26 marzo 2020 –
Foto: LUCIA MACCHI.
Tomado de: BBC.
Desde su casa en Fagnano Olona, a 40 kilómetros de Milán, Lucia Macchi se disculpa una y otra vez porque no escucha bien las preguntas.
«Yo estoy bien, pero para hablar por teléfono estoy un poco lisiada», se explica.
«Y para peor ahora no puedo llevar a ajustar mi aparato porque el técnico que lo hace tuvo que cerrar», agrega con una voz dulce y fatigada por sus 90 años de vida.
Madre de tres, abuela de siete y bisabuela de cinco, única sobreviviente de 10 hermanos, Lucia es una de los millones de ancianos que hacen parte de la población más vulnerable a la pandemia del coronavirus.
BBC Mundo llegó a ella buscando darles voz en los medios.
Habla despacio, como midiendo cada palabra, y analiza la emergencia sanitaria con una extraordinaria lucidez. Y algo de poesía.»Es una experiencia inimaginable y mire que nosotros hemos pasado tantas. La Segunda Guerra Mundial, por ejemplo, la recuerdo muy bien. Pero era distinto, éramos jóvenes, despreocupados…
«Ahora nos están pidiendo el sacrificio de quedarnos en casa y la gente se queja. Sacrificio era ir a la guerra en Grecia, en África, ir a combatir como hicieron mis hermanos. ¡Eso era sacrificio!», comenta entre asombrada e indignada.
Este «sacrificio», o aislamiento social obligatorio, fue impuesto por el gobierno italiano luego de que se produjera un crecimiento exponencial de los casos positivos al coronavirus, que hasta el miércoles 25 de marzo se contabilizaba en 74.386 personas (en una población total de 60 millones), con 7.503 fallecidos, cuya edad media era de 78,5 años.
costumbrados a soportar»
Pero Lucia parece más interesada en ir más allá de los números y continúa su reflexión: «Tal vez estábamos demasiado bien. Con los supermercados llenos de comida, con esta cultura de la cocina que parece más para mirar que para comer… nos habíamos convertido en ricos, y hablo no solo de dinero. Ricos de tiempo, porque se trabaja menos. Ricos de viajes».
«Le digo siempre a mi hijo: ¡qué lindo que hoy la historia se puede tocar con las manos o ver por televisión! Cuando yo iba a la escuela no lograba ni siquiera entenderla del todo».
A ese mismo hijo, Giuseppe, quien cena con ella todas las noches, le decía ya antes de que llegara el coronavirus que hacía falta «frenar un poco el tren», que se corre demasiado en estos días.
«Y ahora escucho a las madres que están obligadas a estar en casa con sus hijos y que no lo soportan».
«Yo fui ama de casa toda la vida, sé lo que significa tener un hijo con fiebre y no poder sacar a la calle a los otros dos durante días. Pero no nos pesaba, estábamos más acostumbrados a soportar, a vivir en una economía más pobre, teníamos más paciencia», asegura.
«Y atención», dice alzando un poco la voz, «no eran sacrificios, no digo que tuve una vida sacrificada, para nada. Era un modo de vivir que estaba en nuestro código cultural, en cada familia. Se hablaba menos de dinero, había un código implícito de economizar, de medir los gastos. Todo eso se ha perdido».
Lucia hace una pausa, su voz se vuelve más fina, casi inentendible. Carraspea y se disculpa de nuevo: «Me falta un poco la voz porque soy alérgica y la primavera no me ayuda».
Le digo que si quiere paramos, pero no me oye. Y continúa: «Solo espero que esto termine pronto. Le pido a la gente, sobre todo a los jóvenes, que por favor tengan un poco de paciencia».
«Lo que me hace falta son los abrazos»
En medio de la «tragedia que estamos viviendo», Lucia rescata algo de positivo: «Este virus no es racista, no existe más el blanco, el negro, el amarillo, el violeta… Al que le toca, le toca. Esto debería aprender la gente».
«¡Y piense cuán frágiles somos que un virus nos puso a todos de rodillas, es algo increíble! Hace apenas un mes tenían que prohibir la circulación de autos por la contaminación. Ahora vino un virus a purificarnos el aire, el agua, todo. La estamos pagando cara porque estábamos acostumbrados a demasiado bienestar… demasiado bienestar».
Lucia vive sola en el mismo edificio adonde habita el resto de sus hijos y alguno de sus nietos. Su marido murió hace cinco años.
Hasta hace un mes salía a hacer las compras a un supermercado cercano y no faltaba jamás a su cita con la peluquera.
Desde que se decretó la cuarentena obligatoria solo recibe a los miembros de la familia que viven en el edificio porque el resto de la prole tiene prohibido salir de su municipio de residencia.
«La compañía no me falta, siento la presencia de todos, siento a los niños que corren en el piso de arriba; no sé lo que es la soledad. Lo que me hace falta son los abrazos, somos una familia acostumbrada a abrazarse, a besarse. Eso extraño».
El coronavirus la privó también de la chica que la ayudaba con las tareas de la casa, así que es ella misma la que limpia, tiende su cama y mantiene la casa en orden.
«Sí, sí, ella se cocina sin problemas. Y ojo con que alguien le toque sus ollas, ¡eh!», cuenta su hijo Giuseppe entre risas.
En Italia, la población con más de 65 años representa el 23% del total; con 2,2 millones de personas mayores de 85 años y más de 15.000 «ultra centenarios» (dato que ubica a Italia en el segundo país del mundo con más cantidad de ancianos de más de 100 años, detrás de Japón).
Hasta el 20 de marzo, el 85% de los fallecidos tenían más de 70 años.
Pero este peligro inminente para los de su edad no parece angustiar a Lucia: «Si me toca a mí me voy en paz, ya viví mi vida, fin. Lo que me da miedo es que le pase algo a mis hijos, mis nietos, mis bisnietos. Tal vez soy egoísta, pero tengo miedo a perderlos».
«Y también me angustia mucho ver las noticias, ver que también mueren médicos, verlos agotados… y lo que me cansa esta atmósfera espesa. Muchas veces tengo que apagar el televisor porque me doy cuenta de que me hace mal«.
Pasados 20 minutos Lucia empieza a dar muestras de cansancio. Es mejor cortar acá. Cuando intento agradecerle me interrumpe: «Me hubiese gustado encontrarnos personalmente pero ya sabe que eso ahora está prohibido», me dice.
A mí también me hubiese gustado, señora Lucia, no se imagina cuánto. Pero como usted me acaba de recordar: paciencia.