Todos los días todo es nuevo, se decía cuando el mundo era lento. Hoy habría que puntualizar: todas las horas todo es nuevo. La pavorosa velocidad de la materia llevaría a que este par de dichos fueran considerados la consagración de la parálisis general.
En realidad, ser es devenir, llegar a ser, dejar de ser cada segundo para renacer al siguiente. El maestro Yoda, extraño personaje de George Lucas en “Star wars”, tiene una máxima que más bien sería mínima: “el futuro es difícil de ver, porque siempre se está moviendo”.
El futuro acontece en el siguiente segundo, cuando ese futuro será pasado. Así sucesivamente hasta el final de los finales, que no es otra cosa que el mismo comienzo de todo. La culebra del tiempo se come la cola, en un gesto sin fin en el que cabeza y cola son siempre pares y a la vez repelentes.
Este es el fundamento fáctico de una facultad que parece exclusiva del hombre, la curiosidad. El curioso vive en observación minuciosa de los hechos que, como agua, se le escurren de la mano. No hay ociosidad en este escrutinio pertinaz de la maestra vida.
El elogio de la curiosidad es a la vez reconocimiento de una derrota y aliento de una virtud. Una derrota, debido a la fugacidad de sus resultados: cada hallazgo será revaluado por el siguiente. Una virtud, pues el asombro será siempre el mejor tono para habitar el carrusel de los hechos.
Hay quienes incluso derivan de este análisis enseñanzas morales. Así, Séneca comprimió una de ellas en cinco palabras latinas que al pasarse al español casi triplican sus vocablos: “el destino conduce a quien se somete y arrastra a quien se resiste”.
Agachar la cabeza ante la fatalidad o el hado, entonces, es aceptar la guía de las cosas como son. En cambio, oponerse al curso indescifrable de las mismas acarrearía ser estropeado por su avalancha.
La idea de Séneca no es conformista. Es más bien un impulso hacia la curiosidad sobre la minucia de la vida. Un llamado a tener el ojo abierto al torrente variopinto y elocuente del tiempo.
Si todo segundo es otro segundo, las facultades del hombre han de especializarse en el asombro. Nada de lo que sucede es mudo. Todo habla, todo trae su lenguaje, la torre de Babel es el hábitat de la inteligencia. Dejarse deslumbrar a cada paso es improvisar siempre una danza cada vez más sabia.