Por: Gonzalo Silva Rivas, Socia CPB
Formalizado el acto final de dejación de armas de las Farc, le corresponde al Gobierno darle forma a esa otra buena promesa hecha a lo largo del proceso de paz con el grupo guerrillero. El presidente Santos anunció que la terminación del conflicto no solo potenciará al turismo, sino que le permitirá al país rescatar muchas zonas espectaculares que por su calificación de “rojas” nos han sido vetadas a varias generaciones de colombianos.
El nuevo escenario que deja la culminación del viejo conflicto sin duda atraerá la mirada de millares de turistas, antes poco dispuestos a visitar estas tierras sacudidas por la violencia y que reposan de tiempo atrás en las listas negras de los destinos riesgosos, con las que algunos Estados alertan a sus connacionales. En el último quinquenio, incluso, mientras se adelantaban las negociaciones en La Habana, Colombia comenzó a sonar como alternativa de viajes en las revistas internacionales, y de salto en salto incrementó en un 60 por ciento el ingreso de turistas y sobrepasó el techo de los cuatro millones.
La importancia de ponerle punto final a la rebelión del movimiento subversivo más longevo del mundo occidental radica tanto en la posibilidad de atraer mayores flujos de viajeros hacia nuestros habituales productos turísticos urbanos y de playa —ya reconocidos en los portafolios del sector—, como en la promisoria alternativa de abrirle las puertas al incalculable potencial de naturaleza y aventura que durante 53 años estuvo perdido para el disfrute de colombianos y extranjeros por la devastadora acción de la guerra.
El próximo desafío del presidente Santos —y de quien le suceda— será desenclavar estas regiones marginadas por la violencia y promoverlas como polos de desarrollo. Ello implicará taparles las cañerías a la corrupción y a la politiquería que históricamente las han victimizado y priorizar recursos, con el fin de financiarles obras esenciales de infraestructura, en materia de vías terciarias, servicios públicos, educación y salud. En la medida en que el Estado funcione y las saque del retraso evitará que otras bandas criminales se lucren del mismo botín y le pondrá verdadero acento a un acuerdo de paz integral.
La transformación de los antiguos escenarios de guerra implicará implantar un modelo institucional descentralizado que conlleve nuevas dinámicas sociales, políticas y económicas que apalanquen las economías locales y reduzcan la brecha en términos de calidad de vida con el país urbano.
El impulso de una industria turística sostenible —paralelo al fomento de su vocación agrícola— tendrá efectos positivos para estas regiones, en las que se configura un abrumador contexto de pobreza y desigualdad. Fortalecerá la integración de las comunidades víctimas del conflicto y brindará opciones de ingreso lícito, diferentes a las provenientes de sectores irregulares, minería ilegal y narcotráfico. En consecuencia, contribuirá a producir una buena tajada de dividendos para generar empleo y crecimiento y, de contera, para alivianarle las cargas a un país que padece de serias vulnerabilidades económicas.
Los numerosos tesoros culturales y naturales escondidos entre sus paisajes andinos y su vegetación amazónica no solo constituyen una alternativa de desarrollo sino que resumen el empaquetamiento de una oferta única, con toque exclusivo dentro del mercado internacional. Y dado el obligado salto cualitativo que deberán registrar los niveles de seguridad, será un estímulo visitarlas, sin llevar a cuestas el fantasma de la violencia.
La etapa del posconflicto es una oportunidad para comprometer la presencia de todos los actores públicos y privados que participan en el desenvolvimiento del sector e implementar una política turística planificada, con visión estratégica. Se presta como estratégica coyuntura para que la inversión privada marque un punto de quiebre, aportándole recursos, capacitación y tecnología a los emprendimientos turísticos productivos.
Pese a la absurda incomprensión de sus detractores, el presidente Santos puso en juego buena parte de su capital político para sacar adelante un proceso de paz inimaginable. Su paso por la historia será refrendado si echa los restos en la búsqueda de una nación inclusiva, equitativa y reconciliada, que pueda visitarse, recorrerse y disfrutarse sin sobresaltos. Materializada la voluntad de desarmar a la guerrilla, ahora le corresponderá al Nobel darle a las zonas “rojas” un toque verde esperanza.
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