BLANCO Y NEGRO
Por: Gabriel Ortiz socio CPB
Ya las alarmas nos ensordecieron. Ya aprendimos a convivir con ellas. Ya a nadie le importan. Hay 2.000 bombas de gran poder sobre la capital de la República que nos llevarán al más mortífero cataclismo.
La apacible aldea fundada por Quesada, con sus gentes luciendo los más elegantes atuendos oscuros; de sombrero con velo y guantes ellas, de chaleco, corbata y zapatones ellos, sin que faltara el paraguas, era apetecible y apacible. El tranvía, los voceadores de prensa, los lustrabotas, los cafés para tomar tinto, le hacían la vida amable a sus habitantes.
Contaba con el mejor sistema de transporte, con unos vehículos cuadrados, de gran amplitud y calidad que paraban cada dos cuadras, donde ordenadamente los usuarios esperaban, en estricta fila y un trolebús eléctrico que hoy envidian muchas ciudades.
Existían unos taxis rojos, con choferes uniformados y muy educados.
La movilidad, sin los descuadrados semáforos de hoy era perfecta.
Todo era tranquilo y eficiente, hasta cuando empezó la fiebre del dinero rápido. Los politiqueros se unieron con negociantes inescrupulosos, Silvinos y Julios Cesar, que “envenenaron” la empresa municipal -luego distrital-, corrompieron a los conductores oficiales, bien pagados y educados, y empezó el desbarajuste y caos que terminó con el Transmilenio. La jauría de destartalados buses y busetas que eliminaron las filas e introdujeron los racimos humanos. La aldea había crecido, la corrupción también, mientras los gobernantes y concejales se hacían los de la vista gorda, estimulados por un transporte gratuito los días de elecciones. Se disparó el desorden y el negocio que parece que no tener fin.
Años más tarde, apareció el Transmilenio, que considerábamos la gran solución. Pero nació mal principio. Extraordinarios articulados, que los usuarios abordan en unos oprobiosos corrales mal concebidos, pequeños como piensan los administradores y legisladores. Ruedan por unas vías en las que se aprecia la corrupción, porque no pueden soportar el peso, no obstante la gran inversión.
Esos excelentes articulados, los vendieron con una vida útil de 850.000 kilómetros, pero Petro y Peñalosa, le estiraron esa función a 1.250.000 kilómetros y los convirtieron en chatarras pintadas de rojo. Se han convertido en verdaderas bombas rodantes que amenazan milimétricamente la seguridad de la ciudad. Sus ruedas se desprenden, sus tanques de combustible ruedan por las calles y los tornillos dejan una huella a lo largo del recorrido. Y nada se diga los azules, el más monstruoso negociado que se conozca: las chatarras fueron habilitadas como buses nuevos. Son estructuras enmohecidas con chaqueta nueva.
Este desbarajuste no tiene fin. Peñalosa tiene su mente metida en caballitos de acero, humedales para pavimentar y jardines bromelianos.
Entre tanto, en Bogotá se eleva el nivel de colérico de sus gentes. Millares de hampones viven asesinando dentro de los transmilenios, mientras la solución: el metro duerme, duerme… como duerme la revocatoria… La aldea está condenada.
BLANCO: Javier Ayala, es el nuevo Director del Noticiero del Senado. Habrá sorpresas.
BEGRO: Los desastres naturales que azotan al mundo.
Tomado: El Nuevo Siglo
Esta opinión es responsabilidad única del autor, y no compromete al Círculo de Periodistas de Bogotá.