuerdos y, en especial, la reforma rural integral y los Programas de Desarrollo con Enfoque Territorial (PDET), para que esos millones de campesinos, colonos, indígenas y afros que por tanto tiempo han vivido en el desamparo y en la penumbra de la conciencia nacional, tengan una segunda oportunidad.

¿Esos “millones de campesinos” no están de nuevo bajo amenaza por la reaparición de bandas paramilitares y, otra vez, por la falta de presencia del Estado?

Claro. Por eso la tarea más urgente de todas es la de implementar una estrategia efectiva de seguridad para la transición en los territorios.

¿Por qué los colombianos de ciudad que han apoyado la paz pero también los que se han opuesto a ella se ven tan indiferentes al desmonte de 50 años de guerra?

No creo que haya una sola explicación. Evidentemente hay una distancia grande en el tiempo: son más de cincuenta años y la gente se acostumbra a la anormalidad. Hay, también, una distancia grande en el espacio: hace mucho tiempo que nadie en el parque de la 93, de Bogotá, o en el parque Lleras, de Medellín, siente que el conflicto le está respirando en la nuca. Pero lo que más confunde, creo yo, es la política, el costurero político en que vivimos, que resuena en todos los medios y que poco, o más bien nada, tiene que ver con lo que vive a diario la gente en las regiones.

¿Le ha hecho daño el “costurero político” a la pacificación de los espíritus en el país? En otros términos, ¿cree que las palabras armadas dificultan el desmonte físico de la guerra?

Así es. En realidad, las armas son lo de menos. Lo importante es sacar el conflicto de las mentes y los corazones de la gente y crear espacios de diálogo y convivencia. La polarización y el insulto como formas predilectas de comunicación, que campean desde las redes sociales hasta el Congreso, en nada ayudan a desmontar la guerra.

En desarrollo del Acuerdo están ocurriendo varios hechos simultáneos: dejación y entrega de armas, debate legislativo para aprobar amnistías o beneficios similares y trámite de aprobación del partido político de las Farc. ¿Hay peligros en esta etapa?

Vamos bastante bien, pero no nos podemos confiar. Hay que volver a decirlo: la firma del Acuerdo fue el verdadero comienzo, y no el fin, del proceso. El que crea que todo está resuelto porque las Farc entraron a las zonas, no ha entendido nada. Detener definitivamente cincuenta años de guerra va a tomar una generación.

¿Por qué una generación?

En términos materiales, Colombia tiene un rezago tan hondo en el campo, incluso en comparación con casi todos los grandes países de América Latina, que nos va a tomar varias generaciones salir del atraso. Pero una transición de diez años con gobiernos dedicados a implementar los acuerdos y a sacar el campo adelante, puede hacer la diferencia. Y en términos espirituales, si cabe la palabra, no va a tardar menos tiempo sacarle a la sociedad los odios y resentimientos que carga en sus entrañas. Por esa, entre otras razones, hicimos de las víctimas un pilar del Acuerdo. El problema de fondo, como siempre, es político. Sin nuevos liderazgos –ante todo en las regiones–, que muevan con convicción al país hacia algo más parecido a una democracia del siglo XXI, poco o nada de esto va a funcionar.

Un ruido perturbador sucedió la semana pasada cuando varios generales en retiro amagaron con enviarle una carta, casi con sublevación, al presidente Santos. Pareció que desistieron, pero el viernes pasado la firmaron 28. ¿Cómo interpreta este hecho?

El ruido es por el sistema de justicia que está en manos del Ministerio de Defensa. Ninguna decisión sobre agentes del Estado se toma en el Congreso sin su aprobación. Lo que puedo referirle es lo que he visto en el terreno: un comportamiento, en este proceso, de nuestras Fuerzas Militares y de Policía absolutamente ejemplar. Eso es lo que cuenta. En estos días he estado hablando con los oficiales del Ejército encargados de la seguridad de las zonas y su profesionalismo me lleva a soltar lágrimas. No creo que en ningún otro país, un Ejército se haya comportado con tanta altura y seriedad durante la etapa de cese al fuego con una guerrilla. ¿Y qué decir de los más de 1.400 hombres de la unidad de la Policía (Unipep) que protege día y noche a los miembros de las Farc sin que estos hayan puesto queja alguna? Para mí, son héroes de la patria.

Pero ¿cómo explicar que finalmente los generales en retiro le hayan enviado la carta al presidente, incluso con la firma del general Mora?

Lo primero que noto es falta de comunicación. Hay que sentarse a hablar. En lo que me corresponde, que es el tema de las zonas veredales, las puertas de mi oficina están abiertas.

Los grupos del No al plebiscito no aceptan el denominado “nuevo acuerdo”. Algunos han dicho que si ganan las próximas elecciones presidenciales, desmontarán el acuerdo. ¿Cuáles garantías puede dar el Estado hoy, de la seriedad de la palabra ya empeñada?

Garantías hay muchas: la garantía del Plan Marco que proyecta la implementación de tres planes de desarrollo y asegura su financiación; la garantía del artículo transitorio para que los contenidos del Acuerdo sean parámetro de interpretación de sus desarrollos legislativos; la garantía de la declaración del presidente Santos ante las Naciones Unidas. Pero la principal garantía, a mi juicio, es el sentido común de los colombianos. ¿Quién va a querer volver a donde estábamos? Dediquémonos, más bien, a implementar los acuerdos, y eso va a hacer la diferencia en este país.

Tomado de:El Espectador.com