¿Para dónde vamos?

En su empeño de acumular riqueza, muchos sacrifican honor, dignidad y decencia. Y su libertad.

18 de marzo 2017 , 12:00 a.m.

Peor, imposible. La corrupción, un cáncer que solo daba en los bajos fondos, se globalizó e infectó todos los estratos de la sociedad. Es ‘modus vivendi’ de ciertos contratistas y ciertos políticos cuyo afán es enriquecerse, tener más billete, más propiedades y más poder. La codicia rompe el saco, dice un refrán. No hay barreras morales ni éticas que la contengan. Y los corruptibles ya no se corrompen por cualquier chichigüita. Hoy, la cosa es en grande. Investigadores gringos descubrieron que Odebrecht, una firma brasileña dedicada a corromper, ha extendido sus tentáculos por todo el continente.

En Colombia, esa megacorruptora encontró terreno abonado. Dos ejemplos muestran hasta dónde llegaron tanto la audacia de los corruptores como la ambición de los corruptibles: un viceministro, o un segundo de a bordo del Ministerio de Transporte de un gobierno que se precia de impoluto, le exigió a la tramposa Odebrecht ¡6,5 millones de dólares!, unos 195.000 millones de pesos, para adjudicarle el tramo de una carretera. Y un exsenador, o antiguo padre de la patria, convertido en calanchín de la tramposa firma, le exigió por sus ‘servicios’ 4,6 millones de dólares, o unos 138.000 millones de pesos.

Frente a esa cruda realidad, los ciudadanos del montón no sabemos a quién creerle, ni qué camino coger. Todo, alrededor, está contaminado. A las cárceles llegan, día tras día, encopetados ciudadanos de cuello blanco, acusados de delitos varios que ellos en principio no reconocen. Pero, acosados por los hechos y ante posible rebaja de pena, terminan confesando sus delitos, como también sus compinches. Porque en esas altas esferas hay asociaciones para delinquir.

Esa codicia, en servidores públicos y congresistas, es doblemente condenable porque se lleva de calle patrimonio del pueblo.

Es desmedido el afán de enriquecimiento y son desmedidas también la audacia, la ambición, la desvergüenza. En su empeño de acumular riqueza, muchos sacrifican honor, dignidad y decencia. Y su libertad, tantas veces. Esa codicia, en servidores públicos y congresistas, es doblemente condenable porque se lleva de calle patrimonio del pueblo. Teniendo en cuenta tanto desastre, los ciudadanos debemos tener “ojos abiertos y oídos despiertos”, como decía un publicista, para saber por quién votar en las próximas elecciones. Es urgente analizar las hojas de vida de los que aspiran a gobernar, o a ser congresistas, para que no nos metan gato por liebre.

Así las cosas, y a pesar de las trampas, las desilusiones y los desengaños, hay una luz en el camino: el exgeneral Óscar Naranjo, nuevo vicepresidente de la República. Con una hoja de vida al servicio del país, le mete el hombro al Gobierno en un momento crítico. Porque, aparte del lío porque el gerente dejó entrar dinero de Odebrecht a las campañas de J. M. Santos, los enemigos que piden que Santos renuncie son también enemigos del acuerdo de paz. Y en ese campo siguen sembrando cizaña. Con miedos y mentiras, han conseguido que mucho colombiano no entienda ni aprecie lo que significa para el país y para todos que 7.000 guerrilleros de las Farc se hayan desmovilizado y estén a un paso de entregar sus armas a Naciones Unidas, para jamás volver a disparar.

Pero ahí está el vicepresidente Óscar Naranjo. En entrevista a Semana, dijo que impulsará los acuerdos para asegurar que la paz sea irreversible. Que invertirá su credibilidad en construir un país que proscriba la violencia para siempre. Que la responsabilidad de los líderes políticos es asegurar la participación ciudadana no a base de miedo y rabia, sino basada en la confianza y en la esperanza de tener un país mejor.

LUCY NIETO DE SAMPER
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Tomado de:El Tiempo.com