5 Septiembre 2019.
El reciente anuncio de un puñado de reconocidos dirigentes de las Farc de retomar las armas y conformar un nuevo grupo guerrillero genera ciertas señales de alarma en el sector turístico. Esta industria es muy sensible a los hechos de violencia y en los últimos años, tras larga sequía, ha venido reivindicando terreno de manera acelerada en el escenario internacional, luego de la firma del acuerdo de paz suscrito con ese movimiento insurgente.
La posibilidad de oxigenar el conflicto que persiste con otras bandas sediciosas como el Eln podría deshacer lo hecho hasta el momento en materia de promoción y planeación estratégica, acciones que le han permitido al país tener un incremento importante de viajeros. Por lo tanto, son válidas las preocupaciones de gremios como Anato y Cotelco, ante la eventualidad de que la confrontación armada, con el impulso de un actor adicional, extienda alas y contamine otra vez esta actividad, que tiene el mérito de haber doblado su crecimiento en el lapso de los últimos siete años.
La desmovilización de millares de guerrilleros farianos, que durante más de medio siglo controlaron zonas estratégicas del país, abrió las puertas a un auge sin precedentes del turismo, y lo convirtió en la segunda fuente de captación de divisas, después del sector de hidrocarburos y por encima de las tradicionales exportaciones cafeteras. Hoy en día, su aporte al PIB nacional trepa por los niveles del 6% y la llegada de turistas extranjeros sobrepasa la barrera de los cuatro millones. El año pasado fue el mejor de la historia, según el ministro José Manuel Restrepo, y las cifras oficiales confirman el dinamismo del turismo receptivo.
El acuerdo firmado en septiembre de 2016 —precisamente hace tres años— resultó un respiro esperanzador para el país, que cambió su imagen y su percepción en el escenario internacional, lo revivió en los portafolios de la industria, renovó la confianza de inversionistas y viajeros nacionales y extranjeros, y facilitó recorrer y descubrir, para disfrute del turismo, una parte oculta de nuestro inmenso y diverso territorio, abundante en recursos naturales y entrelazado por una mezcla de escenarios que pasan por la selva y el desierto y llegan hasta el mar.
Regiones azotadas duramente por la violencia pudieron abrir las puertas para mostrarnos sus particulares atractivos, algunos inimaginables por las bondades de su belleza, y cuyo acceso les fue negado a varias generaciones de colombianos.
El Parque Serranía de Chibiriquete, en la selva amazónica; la serranía de la Macarena, con Caño Cristales como principal referente, en el Meta; Ciudad Pérdida, en Magdalena; el desierto de La Tatacoa, en Huila; la isla Gorgona, en Cauca; el valle de Cocora, en Quindío; Ciudad de Piedra, en Guaviare, o el Fin del Mundo, en Putumayo, son ejemplos de una envidiable riqueza natural rescatada por la paz y para ella, que tiene suficientes pergaminos para convertirse en epicentro de turismo sostenible, con réditos para el Estado y las comunidades adyacentes.
Son centenares los excombatientes de las Farc que han logrado acceder a formación técnico-laboral en materia de turismo y deberían ser muchos más los que puedan tener oportunidades para beneficiarse de esta industria, que con la definición de lineamientos y políticas apropiadas está en capacidad de constituirse en motor de desarrollo de regiones asoladas por la violencia y sometidas a un ancestral olvido oficial.
El posconflicto muestra sus positivos resultados en incrementos importantes en el flujo de visitantes y divisas. Si el presidente Iván Duque quiere convertir la industria en el nuevo petróleo de Colombia, como lo esgrimió en campaña y lo repite en su gobierno, deberá tener voluntad, firmeza y sensatez para cristalizar su promesa. Será necesario, entonces, implementar sin más reticencias los acuerdos, enfocar mayores esfuerzos para impulsar la recuperación de estos territorios, darles la seguridad que requieren y apuntarle al desarrollo de su infraestructura y a la capacitación de las comunidades para mejorar sus condiciones de vida.
Las intenciones de los controvertidos jefes guerrilleros de las Farc que se han decidido apartar del acuerdo de paz para rearmarse posiblemente no tengan repercusiones mayores que entraben el actual proceso y alteren la actividad turística, pero sí prenden señales de alerta sobre los efectos negativos que puedan causar en la comunidad internacional. Enfilar los fusiles para dispararle una vez más al turismo será, al fin de cuentas, motivo suficiente para darle el tiro de gracia a una industria que en época no muy lejana se ufanaba de decir que, en Colombia, “turista satisfecho atrae más turistas”.
Posdata. Los lugares más visitados del país siguen siendo sus principales capitales, encabezadas por Bogotá, Cartagena, Medellín y Cali. Los antiguos territorios de violencia apenas empiezan a incursionar en algunos portafolios y atraen la presencia de turistas provenientes de los Estados Unidos, Brasil, Argentina y España, entre lo más concurridos.