8 Agosto 2019.
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Tomado de: El Tiempo.
Este podría ser uno de los casos en los que el remedio se torna tan malo como la enfermedad. Colombia, que por mucho tiempo padeció de una deficiencia generalizada de yodo, ahora se enfrenta a un exceso de este elemento en el organismo por un consumo de sal que triplica lo recomendado, según revela un análisis académico a los resultados de la Encuesta Nacional de Situación Nutricional (Ensin 2015).
Lo grave de esto es que tanto la carencia como los excesos de yodo afectan directamente el funcionamiento de la glándula tiroides (reguladora del metabolismo del cuerpo), con consecuencias en toda la población que pueden ir desde trastornos pasajeros hasta complicaciones metabólicas severas y cáncer.
El médico endocrinólogo Iván Darío Escobar, expresidente de la Asociación Colombiana de Endocrinología y representante en Colombia de la Red Global de Yodo (IGN), revisó con lupa los datos emanados de la Ensin y encontró que la yoduria (presencia de yodo en la orina) sobrepasa por mucho los niveles recomendados por las autoridades mundiales de salud.
Se considera que hay deficiencia de yodo en el cuerpo cuando hay menos de 100 microgramos de yodurias por litro; y exceso cuando el nivel está por encima de 300, según la Asociación Colombiana de Endocrinología.
“En todos los grupos de edad se observan niveles preocupantes de yodurias, lo que hace inferir que el consumo de este elemento está desbordado si se tiene en cuenta que por la orina se elimina el 90 por ciento de lo que la gente ingiere”, asegura Escobar.
Por ejemplo, en el 63,8 por ciento de niños de 1 a 4 años se halló un promedio de 365 mcg/L; en el 75,2 % de niños entre 5 y 12 años la media sobrepasaba los 406 mcg/L; y el 70,5 % de mujeres en edad fértil bordeaba los 379 mcg/L.
El origen del problema
La deficiencia de yodo en el país se comenzó a conocer desde la época de la Colonia, sobre todo en regiones como Caldas y Cauca afectadas por el coto o bosio (crecimiento exagerado de la glándula tiroides por falta de este compuesto) y otros síntomas como deterioro mental, según relatan algunas crónicas históricas.
De acuerdo con estudios de otros países y la participación de algunos científicos nacionales y extranjeros, desde finales del siglo XIX hasta comienzos del XX Colombia exploró la forma de enfrentar esta situación que, para entonces, era un problema de salud pública.
A partir de las experiencias de Estados Unidos y Suiza, en 1947 el Gobierno colombiano emitió la ley 44, que estableció la norma para agregar yodo en la sal bajo la premisa de que este compuesto es escaso en la naturaleza y su presencia en los alimentos es casi nula.
“Se eligió la sal porque es un producto de consumo universal, barato, necesario para el ser humano, que se adiciona a casi todos los productos alimenticios de ingesta diaria en casa, así como a los productos procesados y ultraprocesados, a lo largo del año. Adicionalmente, puede ser monitorizada fácilmente en los sitios de producción y empaque, distribución y expendio, y finalmente en los hogares”, explica Iván Darío Escobar.
Por otra parte la sal al contacto con el yodo permite la formación de un compuesto (yodato de sodio) que además de estable es fácilmente asimilable por el organismo, especialmente por la glándula tiroides, agrega el químico Víctor Fernández.
En Colombia esta estrategia fue reglamentada en la década de los 50 y se estableció que cada gramo de sal debía tener entre 50 y 100 mcg o partes por millón (ppm) de yodo. Y funcionó por un tiempo. Estudios mostraron que la prevalencia del bosio se redujo de forma significativa a menos del 2 por ciento.
Pero medio siglo más tarde nuevos estudios epidemiológicos volvieron a notar un incremento en la prevalencia del bosio en el país, lo que llevó a reforzar la estrategia. Los buenos resultados volvieron a aparecer al punto que en 1998 Colombia recibió el reconocimiento como “País Libre de los Desórdenes por Deficiencia de Yodo” por parte de organismos internaciones. (Organización Mundial de la Salud y Unicef, entre otros).
Para el otro lado
En su análisis académico, el endocrinólogo Escobar señala que los resultados de esta estrategia costo-efectiva se pasaron al otro lado, al punto de tener ahora un exceso generalizado de yodo en la dieta, lo que corrobora de forma tajante la más reciente Ensin.
El experto achaca esta condición a dos factores potenciales. Primero, que la norma colombiana (50 a 100 mcg por gramo de sal) está por encima de las recomendaciones internacionales (20 a 40 mcg). Prueba de ello es que según lo reportado por la marca comercial más consumida, hoy cada gramo tendría 64 microgramos de yodo.
Y segundo, y quizás más preocupante, es que los colombianos estamos comiendo más sal de la necesaria. De acuerdo con Escobar, la ingesta personal diaria en el país llega hasta los 15 gramos en algunas regiones, cuando la OMS sugiere un máximo de 5 gramos por jornada.
Graves consecuencias
Para entender por qué es problemático el exceso de yodo en la dieta, hay que empezar por saber que la glándula tiroides produce hormonas determinantes para el desarrollo integral del organismo y su actividad metabólica, y este proceso requiere del yodo.
O en palabras más técnicas, Iván Darío Escobar sostiene que la tiroxina (T4) triyodotironina (T3) son hormonas yodadas y como es natural requieren de este metal para formarse y actuar correctamente.
El yodo debe llegar en cantidades normales. Si su deficiencia es persistente pueden aparecer el bosio y el hipotiroidismo, con síntomas variables como fatiga, estreñimiento, piel seca, aumento de peso, dolores, alteraciones cardiovasculares y depresión, que en el caso de los recién nacidos pueden afectar su crecimiento o causar problemas de desarrollo.
Por el contrario cuando las dosis son mayores a las recomendadas, además de un aumento en tamaño de la glándula, se puede provocar su inflamación y bloquear su actuar, lo que se conoce como un hipotiroidismo subclínico. Además de lo anterior, los desórdenes por exceso de yodo pueden provocar un hipertiroidismo temprano por una absorción exagerada después del déficit que produce un aumento de las hormonas tiroideas, en un efecto conocido como Jod-Basedow.
Pero también el bloqueo por el exceso de yodo puede configurar lo que se conoce como el efecto Wolff Chaikoff, que generalmente es transitorio.
Lo más preocupante, sin embargo, es que el aumento de yodo se ha relacionado con el incremento en la prevalencia de enfermedades autoinmunes de la tiroides, dentro de las cuales la de Hashimoto es la más conocida. Eso sin mencionar la hipótesis de que el exceso de yodo podría elevar los casos nuevos de cáncer papilar de la glándula, una teoría que aunque sigue en investigación cada vez tiene más solidez.
¿Qué hacer?
Con semejante diagnóstico, los expertos insisten en la necesidad de tomar medidas por parte de las autoridades sanitarias que podrían orientarse a disminuir el contenido de yodo en la sal, para lo cual se requiere modificar la Ley 0547 de 1996. Y por otra parte, dice Escobar, reforzar las campañas educativas tendientes a disminuir el consumo de sal en la población.
Sobre la primera medida se sabe que la subdirección de salud nutricional, alimentos y bebidas del Ministerio de Salud ya está en procura de modificar la norma vigente con el objetivo de que cada gramo de sal comercial en el país contenga de 20 a 40 partes por millón de yodo, como lo recomienda la OMS.
Frente a la segunda medida, el mismo Ministerio adelanta un programa para inducir a los colombianos a no consumir más de 5 gramos de sal al día, con el fin no solo de limitar la ingesta de yodo, sino de atenuar las enfermedades cardiovasculares y la hipertensión arterial.
“La conclusión es simple: hay que ajustar estos consumos de yodo en toda la población de manera urgente para contener el desborde de enfermedades tiroideas que con esta base se han convertido en un problema de salud pública en el país”, remata Escobar.
¿Dónde más se consigue el yodo?
El contenido de yodo en los alimentos depende de la cantidad que contengan los suelos o las aguas donde se disponen. Sin embargo, se sabe que algunas fuentes naturales importantes son los pescados, mariscos y otros productos de mar; los huevos, el ajo, las acelgas, las judías verdes o habichuelas, la piña, los champiñones u otras setas comestibles; la cebolla y el arroz integral.