Donald Trump, nuevo presidente de Estados Unidos. FOTO AFP
“Cuando me miro en el primer grado y me miro a mí mismo ahora, básicamente soy lo mismo. El temperamento no es tan distinto”, le dijo Donald Jhon Trump, de 70 años, al biógrafo Michael D’Antonio.
Y es que el “Donny”, como le decían de pequeño, que armó un berrinche frente a sus amigos de la escuela Kew-Forest, insistiendo en que el luchador argentino Antonino Rocca se llamaba “Rocky Antonino”, no es muy distinto al que alegó por años que el presidente Barack Obama no era estadounidense.
“¿Quién podría olvidar a ese niño?”, dijo para el diario The Washington Post Ann Trees, maestra de la institución donde Trump cursó hasta séptimo grado, antes de que su padre lo enviara a una academia militar. “Era obstinado y decidido. Se sentaba con los brazos cruzados, con esta mirada hosca en su rostro, casi retándote a decir una cosa u otra con la que él no estaría conforme”, añadió.
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Y aún así, más de 40 millones de estadounidenses que salieron a votar este martes eligieron al “niño malcriado” como el nuevo presidente de Estados Unidos.
El newyorkino opulente y descortés tampoco ha dejado de ser el mismo. En Jamaica Estates, el barrio de Queens donde creció, recuerdan su mansión de 23 habitaciones, con los dos Cadillacs en la entrada, y al niño rubio que andaba en bicicleta con sus amigos, y se detenía para agredir a otros.
De hecho, el cirujano Steve Nachtigall, que vivía cerca de Trump en su infancia, le contó a D’Antonio que una vez lo vio saltar de la bicicleta y golpear a otro niño. “Es como un pequeño fragmento de video que permanece en mi cerebro, porque fue tan inusual y aterrador a esa edad. Él era un bocón matoneador”, declaró.
Una identidad difusa
Eso sí, no siempre “Donny” ha aborrecido a los inmigrantes, y no siempre ha sido un republicano puro y radical, angustiado por la pérdida del sello americano.
Aunque en 2015 anunció su candidatura a la presidencia de Estados Unidos culpando a México de enviar “drogas” y “violadores” a través de la frontera, y prometiendo levantar un muro de más de 3.000 kilómetros, su origen ni siquiera es norteamericano.
Los abuelos paternos eran alemanes y los maternos, escoceses. Ninguno nació en Estados Unidos, y de hecho dos de sus tres esposas, Ivana y Melania, nacieron en países de Europa Oriental (la antigua Checoslovaquia y Eslovenia).
El magnate, dueño de hoteles, campos de golf y casinos en medio mundo, y de una fortuna que Forbes avala en 3.700 millones de dólares, tiene una identidad política tan difusa como sus repentinos cambios de opinión.
En una entrevista a la cadena CNN hace diez años, el hoy presidente de los Estados Unidos dijo que se consideraba más demócrata que republicano, y según cuenta Cristian Rojas, internacionalista de la Universidad de La Sabana, tampoco ha sido un hombre de las entrañas del partido, no solo porque nunca ha estado en cargos públicos, sino porque tampoco se ha mostrado como un votante republicano.
Y aunque se podría pensar que, al menos, Trump se identifica con las causas tradicionales, tampoco es así. Rojas es en enfático en que se trata de un hombre que nunca ha tomado las banderas conservadoras, porque si bien es un empresario de larga monta, ni siquiera impulsa las libertades económicas, lo que más identifica a los militantes de esa corriente.
En cambio, el nuevo presidente invocó durante su campaña el “americanismo económico”, argumentando que los tratados internacionales no han beneficiado a los trabajadores promedio y apelando así a su gran masa de votantes: a la raza blanca, de poca educación, que se siente cada vez más aislada y desprotegida ante la llegada masiva de personas de todo el mundo, un mundo que para ellos, dice José Gabilondo, internacionalista de la Universidad de La Florida, es “peligroso, complejo y difícil de entender”.
Así las cosas, Trump jamás será el conservador ideal. No deja ver el cristianismo ejemplar de sus copartidarios, no es ni siquiera un defensor de la familia tradicional ni será recordado por un matrimonio estable. En el mesa de noche del Presidente de Estados Unidos, distinto a la de sus antecesores, nunca estará una familia de portarretrato.
Un raro ascenso en el país de la democracia
¿Por qué entonces Donald Trump, una mejor estrella de televisión que político, llegó a la Casa Blanca?
“Porque hay 50 millones de americanos que son racistas, que están enfadados y que lo escucharon diciendo en la televisión, un medio con el que él tiene un magnetismo especial, que él cambiaría Washington”, responde Harley Shaiken, profesor de estudios sociales en la Universidad de California.
“Porque aunque Trump es por mucho el candidato más crudo que hemos tenido y hace declaraciones falsas a un ritmo que no tiene parangón, hizo una campaña radical e impredecible, y llevó a su contrincante a lo mismo”, asevera Jack Glaser, profesor de la Escuela Goldman de Política Pública.
“Porque aunque no supo controlar su lenguaje y demostró que no tiene mucha vida intelectual, se presentó como un hombre fuerte, casi como un Putin en Rusia, alguien que no tiene temor de renegociar tratados ni de dar, de nuevo, un lugar a Estados Unidos entre los países”, anota Emilio Viano, politólogo de la American University.
No obstante, su mayor atributo fue ganar, contra 16 competidores, con un nivel muy bajo de apoyo y con los ojos del mundo sobre él, la batalla política más reñida del Globo.