Esa otra pandemia

6 agosto 2020 –

Por: Gonzalo Silva, Socio del CPB – El Espectador –

Mientras la crisis sanitaria mantenga un ritmo de altibajos, con crecimiento exponencial del virus en algunas regiones del planeta o produciendo rebrotes en otras, como en aquellas que dieron inicio a un proceso de desescalamiento durante las últimas semanas, la incertidumbre seguirá siendo el gran obstáculo para garantizarle al sector turístico un decolaje responsable, seguro y confiable, que le facilite el camino hacia su recuperación.

La nueva normalidad que se vive en Europa, entre los países de la Unión, que tras largas jornadas de discusiones decidieron quitarles los candados a sus fronteras internas y externas, pareciera sacudirse y nublarse en los últimos días, con un aumento confirmado en los casos de coronavirus en toda la región, perfilando una silueta sombría que enciende las alarmas de los gobiernos, en el preámbulo de lo que será una atípica temporada turística.

Varios de esos países que emprendieron la distensión se han visto obligados a estrechar la vigilancia en las fronteras y a condicionar las medidas de bioseguridad para evitar eventuales reboses en la propagación. El Reino Unido, en particular Inglaterra, donde la apertura de hoteles y pubs de manera prematura provocaron situaciones de riesgo, continúa registrando el mayor número de contagios en el continente, e impone una controvertida cuarentena a los viajeros provenientes de España, donde los brotes aumentan y son de tal tamaño que corren el riesgo de convertirse en transmisión comunitaria, es decir, con capacidad de rebosar su control epidemiológico.

Francia vuelve a superar los casos después de suavizar los confinamientos; Italia confirma nueva ola de contagios y sus autoridades insisten en la prudencia como principal arma para combatir la pandemia, en tanto que Alemania evalúa introducir test obligatorios en todos los aeropuertos. Por su parte, Suecia y Portugal se aferran a los renglones principales de la lista roja que traza el mapa regional de la propagación viral.

El aumento en las cifras de contagio, que también se observa en el vecindario, como Estados Unidos y Perú, sin excluir a nuestro país, se ha dado en la medida en que se aligeran las restricciones, y la posibilidad de eventuales desbordes podría conducir a nuevos y masivos confinamientos de la población o a la aplicación de cuarentenas obligatorias focalizadas, como las implantadas en Bogotá, situación adversa que colocaría freno de mano a los avances globales hasta ahora conseguidos, tras largas y costosas restricciones en la movilidad.

Los confinamientos y sus consecuentes restricciones juegan en contra del turismo y dentro de este contexto impactan negativamente en las economías locales, en las inversiones que dinamizan al sector, en el empleo y en el bienestar de las comunidades que dependen de la actividad.

La amenaza de este enemigo invisible y disperso para el que no existen reglas mantiene en la encrucijada a la industria más sólida de las últimas décadas, pero, también, a la más vulnerable a las catástrofes naturales y a los fenómenos de violencia e inseguridad. Sin embargo, aunque su sensibilidad es mayor que la de otros sectores, su recuperación suele resultar más rápida y efectiva, porque la resiliencia, esa capacidad de resistir a las adversidades, ha sido probada en ella a lo largo de las décadas.

La industria del turismo deberá sortear su trago más amargo, levantarse y redimirse del costoso trance para volver a asumir su liderazgo. Según los últimos balances de la Organización Mundial del Turismo (OMT), divulgados la semana pasada, las pérdidas calculadas entre enero y mayo suman US$320 mil millones, más del triple de las registradas durante la crisis económica mundial de 2009. Como entonces, fue este el primer sector impactado y ahora será el último en recibir la luz verde para emprender su despegue.

La reapertura responsable e inteligente de los desplazamientos aéreos y terrestres dependerá de la efectividad de las medidas para gestionar el problema sanitario por parte de los gobiernos. En la medida en que se acorte el tiempo para alcanzar los límites de una cercana normalidad en la vida cotidiana, la industria turística podrá retomar con garantías el proceso de oxigenación que tanto necesita para dar los primeros pasos hacia la recuperación. Y aunque seguramente el conjunto de la economía experimentará una recuperación en ‘U’, su velocidad de reactivación de la demanda será muy superior a la del turismo, al que le podría costar más tiempo lograr su estabilidad y retomar los flujos de turistas de los últimos años.

Cuesta pensar que la gente se resigne a dejar de conocer el mundo ante el letal acecho del Covid-19 sobre los destinos turísticos, donde más temprano que tarde regresarán las grandes masas de viajeros para recorrer sus bulliciosos epicentros, convertidos, hoy día, en lapidarias postales. Pero este horizonte plantea numerosos interrogantes para la industria, en mora de repensar el actual modelo, amenazado por los estragos de aquella otra peligrosa pandemia, representada por la excesiva hipermovilidad que traen los tiempos modernos y ante la cual parece no haber vacuna a la vista.

Posdata: La OMT pronostica para este año una caída de entre 60 y 80% del número de turistas internacionales, con unas pérdidas asociadas que irían de los US$910 mil millones a los US$1.2 billones, dependiendo del tiempo que dure la parálisis y de la rapidez que se tome en su evolución.

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