Daniel Coronell. Foto: John Caslon
Uribe espera que el paso del tiempo se encargue de erosionar el cese al fuego y que el regreso de la violencia termine dándole la razón sobre la inconveniencia de los acuerdos.
La apuesta del expresidente Álvaro Uribe es sencilla: si el proceso de paz con las Farc se enreda surge el caos y si surge el caos el país necesita un mesías. Todos sus esfuerzos se encaminan a dilatar la refrendación de los acuerdos, que esta semana llegan al Congreso, para hacer más lenta y tortuosa su implementación.
Cuando no pueda extender más la operación tortuga tratará de convocar un referendo para seguir poniendo en duda lo firmado y dilatando su consolidación.
Después buscará torpedear, en el nivel local, las zonas de concentración destinadas a la dejación de las armas para –una vez más- dilatar la desaparición de las Farc como grupo armado y su conversión en movimiento político.
Él espera que el paso del tiempo se encargue de erosionar el cese al fuego y que el regreso de la violencia termine dándole la razón sobre la inconveniencia de los acuerdos.
El nuevo texto incluyó la mayor parte de los reparos de los partidarios del No y del expresidente Uribe en particular. Sin embargo, ningún resultado podía ser bueno para él porque un proceso de paz que funcione dificulta su regreso al poder.
Las condiciones suyas no satisfechas son las que dinamitan la esencia de un acuerdo de paz. Un grupo insurgente -que no pudo ser exterminado por el Estado- no firma la paz para que sus integrantes terminen en la cárcel o para que les prohíban participar en política. Esa es la diferencia entre un tratado de paz y una capitulación.
Por eso el acuerdo de paz establece penas alternativas, aunque restrictivas de la libertad, y permite la participación simultánea en política.
Hace un tiempo en la Asamblea General de las Naciones Unidas, un jefe de Estado explicaba su visión de lo que ocurre cuando se ofrecen sanciones alternativas a criminales de guerra:
“Comprendo la preocupación que surge de atenuar la justicia frente a delitos graves, pero también debe entenderse que en un contexto de 30.000 terroristas, la paz definitiva es la mejor justicia para una nación en la cual varias generaciones no han conocido un día sin actos de terror”. (Ver video ONU1)
Quizás los uribistas discrepen de esa afirmación y también de una contundente frase que hace parte del mismo discurso: “Hay momentos que demandan ajustar la ecuación entre justicia y paz para que esta llegue y se consolide. Llevamos con nosotros lo expresado por el secretario general, Kofi Annan, quien ha propuesto un magnífico balance entre la necesidad de la justicia y la de salvar vidas inocentes”. (Ver video ONU2)
Pues bien, señores, quien así hablaba, el 30 de septiembre de 2003, ante los representantes de las naciones del mundo era Álvaro Uribe, entonces presidente de Colombia.
Unos días después su gobierno presentó al Congreso el primer proyecto de ley de alternatividad penal que buscaba iniciar el proceso de paz con los paramilitares.
El entonces ministro del Interior y de Justicia, Fernando Londoño, aseguró en la exposición de motivos: “Para que haya plena justicia tendríamos que profundizar la guerra hasta límites inconcebibles para derrotar a todos los enemigos de la democracia y llevarlos a las cárceles, o explorar fórmulas audaces que no contrapongan la paz a la justicia, fórmulas que permitan superar un concepto estrecho de justicia que se centra en el castigo al culpable para acceder a un nuevo concepto de justicia que nos permita superar de manera efectiva el desangre y la barbarie a fin de reinstaurar plenas condiciones de convivencia. Fórmulas que permitan alcanzar la paz reorientando el sentido de la justicia y la función de sus aplicaciones en el horizonte del fortalecimiento de la democracia”. (Ver exposición de motivos 1.jpg)
La justificación del proyecto de ley establecía también la futura participación de los firmantes de la paz en política: “La necesidad inexorable de acudir a procedimientos especiales, para que aquellos que han estado por fuera de la ley puedan reincorporarse a la sociedad y contribuir a la construcción de condiciones que hagan posible de nuevo la convivencia pacífica entre los asociados”. (Ver exposición de motivos 2.jpg)
Para Uribe la paz solo es posible cuando sirve para ampliar su poder. Cuando eso suceda, volverá a sostener lo contrario de lo que hoy dice.