8 Agosto 2019.
Jorge Emilio Sierra Montoya (*)
Este siete de agosto los colombianos celebramos el bicentenario de la Batalla de Boyacá, cuando el ejército patriota, comandado por Bolívar y Santander, venció en 1819 -¡hace dos siglos!- a las tropas españolas, sellando así, en forma definitiva, la independencia de nuestro país.
Aquello sucedió, como todos sabemos, en el Puente de Boyacá, situado a pocos kilómetros de Tunja, la capital del departamento, que por tal motivo es considerada cuna de la libertad.
Al cumplirse hoy tan magno acontecimiento, resulta oportuno volver los ojos a esa ciudad y recorrerla de nuevo a través de la historia, según haremos a continuación.
Paso por la Colonia
Tunja es ante todo una ciudad colonial. Si usted la recorre paso a paso, lanzándose a las calles de su pequeño centro histórico, tendrá la alegría de perderse que se siente en la parte antigua de Cartagena o en el barrio La Candelaria, en Bogotá, donde igualmente están inscritas en las esquinas sus nombres originales: La Calle del Duende, La Esquina de la Pulmonía o la infaltable Calle Real, entre muchas otras.
Empiece, si quiere, por el parque principal o Plaza de Bolívar, con faroles colgantes, igual que en la época de los virreyes, y sus casonas centenarias, de varios siglos encima, desde la del fundador, Gonzalo Suárez Rendón, hasta la del capitán Gómez Cifuentes, sede de la gobernación, y la del también capitán Martín de Rojas, donde Enrique Santos Montejo –Calibán-,uno de los más célebres columnistas del periódico “El Tiempo”, editaba su periódico La Linterna, al servicio del partido liberal.
Columnas de piedra, paredes de tapia, balcones y más balcones, tejas de barro y vigas de madera y caña brava, se extienden aquí y allá, en los cuatro costados del parque y hacia los lados, hacia las manzanas adyacentes, como la Casa de don Juan de Vargas, comprada y restaurada por el maestro Luis Alberto Acuña para guardar, como en un cofre, bargueños y candelabros, sillas y vajillas de la realeza española, y hasta un bordado de Juana la Loca, reina madre del emperador Carlos V.
La Catedral, bautizada en honor al apóstol Santiago, es cuento aparte. Alberga nada menos que los restos del gran cronista de Indias, don Juan de Castellanos, “quien regentó este templo hasta su muerte”, y recibe a los visitantes con el busto de Monseñor Augusto Trujillo Arango, cuyo Sermón de las Siete Palabras, transmitido cada año por la radio, paralizaba al país entero, consagrado en aquel entonces, por mandato constitucional, al Sagrado Corazón de Jesús.
Y en la mitad de una calle, a todo el frente de la Catedral, la vía se parte en dos, abriéndose hacia el legendario Pasaje Vargas, cuyas casas enfrentadas quisieran tocarse, abrazarse entre balcón y balcón, como sucede en las callejuelas de Segovia (España).
Al cruzar hacia la otra calle, el transeúnte se encuentra de frente con la más hermosa iglesia de Tunja, la de Santo Domingo, que exhibe orgullosa la llamada “Capilla Sixtina del arte barroco hispanoamericano”.
Ahí usted empieza, con fe, a soñar, a tener visiones celestiales y a elevarse hasta lo alto, hasta el trono de Dios, con esa profunda espiritualidad que transmiten las iglesias, conventos y monasterios que proliferan a lo largo y ancho del casco urbano.
El espíritu religioso
En la Iglesia de Santo Domingo se venera a la Virgen del Rosario en un soberbio monumento religioso, donde al frente y a ambos lados se asoman imágenes talladas de pasajes evangélicos (como, por ejemplo, la Pasión de Cristo), que brillan por las laminillas de oro en la madera y, sobre todo, por la escultura radiante de la Madre de Dios, traída a Tunja en el año 1.600.
La belleza del arte religioso exhibido allí es comparable a la de templos como La Compañía (de la Compañía de Jesús) en Quito o la Catedral de Puebla, catalogada de tiempo atrás como La octava maravilla del mundo.
Los parroquianos permanecen de rodillas frente a la Virgen, en ocasiones con los brazos abiertos, como también lo hacen en un pequeño oratorio del Convento de San Francisco enseguida de la iglesia del mismo nombre, en la cual se esconde un invaluable tesoro artístico: La Crucifixión, cuadro original de Bartolomé Esteban Murillo, el famoso pintor español.
De otra parte, la Iglesia de San Ignacio, que cada año se convierte en sala de conciertos durante el Festival de la Cultura, se encuentra junto al convento de los jesuitas (entre quienes se contara por varios años a San Pedro Claver, “Esclavo de los esclavos”), donde funciona el Colegio de Boyacá que fundó el general Francisco Paula Santander dentro de su plan educativo y que se da el lujo de incluir en su lista de egresados a una decena de Presidentes de la República.
En la Iglesia de Santa Bárbara, a su turno, usted puede oír cantos gregorianos, sea en la nave central o en las naves laterales que forman una cruz, mientras se exhiben ornamentos adornados por Juana La Loca; en la Iglesia de las Nieves sorprenden, además de sus vitrales, El Señor de La Columna y los fuertes contrastes de rojo y amarillo en sus paredes, como en un traje de luces, y arriba, en la Iglesia del Topo, nos recibe la Virgen del Milagro, Patrona de Tunja y de la Fuerza Aérea Colombiana, que cada 9 de junio desciende, en procesión multitudinaria, hasta la Catedral, tras dos días y noches de celebraciones fastuosas, alegres, con pólvora y juegos pirotécnicos.
Por la calle donde está la que fuera residencia del ex presidente Eduardo Santos, ahora en restauración, se levanta el Convento de Santa Clara, transformado en museo religioso, donde se conserva la pequeña celda de la monja Francisca Josefa del Castillo y Guevara, gran poeta mística de la Colonia, con el estudio, la biblioteca u oratorio, donde ella escribía sus versos, en ocasiones desgarradores, turbados por tentaciones diabólicas.
Por último, encontramos el Templo de San Laureano, situado a pocos metros del Panteón de los Mártires, máxima expresión del período republicano, que exaltara Bolívar en honor a Tunja: “Esta ciudad es heroica; en ella la reacción del espíritu ha sido proporcionada a la opresión terrible”, para concluir, con elocuencia: “Foro del patriotismo y taller de la libertad”.
Culto a los héroes
El patriotismo tunjano es apenas natural. Al fin y al cabo, el Puente de Boyacá y el Pantano de Vargas se encuentran acá mismo, en el departamento, y mientras al primero se llega sólo en quince minutos por la vía a Bogotá, el segundo queda por los lados de Paipa, con el bello Monumento a Los Lanceros, obra maestra del escultor Rodrigo Arenas Betancur.
Así las cosas, es justo afirmar, en honor a la historia, que Boyacá, con su capital a la cabeza, fue cuna de nuestra independencia, de la libertad democrática. Tampoco es de extrañar, en tales circunstancias, el aire de patriotismo que se respira por todos lados, confundido naturalmente con los vientos que soplan desde los lejanos tiempos coloniales.
Nuestro espíritu patriótico se conmueve ante la estatua ecuestre de El Libertador, quien surge imponente en el parque principal de la ciudad, donde abundan las placas que registran su paso por esta tierra; en la efigie de Santander, quien fundara el Colegio de Boyacá y, especialmente, en el Paredón de Los Mártires, sitio donde fueron fusilados varios patriotas durante la reconquista española y su régimen de terror impuesto por Pablo Morillo.
El Paredón, por cierto, se conserva como era después del fusilamiento, ¡con los tiros de fusil metidos en el barranco tras disparar a los héroes!
Bustos y más bustos de próceres nacionales o de la Gran Colombia, dispersos en los parques, como Juan José Rondón, líder de los lanceros, frente a la Iglesia de San Francisco; exaltación permanente de los catorce ilustres boyacenses que han sido presidentes de la república, y la casa-museo de uno de ellos, el general Gustavo Rojas Pinilla, “su más egregio hijo” al decir de la placa conmemorativa donde nació, aunque otros municipios de Boyacá se lo disputan.
Como si fuera poco, en una esquina se aprecia la que fuera residencia de doña Inés de Hinojosa, seductora irresistible, cuya tenebrosa vida criminal fue recreada en pasajes novelescos que años atrás desvelaron a miles de televidentes, atraídos por sus pasiones y su singular belleza.
La historia, en fin, deambula a sus anchas por la vieja ciudad de Tunja, la cual parece responder al llamado de Menéndez y Pelayo, que consta en otra placa al lado de la Iglesia de San Ignacio, según el cual los pueblos no pueden abandonar su pasado para evitar una vejez sin memoria, cayendo en la demencia senil donde el olvido total hace estragos.
Colofón
Como capital del departamento de Boyacá, Tunja es sin duda el principal escenario (en virtud de las citadas batallas del Pantano de Vargas y de Boyacá que tuvieron lugar en su territorio) de la celebración del Bicentenario de la Campaña Libertadora.
¡Loor a Tunja, cuna de nuestra libertad!
(*) Miembro Correspondiente de la Academia Colombiana de la Lengua – [email protected]. (Columna publicada originalmente en eje21.com)