Hace poco, en un encuentro que tuve con los jóvenes que están estudiando periodismo, uno de ellos me pidió que les diera un consejo para emprender su carrera, para empezarla bien cuando salgan a la vida profesional. Yo les dije la verdad, y es que no tenía ni la menor idea, me sorprendían sin saber ni qué decir. Recordé si, que cuando yo estaba en ese mismo momento de la vida, hace muchos años, el mayor deslumbramiento tecnológico que nos tocó fue el del “Télex”. El periodismo era entonces un oficio que aspiraba a encontrar la verdad, o por lo menos buscarla y defenderla. Para ello era fundamental estar bien informado, lo cual implicaba, también, tener criterio, preocuparse por tenerlo.
No quiero tampoco repetir aquí la queja nostálgica de que “todo tiempo pasado fue mejor”; idealizar el periodismo de antes, sólo porque fue el que hizo mi generación. No. Además, porque las transformaciones tecnológicas y el progreso en estos años han sido tan grandes y alucinantes, que relatar eso de antes, implica casi hablar de prehistoria, de cosas que hoy son inconcebibles.
Pero esas transformaciones -esa nueva civilización- le han significado al periodismo un desafío enorme, como todos aquí lo sabemos bien. En primer lugar, porque la noticia, como insumo esencial del periodismo, dejó de serlo hace mucho tiempo, atropellada por la velocidad frenética de un mundo que está conectado todo el tiempo y que no se permite tener paciencia, mesura ni reflexión. De ahí que haya hoy más noticias falsas que verdaderas (las llamadas “fake news”), o por lo menos una tendencia mayor de mucha gente a dejar que la ficción se vuelva realidad a golpe de repetirla y “compartirla” de manera sistemática entre quienes piensan siempre lo mismo, por lo cual no necesitan un periodismo que los informe sino uno que los reafirme en sus prejuicios. Y eso no es bueno.
Tampoco lo es que el debate público, que en un principio debería y debe estar alimentado por el periodismo, se devalué por el furor, la rapidez y la violencia con los que todo el mundo cree hoy que debe y puede opinar, cuanto menos sepa sobre el tema del que se habla, mejor y con más firmeza.
Los medios tradicionales están por supuesto perplejos ante esta especia de ‘revolución sangrienta’, y en vez de defender sus fueros, los pocos que tenían, ahora prefieren replicar en muchas de sus prácticas lo que está pasando en la calle y en las redes sociales. Buscando la aprobación y los ‘likes’ sin reivindicar su naturaleza y su destino.
Que siguen siendo vigentes, esa naturaleza y ese destino, quizás hoy más que nunca. Y que consisten en enriquecer la vida cotidiana de la gente narrándosela bien todos los días, contándosela para que pueda conocerla y entenderla mejor. Discutirla sin duda, pero cada vez con más argumentos, no con menos.
Eso pude haberles dicho yo ese día a esos estudiantes que me pidieron un consejo, y es que el suyo puede ser, en esta época como en cualquier otra, un oficio maravilloso, útil como pocos para la sociedad. Y si lo hacen bien, si saben hacerlo, no habrá tecnología que pueda reemplazarlos.
Estos premios CPB, de periodistas para periodistas, son una celebración de esa certeza y, por ello mismo, son un acto de esperanza en los valores inmutables de lo que hacemos mientras cambian los tiempos. Como siempre fue y será, los tiempos siempre cambian, pero alguien tiene que estar allí para contarlo bien.
Muchas gracias.