Responsabilidad compartida

23 julio 2020 –

Por: Gonzalo Silva Rivas, Socio del CPB – El Espectador –

En medio de una pandemia que cabalga con crecimiento alarmante en algunas zonas del país, el Gobierno le pone el semáforo en verde a la aviación comercial, duramente afectada por las restricciones impuestas tres meses y medio atrás, como consecuencia de la llegada y expansión del coronavirus. El plan inicia con la conectividad de dos capitales vecinas, cuyos indicadores de contagio dan cierto parte de tranquilidad, y marca el primer paso para la reactivación progresiva de las operaciones aéreas y para proyectar la paulatina y responsable reapertura de la actividad turística.

La realización de los primeros vuelos piloto entre los aeropuertos Palonegro, de Bucaramanga —aunque queda en Lebrija—, y Camilo Daza, de Cúcuta, permitirá evaluar y sacar conclusiones para corregir y mejorar, a futuro, el desenvolvimiento seguro del servicio e irlo extendiendo en el transcurso del tiempo a otros municipios no COVID-19. Los dos aeropuertos cumplen, al decir de sus administradores, con los protocolos de bioseguridad y, según los ministerios del Interior y de Salud, se encuentran listos para liderar la prueba.

En la cadena de la aviación, los aeropuertos son los puntos críticos para el contagio del virus y con la priorización estricta que se haga de las medidas de control en sus instalaciones —pasillos y salas de embarque—, como desinfección de áreas públicas y privadas, tomas de temperatura y distanciamiento social, se evitará que puedan convertirse en focos de propagación, como en los albores de la pandemia sucedió en Bogotá y otras ciudades del país, cuando durante varios días reinaron la improvisación y el desorden en sus terminales.

El proceso de reactivación aérea tiene como pionera a Easyfly, aerolínea que acredita niveles de responsabilidad social y empresarial y que en la presente coyuntura asumirá el compromiso de empezar a recuperar la confianza de los pasajeros y del propio país en la seguridad de la aviación. La operación se llevará a cabo con aviones turbohélice ATR42, cuya capacidad está limitada a 48 pasajeros y disponen de un sistema de filtrado y regeneración del aire, con rotación vertical, que evita que el coronavirus —distinto a otros virus del pasado— se transmita entre los pasajeros, quienes, sin embargo, deberán mantener el uso de tapabocas y asumir medidas adicionales de protección personal durante el tiempo del vuelo.

Ahora, las expectativas de las autoridades se concentran en estos primeros vuelos comerciales regulares. Los resultados favorables servirán para ampliar la cobertura del servicio hacia otras regiones del país, a fin de apuntalar la reactivación de sus economías, visiblemente golpeadas y deprimidas por el duro impacto de la pandemia. Otros destinos, como el Eje Cafetero, Rionegro, Montería, Arauca y San Andrés también piden pista para operar y será el manejo inteligente del Gobierno Nacional el que prenda luces, de acuerdo con el ritmo de desaceleración que tenga la pandemia en cada lugar.

Reabrir pistas e impulsar el rescate de la actividad turística dependerá de la contención del brote y la disminución del contagio, sumado al comportamiento responsable de la población y a la disposición y trabajo conjunto entre autoridades gubernamentales del orden central y regional. La apertura gradual del espacio aéreo doméstico deberá incluir el despegue escalonado de los demás sectores de la industria —hoteles, restaurantes, parques y atractivos naturales, agencias de viaje y empresas de representación—, para empezar a resarcir la pérdida de millares de empleos y recobrar el millón y medio de plazas laborales, directas e indirectas, que hasta marzo pasado le aportaba a la economía esta actividad, sobre la que el presidente Duque asumió el compromiso de convertir en el nuevo petróleo colombiano.

Los beneficios del transporte aéreo tienen fuerte incidencia en la economía. Impactan en los negocios y se ven reflejados en los gastos de los viajeros, en el valor de las exportaciones y en la inversión extranjera directa, toda una sucesión de ingresos productivos, generadores de flujos a largo plazo del PIB.

Aeropuertos y aerolíneas se preparan para recibir a los nuevos pasajeros y garantizar que, así como salen, lleguen en máximas condiciones de seguridad para no convertirse en transmisores de esta pandemia que tiene confundida a la humanidad y desató una crisis sin precedentes en el escenario global. El manejo que otros países que nos han precedido le han dado a esta fase de reactivación aérea nos deja enseñanzas para evitar incurrir en errores y equivocaciones con resultados fatales. Aplicar medidas rigurosas de bioseguridad, ejercer controles y convocar la conciencia ciudadana serán factores determinantes para que este trance sanitario no vaya a desembocar en tragedia.

El país deberá reactivarse, pero no a cualquier precio: en orden, sin decisiones precipitadas ni presiones de círculos de poder. Frente a las circunstancias que vive Colombia, no cabe más alternativa que buscar un equilibrio efectivo entre economía y salud, y trabajar en la atención simultánea de los dos frentes bajo la premisa de una responsabilidad compartida entre Gobierno y sociedad. Esa deberá ser la hoja de ruta para encender los motores de la aviación comercial y de la alicaída economía del país, que hoy afrontan su peor tormenta con radar medio borroso, poca gasolina en el tanque y sin piloto automático.

Posdata. Durante 2019 el mercado aéreo colombiano creció alrededor del 10% y superó los 41 millones de pasajeros, situándose como uno de los de mayor crecimiento en el mundo. La tasa de ocupación bordeó los satisfactorios niveles del 80%. El optimista escenario, golpeado por la pandemia, se vino al traste.

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