¿Es posible beber alcohol y no tener resaca?

5 diciembre 2019 –

Foto: ERIK MCLEAN

Tomado de: El País (España).

Algunas compañías promocionan pócimas que prometen acabar con el sufrimiento del día después y un científico británico trabaja en una sustancia que emborrache sin dañar el organismo.

Hace 10.000 años, en el este de lo que hoy es Turquía, en un lugar llamado Göbekli Tepe, los humanos ya fabricaban cerveza. En aquel lugar donde grupos nómadas que aún no conocían la agricultura construyeron el que se considera el primer santuario, el consumo de alcohol formaba parte de unas prácticas religiosas que están en el origen de la civilización. Recientemente, en el otro lado del mundo, en la provincia de Sur Lípez, en el suroeste de Bolivia, se encontró una bolsa con una variada parafernalia para consumir ayahuasca y otras drogas que se empleó hace mil años. En este caso, el consumo de estupefacientes también tendría una justificación sagrada.

Es muy probable que el uso de sustancias psicotrópicas para conseguir estados de ánimo extraordinarios esté vinculado a las sociedades humanas desde su origen. Pero es seguro que desde que empezaron a usarlas, los humanos se dieron cuenta de que aquellos viajes maravillosos no eran gratis. Las intoxicaciones, las adicciones o, como mínimo, las resacas eran advertencias ineludibles. Quizá por eso, en muchas sociedades ancestrales las drogas se intentaron embridar con rituales, como se ha hecho con otros alicientes de intensidad amenazante como el sexo.

La acetilcisteína, un producto barato que se vende en farmacias, tiene cierta efectividad contra los daños del alcohol

En las sociedades modernas, los humanos siguen buscando paraísos artificiales pese a conocer con bastante precisión los efectos negativos de pasarse con la dosis. Los daños colaterales se intentan combatir sin pasar por el ritual y en el caso de la sustancia de uso más frecuente, el alcohol, cada cierto tiempo aparece alguna pócima que promete acabar con las resacas. Un ejemplo de este tipo de productos, Getaday, que se está publicitando de cara a las próximas semanas de excesos, ofrece un mejor día después a seis euros la botella de 100 mililitros. Su componente estrella, según publica la propia empresa en un comunicado, es la acetilcisteína.

Como otros productos parecidos, puede tener una parte de placebo y cierto efecto biológico a través de antioxidantes y vitaminas como la B6, además de la hidratación. En el caso de Getaday, tal y como ellos destacan, su molécula más efectiva es la acetilcisteína, que puede ayudar al organismo a atenuar los efectos del acetaldehído, una sustancia tóxica que genera el hígado al metabolizar el alcohol y la principal responsable de la resaca. Rafael de la Torre Fornell, director del programa de investigación en neurociencias del IMIM-Hospital del Mar Medical Research Institute, considera que este producto “puede funcionar por la acetilcisteína, un compuesto que utilizamos para muchas cosas, desde reducir la mucosidad a tratar intoxicaciones agudas del hígado”. “Lo que es un poco tomadura de pelo es que se venda como algo nuevo y específico para esto, porque es un producto conocido, muy barato y que se puede comprar en cualquier farmacia”, añade.

Un proyecto mucho más ambicioso que el de conseguir una pócima antirresaca es el que lidera David Nutt, un investigador del Imperial College de Londres (Reino Unido) famoso por enfatizar los peligros del alcohol frente a otras drogas ilegales. Desde hace cinco años, un equipo de científicos liderados por él está intentando desarrollar un producto que provoque la euforia o la desinhibición que genera el alcohol sin los daños consiguientes.

El principio del producto, bautizado como Alcarelle, se basa en la idea de que alcohol estimula los receptores de GABA, un sistema de comunicación del sistema nervioso que regula una gran cantidad de funciones. Aunque hay diversos tipos de estos receptores, Nutt afirma haber encontrado cuáles tiene que estimular para inducir la ebriedad sin generar el acetaldehído, la resaca y los daños en el cuerpo. Además de resolver los propios problemas técnicos para demostrar que su potingue hace lo que promete —por ahora pocas personas lo han probado—, Nutt y su equipo deberán superar el proceso para aprobar su llegada al mercado, algo que según los responsables de la empresa tomará varios años.

Algunos científicos son escépticos sobre la posibilidad de crear sustancias con efectos psicoactivos que sean inocuas

Manuel Guzmán, catedrático de Bioquímica y Biología Molecular de la Universidad Complutense de Madrid, considera que la historia de Alcarelle “es interesante”, pero “hoy por hoy más bien una entelequia”. “El problema, desde mi punto de vista, reside en que el alcohol es una de las pocas drogas que no actúan de forma específica, a través de un receptor concreto, sino que lo hace de forma bastante inespecífica, como «disolvente». Es decir, sí, el alcohol activa receptores de GABA, pero también afecta a muchas otras moléculas y procesos del cerebro, y probablemente su acción sea una resultante conjunta de todos esos procesos”, explica. “Por ello, veo difícil imitar esa farmacología «sucia», compleja y multifactorial del alcohol con una molécula de farmacología «limpia», específica y unifactorial como el Alcarelle”, concluye. Aunque puntualiza que, dada la demostrada capacidad de Nutt, no descarta ver algo interesante en el futuro.

Guzmán y de la Torre, como expertos en las drogas y sus efectos, son muy escépticos sobre la posibilidad de crear una sustancia que tenga efectos psicoactivos y sea inocua. “Toda sustancia tiene un balance entre su efectividad y sus potenciales consecuencias negativas, también el oxígeno o la comida”, señala Guzmán. De la Torre recuerda que Paracelso decía hace cinco siglos que la diferencia entre una sustancia beneficiosa y el veneno es la dosis. “Una sustancia como el MDMA, si la tomas una vez, vas a pasar una velada muy agradable, pero si tomas una dosis mayor o en más ocasiones, los efectos negativos a largo o medio plazo van a ser mayores”, afirma.

Guzmán añade que la principal intervención para conseguir que las drogas se utilicen reduciendo los efectos negativos “es cultural”, haciéndolo “de forma moderada, con dosis menores, mejor de forma ocasional que de manera continuada, en un contexto adecuado…”. Las conclusiones de los científicos modernos, curiosamente, tienen similitudes con las de los ancestros que recubrieron el consumo de psicotrópicos con liturgia.