10 marzo 2020 –
Por: El País –
La escasa incidencia epidemiológica y la lejanía de las zonas más golpeadas contrasta con la amenaza para las exportaciones. Las fugas de capitales y la depreciación de sus divisas dificultan los estímulos
Poco a poco, las certezas del impacto económico empiezan a emerger. Entre ellas, que ser una de las regiones del mundo con menos casos de contagios no te exime de sufrir el daño financiero que toda epidemia lleva asociado: América Latina no tiene ni mucho menos garantizada su inmunidad y le ha pillado con el pie cambiado, inmersa en un ya largo periodo de bajo crecimiento y con poco margen de acción para revertir la esperada merma de la demanda. Las consecuencias ya se han empezado a sentir en varios frentes: sacudida en las Bolsas, al son de los grandes parqués mundiales; divisas por los suelos; recortes en las previsiones de crecimiento y exportaciones de materias primas ante un claro cambio de patrón. “La región está ante su posible segunda década perdida… de las últimas tres. El coronavirus llega en un muy mal momento, de bajo crecimiento”, apunta Lourdes Casanova, directora del Instituto de Mercados Emergentes, adscrito a la Universidad de Cornell.
En lo sanitario, la epidemia llegó a Latinoamérica hace dos semanas. Lo hizo a través de Brasil, con una persona que había estado en Italia y que regresó infectada. Desde entonces, el virus ha avanzado muy lentamente, mucho más que en otras latitudes: el verano austral quizá haya ayudado, como también lo ha hecho la lejanía geográfica y las pocas conexiones aéreas con las zonas más golpeadas, y el balance de casos sigue por debajo del centenar, con solo un fallecido. Son ocho veces menos contagios que en EE UU y 160 veces menos que en Europa. Pero el dinero discurre por un carril bien distinto: en la mente de los economistas está grabada a fuego la relación directa entre menor actividad global, menor consumo de materias primas y golpe en la línea de flotación de muchas economías del área. La sempiterna dependencia de los productos básicos, sin valor agregado, agrava la exposición latinoamericana a un choque de esta índole.
Las primeras en sufrir el golpe han sido las divisas regionales, algunas de las cuales ya llegaban en los huesos: el real brasileño y el peso chileno flirteaban con su mínimo histórico bastante antes de que el coronavirus lo monopolizase todo. Solo el peso mexicano aguantaba el tipo. Hasta ayer, cuando vivió su peor jornada en año y medio, cuando las amenazas arancelarias de Donald Trump eran una constante flotando en el ambiente. Pero más allá de los siempre volátiles mercados financieros —Bolsas, divisas, renta fija—, que ya anticipan un giro radical en la senda de crecimiento global y regional, “hay un impacto claro sobre las exportaciones y, por tanto, sobre el crecimiento. Aún no vemos contagio al sector servicios, con impacto doméstico [doméstico], pero el riesgo está ahí y las autoridades de política económica deberían estar observándolo”, desgrana Martín Castellano, jefe de análisis para América Latina del Instituto de Finanzas Internacionales (IIF, por sus siglas en inglés).
La estrecha relación trabada con China en las últimas décadas se convierte en un arma de doble filo en la balanza comercial de muchos países latinoamericanos. Algo más de una década atrás, cuando el bloque occidental sucumbía a la crisis financiera, ese enganche permitió a la región aislarse de las consecuencias de la caída de EE UU y Europa. Hoy, en cambio, es motivo de alarma: aunque China va volviendo poco a poco a la normalidad, “la actividad económica se ha visto muy mermada, con un impacto significativo”, apunta por correo electrónico Otaviano Canuto, exdirector del FMI para el Hemisferio Occidental y hoy fellow de la Brookings Institution. Según los cálculos de la OCDE, un punto menos de crecimiento en China implica una caída en idéntica proporción en el crecimiento de la región. Y el traslado de la volatilidad sobre los diferenciales de la deuda pública, como recuerda Sebastián Nieto, jefe de Unidad del organismo para la región, también es mucho mayor.
Tres de las grandes economías regionales -Brasil, Chile y Perú- tienen en el gigante asiático el primer destino de sus productos y el fantasma de 2015, cuando las materias primas se desplomaron y las principales economías latinoamericanas se resintieron, está en la retina. Si en los primeros días los temores se centraban en los minerales de uso industrial —hierro y cobre, sobre todo—, lo que situaba a las naciones andinas como mayores damnificados, el reciente desplome del petróleo por una combinación de menor demanda -apunta a la mayor caída trimestral en décadas, superior incluso a la registrada en lo más hondo de la Gran Recesión- y descoordinación entre la OPEP y Rusia, ha puesto el foro sobre Venezuela, Ecuador, Colombia, Brasil o México. En cuestión de jornadas, el país norteamericano —segunda potencia regional— ha pasado, también, de ser uno de los países menos afectados —por su escasa exposición a China, donde empezó todo— a estar en el ojo del huracán financiero. Primero, por el requiebro del crudo supone un duro golpe para su ya de por sí muy dañada petrolera estatal (Pemex). Segundo, porque a medida que el virus se globaliza —o, mejor dicho, se occidentaliza—, sus consecuencias económicas también lo hacen.
“Estamos empezando a cambiar el enfoque, viéndolo no solo como un golpe sobre la economía china sino como algo que va mucho más allá”, apunta bajo condición de anonimato el estratega para Latinoamérica de una importante gestora de fondos. “En EE UU, por ejemplo, ¿se van a comprar los mismos coches en estas circunstancias? Tenemos dudas y eso afecta a México y no solo a Brasil, donde las dos terceras partes de sus exportaciones son materias primas. Son “tiempos difíciles” para la región, desliza por teléfono. “Estamos vendiendo a dos manos y esperando a que se estabilicen los números para comprar a tres manos”. Y cuando los inversores aprietan el botón de pánico, la historia dice claramente que ficha latinoamericana del dominó global suele ser una de las primeras en caer: su exposición a la volatilidad es incluso mayor que la del resto de emergentes.
En la sopa de letras en la que se mueven los economistas cuando vienen mal dadas —a saber: L, caída de la actividad sin recuperación a la vista; V, rápido desplome, rápida recuperación; U, brusco descenso, recuperación retardada—, Nieto apuesta por la última opción. “No hay dudas de que va a haber efecto sobre el crecimiento. El periodo de recuperación ya no será de un trimestre ni un semestre, sino más”. El resultado de ese cóctel es un cuadro gris, mucho más oscuro que el dibujado a finales de 2019 -que, dicho sea todo, era más prudente que pesimista-. Goldman Sachs ha sido el último en revisar su cuadro macro para los principales países de la región: Brasil y Ecuador crecerán siete décimas menos (del 2,2% al 1,5% en el primer caso; del -0,3% a un lúgubre -1% en e segundo); Perú, cinco décimas menos (del 3,3% pasa al 2,8%); y Colombia, cuatro (del 3,4% al 3%).
Al contexto adverso se suma una menor margen de maniobra para aplicar políticas contracíclicas que en crisis anteriores. La depreciación generalizada de las monedas latinoamericanas acota el campo de acción de la política monetaria —unos tipos de interés más bajos contribuyen a relanzar la actividad, pero también avivan la salida de fondos—. Ese es, precisamente, el mayor desafío regional en este punto, según Nieto: la “muy limitada capacidad de aplicar estímulos en un momento en el que tiene que tener mucho cuidado por el potencial impacto sobre la salida de capitales”. En el plano fiscal el margen es igualmente corto, con unos volúmenes de deuda pública que, como recuerda Castellano, del IIF, se han duplicado en gran parte del área 2009. Entonces, sus países sí pudieron hacer frente “Solo los países con espacio fiscal o monetario, y con reservas de divisas extranjeras podrán responder al choque”, cierra Canuto. Tiempos recios sin pócimas mágicas.