Por: Óscar Alarcón
Como buen periodista, Guillermo Cano era adicto a los noticieros radiales. Por la sala de redacción de su periódico siempre estaba con el transistor oyendo “extras” y cuando ésta se producía buscaba al reportero correspondiente para alertarlo sobre el hecho. Por eso no me cabe duda que hace 30 años, cuando las balas del narcotráfico atentaron contra su vida, el radio de su carro quedó encendido dando las noticias de las siete de la noche y minutos después de la tragedia esas mismas ondas debieron emitir el “extra” que conmocionó al país. Lo habían matado frente al edificio de El Espectador.
Era la noche del 17 de diciembre de 1996. La guerra contra los carteles de la droga estaba en su punto más alto porque cuatro días antes la Corte Suprema de Justicia —que entonces era la guardiana de la integridad de la Constitución— había tumbado el tratado de extradición que Barco, como embajador en Washington, había suscrito con el gobierno norteamericano. Entonces el mismo Barco, como presidente, expidió unos decretos para revivir la extradición por vía administrativa. Esa noche los colombianos, tratando de buscar una escapatoria a la guerra que el narcotráfico había declarado, acudían prestos a sus casas para las novenas navideñas con la esperanza de que esa oración sirviera para combatir la delincuencia. Al director de El Espectador también lo esperaba su esposa, sus hijos, sus primeros nietos y otros miembros de la familia, con alegría y con panderetas, para cantar los villancicos frente al pesebre y el árbol. No pudo llegar. Las balas asesinas pusieron fin a ese hombre bueno, impoluto, periodista vertical que frente a esa guerra luchaba con su pluma.
Quienes fuimos sus discípulos y los muchos lectores que lo seguían en El Espectador no dejamos de lamentar su ausencia en este país que 30 años después no ha podido llegar a la paz con la que soñaba. A ese inolvidable director lo queremos mucho. Es que a su periódico llegamos muy jóvenes y ya estamos Canos.
Quienes fuimos sus discípulos y los muchos lectores que lo seguían en El Espectador no dejamos de lamentar su ausencia en este país que 30 años después no ha podido llegar a la paz con la que soñaba. A ese inolvidable director lo queremos mucho. Es que a su periódico llegamos muy jóvenes y ya estamos Canos.