El comienzo de la década ha sido de fuerza que explota. En el Medio Oriente los drones de Trump centellean y vuelven pedazos a los adustos jefes militares iraníes. El orbe suspira en vilo. En Colombia siguen desmelenadas las motos y las motosierras, la vieja manía de matar se incrementa y la gente siente que los tres años de paz con la guerrilla fueron una película de Hollywood.
Urbi et orbi, aquí y en todo el mundo el fuego siega vidas, y la sangre se impone como argumento para conseguir cualquier meta. El progreso se agacha de miedo ante la racha de muertes distribuidas en todas las latitudes y practicadas con frío por las causas más contradictorias.
Se mata por dios y por el diablo, por la libertad y el racismo, por la avaricia y la miseria. Las hemorragias de la historia universal de la infamia no enseñan nada. Perforar cabezas, reventar vísceras, hacer pedazos lo que era un ser con amores y utopías, son actos escrupulosamente planeados y cumplidos. Los fuertes son reyes del mundo.
Hay un proverbio chino desperdiciado: “fuerte no es aquel que ejercita su fuerza, fuerte es quien la controla”. Es una derivación de la filosofía oriental y un lema de las artes marciales. Le quita el aura heroica al comportamiento de los hombres de fusiles, drones fogosos, altos cilindrajes tronantes.
Todo deportista en alta forma experimenta la potencia de su fuerza contenida. Le basta su respiración diafragmática para comprender que sus músculos y huesos tienen la capacidad de ser formidables. Ha pasado cada día de su vida llenando de energía estas tremendas armas que ante todo sirven para el abrazo.
Las preserva, las reserva. Es rey del mundo porque alía sus fuerzas personales con el fluido magnético de la tierra, el viento, las aguas en movimiento. En vista de que conoce la ira y la ambición, se mantiene alerta para ejercer soberanía sobre estos impulsos salidos de madre.
Por eso los samuráis, los yoguis, los yudocas, son tempestades reguladas. Su dinamita se concentra en un punto al que raramente impactan. Obedecen a la construcción de su poderío, más que a su propagación insensata. Su orgullo es ante todo interno. Repliegan sobre su centro íntimo la conciencia de reyes del mundo.
La segunda década del XXI aguarda la proliferación de estos diamantes.