Semana, ¿el coronavirus del periodismo?

15 abril 2020 –

Por: Oscar García, Las 2 Orillas –

«Los periodistas que por décadas se han jugado la vida para informar al país, parece que estuvieran dormidos, como esperando que resucite Guillermo Cano para salvarlos»

Los virus son entidades peligrosas; pequeños, silenciosos y mortales. Su único objetivo: replicarse infinitamente. Éstos microorganismos entran en su huésped y de forma sigilosa destruyen todo lo que tocan. Cuando la víctima se da cuenta de la infección, ya suele ser demasiado tarde. Algunos, como el coronavirus, tienen una especial promiscuidad y unas víctimas predilectas: se esparcen rápidamente y al encontrarse con los ciudadanos que ofrecen resistencia o que son especialmente vulnerables, enfilan sus maquinarias para doblegar y destruir.

Pues bien, asistimos en estas semanas al cruel espectáculo de dos pandemias: el COVID-19 y la crisis del periodismo independiente. La primera tiene todos los reflectores encima, es omnipresente, es imposible no intoxicarse con la avalancha de información sobre el virus de Wuhan y no conmoverse con relatos de Italia, España o Guayaquil. La segunda, que también ocurre día a día frente a nuestras narices, no genera extensos cubrimientos y titulares amarillistas, pero igualmente transformará para siempre la sociedad en la que vivimos.

El virus llegó a Colombia hace unos 15 meses, enquistándose en un anciano de 74 años que, a pesar de su edad, era vigoroso y bastante combativo: la revista Semana. La víctima empezó a toser a los pocos días del contagio, primero pequeños carraspeos de censura (el caso del retorno de los falsos positivos y el primer despido a Daniel Coronell) y después, la falla total de algunos de sus órganos vitales como Fucsia y Arcadia. “Periodismo con Carácter” dice su eslogan, y el carácter fue lo primero que el virus le arrebató a la revista.

Pero la enfermedad no terminó ahí. Posterior al contagio, y al igual que con el coronavirus, llegaron un par de afectaciones: el amarillismo de Salud Hernández y el arrodillado gobiernismo por cuenta de Sandra Suárez. Al mismo tiempo, conectaron al moribundo paciente a una máquina para que respire por él, una mutación denominada “Semana TV” que desde el canal UNO (otro contagiado), procurará dar de que hablar, por encima de hacer periodismo con altura.

Ya habiendo invadido a la revista, el virus comenzó a replicarse exponencialmente, que es lo único que le importa. Vicky en las tardes y Salud en las noches, los “periodistas” replican sin filtro información dudosa todas las mañanas y los editores le lavan la cara al Presidente cada fin de semana. ¿Todo para qué? ¡Pues para triplicar el tráfico! ¡Ser virales es la orden! ¡La decencia es cosa del pasado! Mientras tanto, los médicos que deberían estar tratando esta enfermedad, los periodistas que por décadas han puesto en juego su vida para informar heroicamente al país, parece que estuvieran dormidos, como esperando que resucite Guillermo Cano para salvarlos. Parece que no se dan cuenta que el virus es el enemigo de todos, y que ahora, por extensión, Semana es el enemigo de su profesión.

Yo no soy periodista. Soy un ciudadano que observa como agonizan los medios, como si estuviera viendo a un ser querido en una UCI luchando contra el COVID-19. Impotente veo que el paciente no tiene salvación. Que lo único que nos queda es ver morir a Semana, por lo menos la Semana que conocíamos, y esperar que como RCN (que ya falleció hace rato), la revista de Felipe López se reduzca a un pasquín viral que nunca más le hablará al oído a los líderes de opinión, despojada totalmente de su credibilidad.