15 abril 2020 –
Por Guillermo Romero Salamanca-Comunicaciones CPB.
Cuando el periodista, historiador, escritor, ensayista y poeta polaco Ryszard Kapuscinsky dijo que para ser buen periodista hay que ser buena persona, de seguro, no conocía a Héctor Téllez Luna, de lo contrario, siempre lo hubiera puesto como ejemplo en sus entrevistas.
Héctor Téllez Luna es periodista, publicista, creativo, hombre de márquetin, relacionista, economista sin título, poeta, declamador, actor, animador, cantante, profesor, contador de historias, conferencista, sembrador de sueños, lector consumado, estudioso de comunicaciones, diseñador, humorista, servicial, benevolente, generoso y más.
Con una vida apasionante que lo ha llevado a mantener conversaciones como las del cura guerrillero Camilo Torres, ministros, presidentes de diversos gremios, rectores de universidades, decanos de facultades de Comunicación Social, embajadores, obispos -hasta con el mismísimo san Juan Pablo II-catedráticos y un sin número de pelafustanillos.
Recorrió los campos boyacenses, estuvo en manifestaciones con bastante tropel, pero también ha recitado poesías propias y ajenas, ha sido actor, ha sido presentador de figuras de la canción en conciertos, pero, sobre todo, les ha colaborado a miles de personas.
Ahora está en cuarentena obligada por la pandemia, situación que lo ha calmado un poco y por ello, se levanta tarde. Rocío Restrepo, su esposa, está pendiente de sus citas, se acuerda de fechas, datos y sabe dónde están las fotos.
Le fascina la crónica como género periodístico. A él se le escuchó hablar por primera vez de Periodismo Empresarial, que luego lo convertiría en Comunicación organizacional. Dentro de sus dones figura la pedagogía. Gastó arrobas de tiza en tableros negros y verdes, millares de marcadores se esfumaron en las cartulinas de los papelógrafos dando sus instrucciones en universidades como la América, Central, Javeriana, Externado, Tadeo y La Sabana.
Desde 1980 es socio del Círculo de Periodistas de Bogotá (CPB) y ha participado encantado como pre-jurado del Premio Nacional de Periodismo. Revisa las tesis de grado que envían estudiantes y universidades que buscan el galardón. “Tengo el honor, dice ahora, que en los años en los cuales he sido integrante de los calificadores de tesis, las que yo he recomendado, han sido las ganadoras”.
–Rocío, le pregunta a su esposa ¿Cómo era el título de la tesis que ganó este año?
— La política exterior estadounidense a través de la Twiplomacy de Trump, le contesta ella, rápidamente.
–¡Qué machera de trabajo!, agrega él.
DE LAS VEREDAS DE CÓMBITA A LAS LUCHAS SOCIALES EN BOGOTÁ
Aunque nació en Bogotá, su padre, el ingeniero civil Miguel Téllez, constructor de vías, se llevó a su familia para Boyacá cuando comenzó en los años cuarenta a construir carreteras como las de Güepsa, Vélez, Landázuri, Moniquirá. Le tocó el 9 de abril en Tunja, encerrado, en cuarentena, mientras los liberales gritaban en la Plaza de Bolívar y se amenazaba de muerte al que saliera a la calle. Vivió su adolescencia entre Tuta, Cómbita y Sotaquirá, donde aprendió a comer platos típicos como mazamorra, cuchuchos y los incomparables indios.
Sus recuerdos de infancia pasan por entre los campos y las faenas en la finca Las Mercedes donde consumió cuanto durazno, pera, ciruela amarilla o roja, mora de castilla, pepino silvestre, papayuela, piñuela y cerezas encontró en el camino.
Estudió en el colegio La Presentación de Tunja con la famosa hermana Susana María y luego se trasladó a Bogotá al Salesiano León XIII, en el centro de Bogotá.
Cuando terminó el bachillerato, con un grupo de compañeros, ingresó a la Universidad Nacional a estudiar Economía. “Yo no sabía qué era eso, no me gustaba y no me gradué porque me rajé en Matemática Financiera. Me aburrí y no volví más”, relata ahora su desencanto.
En la universidad, entabló amistad con uno de los personajes más populares en esa alma máter en esos años sesenta: el cura Camilo Torres.
–Yo estuve en decenas de manifestaciones, tiré piedra…
–Pero no mató policías, interrumpe doña Rocío y se ríen.
“Camilo era bien recibido en mi casa. Yo lo acompañaba a sus encuentros con la clase trabajadora en Tunjuelito donde se pegaba unos discursos inolvidables. Él hablaba mucho, pero con gran contenido. No era enfermo, pero no era amante de los trabajos pesados. A tal punto que mi mamá, doña Victoria Luna Serrano le pedía que no se fuera para la guerrilla”.
“Si usted no es capaz de alzar una garlancha, ¿cómo será con una ametralladora?”, le preguntaba a cada rato”, le insistía.
“Cuando vino de Lima, nos dejó plantados en el aeropuerto Eldorado a donde fuimos a recibirlo. Ese día se subió a una volqueta, le tomaron incluso varias fotos y marchó para el monte. Fue la última vez que lo vi”, rememora suspirando el maestro Héctor.
POR LAS CALLES LO VÍ PASAR
Tanto en su adolescencia como buena parte de su juventud, Héctor encontró en la calle un motivo más para servir. Pasaba horas con niños de la calle, que llamaban en esa época gamines y las señoras encopetadas los designaban como “pelafustanes”. Los convencía para que se fueran a estudiar y a vivir a las Granjas del Padre Luna, una fundación que orientaba su tío, el sacerdote Joaquín Luna Serrano.
“Eran unos chinos jodidos, pero muy buenas personas. Muchos de ellos se hicieron mis amigos personales. Nos tocaba empezar por decirles que se bañaran. Vivían todos cochinos, pero una vez uno de ellos casi se nos muere. Se tragó un jabón y se intoxicó. ¡Qué susto tan verraco!”
La comunicación social le llegó en esas calles y con esa labor social.
En su casa había reuniones con música, poesía, gente, charlas, tertulias y ese ambiente de comunicación, le llamó la atención.
“Yo acompañaba a mi tío Joaquín a los programas en la Emisora Mariana, en Caracol y en Radio Sutatenza. Allí tenía la oportunidad de cantar, animar, hacer entrevistas y escribir los libretos.
Los domingos era el recreacionista. Había que distraer a esos muchachos.
Era chistoso entrevistar a los chinos de la calle.
–¿Quién es su papá?, les preguntaba.
–Ummm, yo no sé.
–¿Quién le puso su nombre?
–Yo qué voy a saber.
–¿Dónde vive?
–Donde me coja la noche, eran sus respuestas.
Iba también los domingos a la Granja de Albán donde estaban las niñas que adelantaban sus cursos. “Claro, todo este trabajo era ad honorem”.
CON EL PRIMER COMPUTADOR DEL PAÍS
Ingresó a trabajar al Banco Central Hipotecario (BCH), mientras estudiaba Publicidad en la Universidad América, en los salones contiguos al Teatro Colón, en puro centro de Bogotá.
Después fue director de comunicaciones del BCH y comenzó, con Adolfo Sanclemente, a conversar sobre un tema muy especial: Comunicación Organizacional.
Comenzó a dictar clases en la Universidad América, donde lo expulsaron por respaldar al profesor Luis Carrera, en una protesta que se le hizo al rector.
Pasó por el Fondo Nacional del Ahorro y regresó al Banco Central Hipotecario a la dirección de comunicaciones.
“Yo trabajé con gente muy inteligente, capaz, con gerentes constructivos y futuristas. Una vez, por ejemplo, en el congreso de Camacol de 1968, el doctor Roberto Rosero Hinestroza, salió con una idea que la gente le pareció difícil de creer. Dijo que el negocio del futuro era el agua. Lo trataron de loco. Al año siguiente Postobón sacó el Agua Cristal”.
Héctor seguía estudiando y analizando el tema de las comunicaciones. Entre otras, hizo un curso de auditoría de sistemas y participó en el BCH en el montaje de uno de los primeros computadores que tuvo el país. “Era un aparato de 18 metros de extensión, 250 centímetros de alto y un metro con 50 de ancho. Era un espectáculo ver ese aparato. Además, el salón tenía aire acondicionado. Yo llevaba a los estudiantes para que miraran ese armatoste. No lo podían creer. Ahora un computador se carga en un bolsillo”.
Andrés Samper Gnecco –padre de Daniel y Ernesto—le dio clases de Relaciones Públicas. Adelantó también estudios en las Naciones Unidas. Fue al Ecuador al Centro Superior de Estudios de Periodismo y allá fue presentador del cantante Raphael en un concierto que ofreció en Quito. Hizo allá también radio y televisión.
El centro de Bogotá lo conocía paso a paso. Calle a calle. Hablaba con los “chinos” de la calle, al mismo que sostenía reuniones luego con gerentes de empresas. De pronto se topaba con un ministro caminando por la séptima. Esa vía era gran parte de su vida. Allí, por ejemplo, degustó por primera vez un bom bom bum, una colombina con chicle. Cuando los bancos determinaron hacer una jornada continua laboral, descubrió los sabores de los restaurantes San Francisco, debajo de las instalaciones de El Tiempo, en el hotel Continental o en el Club de Banqueros.
La mañana del 23 de julio de 1973 le quedó en el recuerdo. En el piso 14 de la torre de Avianca, comenzó un incendio. Él quiso cooperar con unos compañeros suyos, pero no les permitieron el ingreso.
CON JUAN PABLO II
Como director de comunicaciones del BCH planeó con gerentes como Jorge Cortés, Mario Calderón Rivera, Javier Ramírez Soto, Roberto Rosero Hinestroza, la construcción de gigantescos proyectos urbanísticos más grandes de Colombia como Niza y Tunal en Bogotá, la Nueva Villa de Medellín, Villas de Armenia y otras en Cali, Barranquilla, Bucaramanga.
“Cuando se anunció que vendría a Colombia el papa Juan Pablo II yo me dije: él tiene que ir al Tunal para que se encuentre con el trabajo que hace el banco allá y para que esté con la gente de ese sector. Fue una labor muy bonita, convencer a medio mundo y estar al lado de él”, comenta orgulloso ahora.
Después de los desastres naturales en Popayán, Armero y Armenia, Héctor debió visitar esas regiones y organizar procesos de comunicaciones para las soluciones de vivienda que se les dieron a las familias damnificadas.
“Otro de sus casos de éxito fue “Plan Terrazas” con el cual miles de familias ampliaron sus viviendas. Fue una bonita experiencia, desde la organización de los comerciales, como los de convencer a las personas y luego ver las construcciones”, cuenta ahora.
TRABAJO DE BANCO Y EDUCACIÓN
Aceptó las invitaciones, por ejemplo, de José de Recasens para organizar la Facultad de Comunicación Social en la Universidad Externado de Colombia y luego pasó a la Tadeo Lozano y dar los primeros pasos de la Comunicación Empresarial.
La Universidad Central también lo quería y lo convenció. Lo mismo le sucedió cuando Octavio Arizmendi lo llevó a la Universidad de La Sabana.
Era, en su momento, el hombre que más sabía de comunicaciones, publicidad, márquetin y pedagogía.
No descansaba casi nunca.
ESPECIALIZADO EN TESIS
Desde 1980 es socio del Círculo de Periodistas de Bogotá. “Me ha encantado la tarea de analizar las tesis que envían los estudiantes de Comunicación Social. El Periodismo de ahora es investigativo y con profundidad. Los periodistas de antes éramos muy superficiales. Ahora vienen con un marco teórico. Han hecho unos trabajos sensacionales sobre la violencia, por ejemplo y el de este año de Daniela Abisambra, fue excelente”.
–Rocío… ¿te acuerdas de la otra tesis que nos impactó?
–Claro, la de la resiliencia.
–Si señora. Gracias. Yo no sabía qué era eso. Hasta ese momento no había escuchado esa palabra y qué maravilla. Fue una gran lectura”.
–¿Volvería a ejercer el Periodismo?
–Desde luego compañero. Gracias al Periodismo, he sido un hombre feliz y buena persona. Conocí y tengo amigos incomparables: de la calle, de las empresas, del gobierno, de la vida y a Rocío, mi compañera inigualable.