Hacerse el sueco

26 Septiembre 2019.

A sus escasos 16 años, la pequeña activista medioambiental sueca Greta Thunberg ha puesto a marchar a millones de adolescentes del mundo entero bajo la consigna “Huelga escolar por el clima”, que se ha venido extendiendo por todos los continentes a través del movimiento Fridays for Future, para reclamarles a gobiernos y empresarios acciones urgentes, responsables y efectivas encaminadas a frenar el calentamiento global.

La última convocatoria, el viernes pasado, fue multitudinaria en ciudades extremas como París, Sídney, Bombay, Río y Nueva York, esta última donde se celebró la Cumbre de la ONU sobre la Acción Climática, con el inocuo propósito de ponerle freno a la retórica y pasar de la hoja de las promesas a la de los hechos, en un nuevo intento por comprometer y obligar a los Estados a consensuar decisiones y aumentar sus planes de recorte de gases de efecto invernadero.

La joven sueca, convertida en símbolo de la salvaguarda del planeta, viajó de Plymouth (sur de Inglaterra) a Nueva York —donde con su estremecedor discurso participó de la cumbre, junto a escépticos y negacionistas del cambio climático como los presidentes Trump y Bolsonaro—, pero no lo hizo por aire sino navegando el océano Atlántico, a bordo de un velero de competición libre de gases nocivos, equipado con paneles solares y turbinas submarinas, en una aventurada travesía de 15 días a 70 km por hora, para concientizar, también, sobre el efecto contaminante de los aviones.

La negativa al uso del avión se incluye en su campaña de protesta y ha sido promovida con etiquetas como #MeQuedoEnTierra #QuédateEnTierra, a la que se han sumado otros millares de jóvenes activistas que se resisten a utilizarlo como medio de transporte —salvo para casos de emergencia— por sus evidentes efectos sobre el ambiente. Su exhortación pretende que los usuarios aéreos utilicen opciones de movilidad terrestres, que marquen límite a las velocidades contaminantes y contribuyan a evitar la aceleración de una catástrofe ambiental.

En Suecia, su país de origen, y en virtud de su liderazgo, se ha tomado en serio el desafío de renunciar al servicio del avión, dando paso a modos alternativos de transporte como el tren, que permiten reducir la huella de carbono. Los resultados son visibles: durante el primer trimestre de este año se registró un bajón del 4,5% en los viajes aéreos, reflejado en la caída de 400.000 pasajeros. El fenómeno obedeció a que los suecos familiarizaron el término “flygskam”, que, literalmente, significa “vergüenza de volar”, y popularizaron el de “tagskryt”, u “orgullo de viajar en tren”, cuyas experiencias son compartidas en el hashtag #Tagskryt. Esta campaña se explaya con cierto interés en países vecinos como Finlandia, Holanda y Alemania.

El pasajero de una aeronave pequeña, de 90 sillas, genera un promedio 285 gramos de dióxido de carbono (CO2), mientras que el de un tren emite 13 gramos. Pero el CO2 —del que la aviación es responsable del 3% de las emisiones globales— no es el mayor contaminante de los aviones. Estos liberan otros gases invernadero, como vapor de agua, óxido nitroso y hollín, cuyas negativas reacciones químicas producen fuerte impacto a grandes altitudes de la atmósfera.

Movimientos como el “flygskam” son motivo de preocupación en la industria de la aviación. Y si bien es cierto que en las últimas décadas esta registra avances considerables en la reducción del consumo de combustible fósil, gracias al uso de nuevas tecnologías para el diseño de materiales de aviones y motores, e incluso de biocombustibles de segunda generación, y a que el avión eléctrico ya es una realidad, sus progresos técnicos todavía no corren al ritmo del crecimiento de la aviación y de la degradación climática.

La reducción de emisiones de CO2 en el sector aéreo, con base en el Acuerdo de París, suscrito en el seno de la Organización de Aviación Civil Internacional (OACI), inicia su fase experimental y voluntaria solo a partir de 2021. Desde 2027, y hasta 2035, será obligatoria para los Estados miembros, excepto para países en desarrollo con bajos niveles de actividad en la aviación internacional. Pero el aprieto está en que, aun así, las emisiones de CO2 para 2050 podrían elevarse un 10%.

El servicio aéreo presenta el mayor crecimiento entre todos los modos de transporte, pero hoy en día enfrenta el rechazo de una nueva generación —encarnada por la adolescente sueca— dispuesta a cambiar su forma de movilidad, como respuesta preventiva a una eventual tragedia ambiental.

Frente a esta tendencia, que se expande por el planeta, el sector aeronáutico deberá enfrentar con mayor rapidez sus desafíos tecnológicos para evitar el riesgo de un aterrizaje en picada, golpeado por el aumento de impuestos reguladores y una estruendosa caída en la demanda de pasajeros. De no acelerar esfuerzos para asumir los retos planteados por el impacto ambiental, podría estrellarse contra la realidad del mercado, y sus dolientes podrían decir que ello le pasó… por hacerse el sueco.

Posdata. Un pasajero puede contribuir a reducir la emisión de gases de efecto invernadero haciendo propias algunas prácticas viables, como llevar poco equipaje, utilizar vuelos directos y elegir asientos en clase económica, que por estar cercanos entre sí generan menor consumo de combustible.

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