19 mayo 2020 –
Tomado de: Luis Muñoz Pandiella – France 24 –
Miedo. Esta es una de las palabras más repetidas por el personal de salud de Bogotá, la capital colombiana. Pero a ese pánico le acompaña una gran dosis de realidad, en un momento extraño marcado por una pandemia. Ricardo Piglia, escritor argentino, escribió que «la pasión es el único vínculo con la verdad» y detrás del profesionalismo de quienes se enfrentan a diario al Covid-19, brilla una vocación de servicio que deja atrás cualquier temor.
En la entrada de la sede de la Secretaría de Salud de Bogotá, en Colombia, hay un fuerte dispositivo de seguridad. Mientras el personal administrativo registra a los visitantes, no dejan de llegar profesionales con su indumentaria hospitalaria habitual. Llevan mascarilla facial quirúrgica y una nevera: algunos vienen a recoger muestras para realizar la prueba de Covid-19; otros entregan los tests para que sean analizados en el laboratorio.
La Secretaría de Salud es el epicentro de la lucha contra el Covid-19 en la capital de Colombia. En su interior está el Centro Regulador de Urgencias y Emergencias (CRUE), donde se gestionan todas las llamadas de alerta ciudadana, entre las que se incluyen las del coronavirus.
Desde que empezó la pandemia ha aumentado el personal de atención en un 260%, han recibido cerca de 230.000 llamadas. El equipo de telefonistas está liderado por un médico, que decide qué hacer con cada posible paciente de coronavirus tras un cuestionario en el que se le pregunta por los síntomas.
En el mismo espacio, los telefonistas conviven con un equipo de psicólogos, que tratan de dar respuesta a los efectos colaterales en salud mental derivados de la pandemia. Explican que las llamadas por maltrato de género y a la infancia se han disparado. El Observatorio Colombiano para las Mujeres reportó un incremento del 142% en el número de llamadas, entre el 25 de marzo y el 11 de abril.
En el edificio contiguo de emergencias se encuentra el laboratorio biomédico. Es el lugar al que llega el Covid-19, en un bastoncito enfrascado y protegido con un protocolo de máxima seguridad. Una vez está en condiciones de aislamiento y protección, el equipo de científicos realiza, mediante técnicas de biología molecular, la famosa Reacción en Cadena de Polimerasa, conocida como PCR, con la que pueden detectar si hay presencia del virus. Han llegado a realizar más de 2.500 tests al día.
Bogotá fue una de las ciudades que más rápido actuó contra el coronavirus en toda la región de América Latina. Según fuentes de la Alcaldía, el domingo 10 de mayo, las tasa de contagio en la capital de Colombia era de 1,1 por cada millón de personas; una cifra menor que la registrada en Brasil, que alcanzó el 2,8 o en México el 1,95, según datos del Imperial College de Londres publicados el 1 de mayo.
Bogotá, con más de 7 millones de habitantes, inició un simulacro de confinamiento el 20 de marzo, que se hizo extensible a todo el país el 25 de marzo, y que todavía no ha terminado. En ese momento, en la capital colombiana solo había 65 pacientes y ninguna muerte.
Visitar, cada día, domicilios para realizar tests a posibles portadores del nuevo coronavirus
La rápida cuarentena decretada en Bogotá sirvió para que la curva de contagios avanzara de forma lenta y, de este modo, la Secretaría de Salud Pública ha tenido tiempo para prepararse.
Una de las áreas más reforzadas ha sido la del servicio de atención domiciliaria, que pasó de contar con cuatro vehículos a tener, a fecha de 14 de mayo, 97 unidades que están realizando una media de 600 desplazamientos diarios.
Juan Nicolás Corredor es uno de los médicos a domicilio. Cada día se sube a un coche de servicios públicos y recorre toda Bogotá en búsqueda del coronavirus. En esta ocasión se dirige a Engativá, una de las 20 localidades de la capital colombiana, ubicada en el noroccidente de la ciudad.
En un apartamento de un conjunto residencial le espera una familia de cinco personas con síntomas. Lo primero que hace Juan Nicolás es vestirse con el kit de protección protocolario: una mascarilla FFP2, una careta plástica, un gorro quirúrgico, una bata y pantalones impermeables y tres pares de guantes.
A continuación, de uno en uno, irá preguntando a cada miembro de la familia las dolencias que han estado sufriendo.
El padre estuvo a finales de febrero en Brasil y después de su regreso estuvo en cama varios días, aquejado de fuertes dolores. La madre siente que no puede respirar bien y que ha perdido parte del sentido del gusto y el olfato. El hijo mayor preocupa a los padres por haber nacido con una neumonía y lleva varios días con dolor de cabeza y tos intensa; la hija del medio tuvo problemas gastrointestinales; mientras que la menor es la única que no ha tenido ningún síntoma.
Tras el cuestionario, Juan Nicolás realiza un chequeo, revisando el estado de los pulmones. Y, por último, lleva a cabo el frotis, que consiste en la introducción de un bastón por un orificio nasal, que después guarda en unos frascos aislantes.
Esta dinámica para detectar al Covid-19 comenzó en Bogotá en marzo y la novedad todavía se siente en un ambiente de tensa calma. La familia se muestra tranquila, a pesar de ser posibles portadores de un virus que ha cambiado el mundo y del que no se sabe mucho. Durante la visita, los dos adultos siguen teletrabajando por teléfono, mientras los niños, con curiosidad, preguntan al médico asuntos sobre el virus. Al no poder procesar qué es una pandemia, asimilan la visita como un chequeo más.
Juan Nicolás trabaja con notable pedagogía y cariño. Incapaz de entender lo que el mundo está viviendo, afronta las visitas a los hogares con posibles positivos para el virus como si fuese una visita más y no como si estuviese inmerso en un presente donde un nuevo virus ha colapsado sistemas de salud de todo el mundo, con profesionales de la salud siendo el colectivo más afectado.
Durante la visita da prioridad al profesionalismo sobre el miedo y afirma sentir «orgullo de su profesión». Pide a la ciudadanía «que sea responsable porque ellos también tienen familia» y termina diciendo, que en su visita a las casas, «ha dominado el cariño de las personas».
Un cariño que no ha sentido Carlos Barragán, médico de atención prehospitalaria, que a diario se desplaza en una ambulancia y da atención a los casos más graves de Covid-19.
Sin embargo, lamenta que parte de la ciudadanía les esté tratando con temor: «Lo hemos notado en la calle, en la casa, con nuestros vecinos y con los pacientes que atendemos. Sienten miedo a nuestra presencia y cuando ven nuestros uniformes se distancian en el domicilio, en el supermercado o en los bancos. Nos hacen recomendaciones que ya sabemos y que tenemos muy claras».
«Sacar a una persona de la muerte es una satisfacción como persona y como enfermera»
Fernanda Castañeda es enfermera de la Unidad de Cuidados Intensivos del Hospital El Tunal. Hace turnos de 12 horas seguidas, cada dos días, para reducir las posibilidades de contaminación.
En su nueva cotidianidad, al realizar una vía para que sus pacientes puedan disponer de ventilación respiratoria, tiene miedo de que pueda haber algún fallo y pueda quedar salpicada de partículas con coronavirus.
Convive con el virus, al que «ve» prácticamente más que a sus hijos. «Nadie me ha preparado para una pandemia», asegura, para después lanzar un mensaje a la Fernanda que cursaba enfermería: «Uno estudia esto porque le gusta, porque ama lo que hace, porque sacar a una persona de la muerte es una satisfacción como persona y como enfermera».
La UCI del Hospital El Tunal ha tenido tiempo para prepararse con insumos médicos y más camas de cuidados intensivos. En Bogotá han aumentado en 563 las plazas, de las cuáles 42 han sido en El Tunal. Unas camas que aguardan desocupadas la llegada de pacientes y profesionales de la salud.
Es la imagen de una espera en la que se encuentra sumido el mundo desde que comenzó el 2020 y fue descubierto el SARS-CoV-2 en Wuhan, China.
En una de estas UCI, Zulma Salgado, supervisora de servicios generales, está limpiando una de las unidades. El personal de limpieza entra cada día en zonas contaminadas por Covid-19 para desinfectar durante 40 minutos los espacios.
Tienen todos los elementos de protección pero el riesgo sigue presente. Un trabajo que no siempre es reconocido, sobre todo cuando sienten que los médicos y enfermeras se llevan todos los méritos: «Sin nuestro trabajo no podrían estar los espacios limpios y no se podría acabar con el coronavirus», resalta Salgado.
No hay ninguna forma escrita de enfrentarse a una pandemia, por lo que cada profesional escoge el camino que puede.
Por ejemplo, Diana Duarte, jefa de enfermería de urgencias en el Hospital El Tunal, priorizó la protección de su familia. Lleva semanas viviendo en otro apartamento, de forma temporal, hasta que pase la pandemia. Una decisión que no terminará hasta una incierta vuelta a la normalidad.
Diana lo vive con angustia, sobre todo cuando llega al apartamento y, en soledad, no tiene más remedio que hablar con sus hijos por videollamada: «Les estoy robando tiempo de vida», asegura, pero también siente, al mismo tiempo, que en estos momentos es «gratificante formar parte del equipo de lucha diaria».
Diana es un ejemplo más de la primera línea de contención del virus, donde el compromiso esconde los miedos, los efectos emocionales y la distancia con los seres queridos.
Se trata de salvar vidas, a pesar de no tener siempre los equipos médicos adecuados, poniendo el valor comunitario, de los cuidados y del bien común en el centro, aguantando las deficiencias del sistema en sus hombros, sin heroísmo ni medallas, solo centrados en el profesionalismo y en poder ayudar al máximo número de personas.
Porque más allá de los aplausos, e incluso de las esporádicas discriminaciones, queda el interrogante extensible al conjunto de la sociedad de cómo podría continuar la vida, durante una pandemia, y cada día, sin la presencia de todos los trabajadores que forman el sistema de salud.