26 marzo 2020 –
Por: Arturo Guerrero, Socio CPB – El Colombiano.
Por primera vez los terrícolas son conscientes de que habitan el mismo planeta. Por primera vez experimentan el concepto de infinito.
Encerrados por fuerza en sus casas, hombres y mujeres de todas las naciones tiemblan ante el mismo miedo, compran comida con avaricia, se lavan frenéticamente las manos con idénticos jabones, se asoman a la ventana y espían las calles vacías.
Las ciudades asustan sin personas, pero cada persona sabe que en la habitación de al lado subsisten personas iguales a todas las personas. Eso en Asia, Europa, América, Oceanía y África, de la cual nada se informa y a donde el virus comienza a llegar sin aspaviento.
La hermandad de la incertidumbre iguala a blancos, negros, amarillos, cobrizos. Nunca el globo había adquirido una homogeneidad tan repentina. Un sueco cocina solitario un almuerzo telegráfico, pensando en el almuerzo raquítico de mañana. Un chileno lo comprende y descifra el pasmo de estómago con que ambos amanecen.
Una causa compartida encierra a siete mil millones de amenazados. Todos entienden que no hay lugar de escape porque todos los lugares son la misma Tierra infestada. Por fin la aldea planetaria deja de ser una exageración o un oxímoron demagógico. Este planeta solar es una sola sombra azul.
¿Cuánto durará este novísimo lazo astral? Ni el enloquecido presidente del mundo, ni el blanquísimo Papa, ni los premios Nobel más agudos, nadie, nadie contesta esta pregunta. La ciencia balbucea, Nostradamus enceguece, las religiones naufragan, los adivinos callan.
La vigencia del virus y de sus consecuencias es infinita. Se va expandiendo como el ruido de las gotas que una más otra engruesan un aguacero amazónico. Gotas que golpean sobre un techo de zinc y aturden. La gente se resguarda en sus viviendas, sienten afuera la pandemia y por ninguna parte halla la contabilidad de cuántos días, meses, años tendrá que pernoctar de noche y de día.
He aquí el infinito. Se dice que algún día se acabará la peste, pero no cuál será ese día. Es imposible hacer planes, ni de vida ni de muerte. Los ahorros, la edad de los hijos, la paciencia, el aguante del cerebro, el amor de la pareja, asuntos que antes se dejaban calcular, hoy son inconmensurables.
Flotamos a bordo de un compartido organismo esférico y se nos borró el límite del tiempo .