Con la misma convicción que me opongo a las corridas de toros, rechazo los actos de violencia física y verbal contra los taurinos.
Lo dije el mismo domingo en Twitter y lo voy a repetir aquí con todas sus letras: no se puede rechazar la violencia contra los animales haciendo uso de la violencia contra los humanos. Eso deslegitima cualquier protesta.
Ese día vi videos grabados por defensores de animales que asistieron a la manifestación y que tuvieron que retirarse de la misma, debido a la situación tan tensa que se generó con los gritos, los insultos, los escupitajos y los gestos amenazantes contra quienes querían asistir a la corrida. En esas imágenes era notoria la agresividad de algunos que, en teoría, iban a defender a los animales.
Me dio lástima ver que una manifestación en la cual se pretendía protestar contra la barbarie taurina terminara desfigurada por cuenta de aquellos que se convirtieron en burdos agresores de los aficionados al toreo.
Para nadie es un secreto que soy defensor incondicional de los animales. No obstante, con la misma convicción que me opongo a las corridas de toros rechazo todos esos actos de violencia física y verbal contra los taurinos. Tampoco puedo estar de acuerdo con los gestos vulgares o intimidatorios usados para defender la movida animalista ni ninguna otra causa, por noble que sea. Estoy seguro de que se puede ser elocuente sin acudir a la violencia; se puede ser vehemente sin recurrir al insulto.
Los hechos que se desencadenaron en esa protesta significaron un gran retroceso en la reivindicación de los derechos de los animales. Por más que se diga que fueron unos pocos o que se trataba de infiltrados, lo cierto del caso es que los desmanes se produjeron y las vergonzosas imágenes de los mismos no solo siguen dando vueltas por los medios y las redes sociales, sino que van a ser usadas ad infinitum por los defensores de la barbarie taurina para descalificar a los animalistas.
Dicho lo anterior –e insistiendo en mi indignación por lo ocurrido en la mencionada manifestación–, tengo que insistir en la gran decepción y la profunda tristeza que me produce el regreso a Bogotá de las corridas de toros. En pleno siglo 21 no se entiende cómo algunos todavía creen que el hecho de maltratar y sacrificar a un indefenso animal por mera diversión puede denominarse arte. En su afán de justificar esa práctica, los taurinos acuden a argumentos que carecen de fondo, pues es evidente que la del torero contra el toro es una pelea desigual, en la cual el pobre animal lleva siempre las de perder.
¿Dónde está el arte? ¿En humillar y torturar a unos seres indefensos en un espectáculo grotesco? ¿En ver cómo, desde sus caballos, los picadores puyan con una lanza el lomo de la criatura hasta hacer sangrar su piel desgarrada y ver mermar su bravura? ¿En clavarle a un noble animal seis pesadas banderillas, dizque para reanimarlo?
¿Dónde está el arte? ¿En vapulear a un pobre animal antes de atravesar su cuerpo con una fría espada de acero? ¿En ver doblarse al toro, moribundo, mientras cae en un charco de sangre? ¿En cortarle las orejas o la cola y exhibirlas como trofeos? ¿Me van a decir que es arte matar –al son de aclamaciones, gritos y fanfarria– a media docena de toros en una tarde?
Eso no es arte: es una tradición salvaje que debería ser erradicada de una sociedad que se las da de civilizada. Por mucho que los taurinos pongan carita y voz de cordero degollado cuando ven peligrar las corridas, no hay que olvidar que en esa falsa fiesta las únicas víctimas son los toros. Nadie debería tener derecho a torturar y matar a un animal con fines recreativos.
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Colofón. Una tristeza inmensa nos produce la partida de Ximena Peña, quien con entereza admirable perdió su batalla contra el cáncer. Deja lindos recuerdos.
@Vladdo