10 junio 2020 –
Por: Manny Fernandez y
Hace casi 30 años Floyd tenía grandes planes para su vida. Su muerte a manos de la policía impulsa un movimiento en contra de la brutalidad policial y la injusticia racial.
HOUSTON — Era el último día del penúltimo grado de bachillerato en la Escuela Preparatoria Jack Yates de Houston, hace casi tres décadas. De camino a casa, un grupo de buenos amigos iba pensando lo que traería el último año escolar y lo que vendría incluso más adelante. Eran adolescentes negros a punto de alcanzar la mayoría de edad. La pregunta que se planteaban unos a otros era: ¿Qué querían hacer con su vida?
“George me miró y dijo: ‘Quiero emocionar al mundo’”, comentó Jonathan Veal, de 45 años, al recordar las aspiraciones de uno de esos jóvenes, un destacado atleta, alto y sociable, llamado George Floyd, a quien había conocido en la cafetería de la escuela el día que comenzaron el sexto año. En sus mentes de 17 años, la idea de emocionar al mundo tal vez significaba la NBA o la NFL.
“Fue uno de los primeros momentos que recordé después de enterarme de lo que le sucedió”, dijo Veal. “Floyd no podría haberse imaginado que esta sería la manera trágica en que la gente conocería su nombre”.
Ahora la gente conoce a George Perry Floyd Jr. por sus desgarradores momentos finales, cuando suplicaba que lo dejaran respirar mientras la rodilla de un policía presionaba su cuello durante casi nueve minutos en una calle de la ciudad de Mineápolis.
La muerte de Floyd, inmortalizada en el video que tomó en su celular una persona que pasaba por el lugar durante el atardecer del Día de los Caídos, ha desatado dos semanas de manifestaciones que se han extendido por todo Estados Unidos en contra de la brutalidad policiaca. Ha sido conmemorado en Mineápolis, donde murió; en Carolina del Norte, donde nació, y en Houston, donde miles de personas hicieron fila de pie bajo el calor implacable del lunes en la tarde para pasar junto a su ataúd dorado y darle el último adiós en la ciudad en la que pasó la mayor parte de su vida.
Muchos de los que asistieron a esta despedida pública dijeron que veían a Floyd como uno de ellos: un vecino de Houston que podía haber sido su padre, su hermano o su hijo.
“Esto fue algo que sentimos muy de cerca”, afirmó Kina Ardoin, una enfermera de 43 años que estaba formada en una fila que llegaba hasta muy lejos de la entrada de la iglesia. “Podría haber sido cualquiera de mi familia”.
Ahora que es una fecha marcada en la larga historia de violencia contra las personas negras, el asesinato de Floyd ha hecho que manifestantes de todas las razas marchen por las calles y se arrodillen coreando “¡Las vidas negras importan!” en cientos de ciudades y pueblos pequeños.
No obstante, Floyd, de 46 años, fue más que el video gráfico de su muerte de casi nueve minutos. Fue más que las dieciséis frases registradas en la grabación en las que dice de varias formas “No puedo respirar”.
Fue un hombre corpulento que tenía sueños muy grandes y que no se desanimó por los tropiezos de su vida.
Después de crecer en uno de los barrios más pobres de Houston, se distinguió como basquetbolista y futbolista, y completó tres pases para avanzar 18 yardas en un juego de campeonato estatal en su penúltimo año de bachillerato.
Fue el primero de sus hermanos en ir a la universidad gracias a una beca de deporte. Pero después de un par de años, regresó a Texas y pasó casi una década entre arrestos y encarcelamientos por delitos relacionados principalmente con las drogas. Para cuando salió definitivamente de su pueblo natal hace algunos años y se mudó a trabajar a Mineápolis, a unos 2000 kilómetros, estaba listo para comenzar de nuevo.
Cuando viajó a Houston en 2018 para el funeral de su madre —murieron con dos años y una semana de diferencia—, le dijo a su familia que había comenzado a sentir que Mineápolis era su hogar. Se hizo tatuar el nombre de su madre en el abdomen, un dato que se registró en la autopsia.
La vida en Bricks
Floyd nació en Fayetteville, Carolina del Norte, y fue hijo de George Perry y Larcenia Floyd, pero en realidad creció en un barrio de Houston llamado Bricks.
Luego de que sus padres se separaron, su madre se mudó con él y sus hermanos a Texas, donde creció en el mundo de ladrillos rojos de Cuney Homes, un complejo de 564 viviendas públicas ubicado en el tercer distrito de Houston nombrado en honor a Norris Wright Cuney, uno de los hombres negros políticamente más poderosos del estado a fines del siglo XIX.
La madre de Floyd —conocida como Cissy— era una lideresa de Cuney Homes y era integrante activa de la junta de vecinos. Crio a sus hijos y, en ocasiones, también a algunos de sus nietos e hijos de sus vecinos.
De niño, en Bricks, lo conocían como Perry, su segundo nombre. Cuando creció, también creció la cantidad de sobrenombres. Era el Gran Floyd, conocido tanto por su gran personalidad como por su sentido del humor.
La altura de Floyd —en el colegio medía más de 1,80 metros — creó una especie de mística.
“Imagínate a este chico alto como estudiante de primer año de secundaria caminando por los pasillos. Pensamos: ‘¿Quién es ese tipo?’. Era un bromista, siempre estaba riéndose y hacía chistes”, dijo Herbert Mouton, de 45 años, quien jugó en el equipo de fútbol americano de la secundaria Yates con Floyd. “Estábamos hablando el otro día con un compañero de clases tratando de pensar si Floyd había estado antes en una pelea. Y no pudimos recordarlo”.
Mouton dijo que después de perder un juego importante, Floyd dejaba que el equipo se pusiera de mal humor por unos minutos antes de contar un chiste para aligerar el estado de ánimo. “Nunca quería que nos sintiéramos mal por mucho tiempo”, dijo.
Floyd vio en los deportes un camino para salir de Bricks. Y fue así que, en un estado obsesionado con los deportes, se valió de su talla y destreza atlética. Jugando como ala cerrada, Floyd ayudó a llevar a su equipo de fútbol americano a la final del campeonato estatal en 1992.
En un emocionante momento que quedó grabado en video —y que ha circulado después de su muerte— Floyd se eleva por encima de un oponente en la zona final para atrapar un pase de anotación.
Después de graduarse del bachillerato, Floyd se fue de Texas con una beca de básquetbol al South Florida Community College (ahora llamado South Florida State College).
“Yo buscaba un ala-pívot que fuese alto y él cumplía con los requisitos. Era atlético y me gustaba cómo manejaba el balón”, dijo George Walker, quien reclutó a Floyd. “Era titular y anotaba de doce a catorce puntos y lograba de siete a ocho recuperaciones de balón”.
Floyd fue transferido dos años después, en 1995, al campus de Kingsville de la Universidad de Texas A&M, pero no se quedó mucho tiempo ahí. Regresó a Houston —y al tercer distrito— sin titularse.
Conocido a nivel local como el Tré, el tercer distrito, al sur del centro de la ciudad, es históricamente uno de los vecindarios negros de Houston y ha sido representado en la música de una de las personas más famosas que han crecido ahí: Beyoncé.
La vida en Bricks era despiadada en ocasiones. La pobreza, las drogas, las pandillas y la violencia atemorizaban a muchas familias del tercer distrito. Muchos de los compañeros de escuela de Floyd no cumplieron más de veintitantos años.
Poco después de regresar, Floyd comenzó a rapear. Apareció con el nombre de Big Floyd en cintas creadas por DJ Screw, un personaje de la escena hip-hop de Houston en la década de 1990. Con voz profunda y rimas intencionalmente lentas, Floyd rapeaba sobre autos con llantas de gran tamaño y el orgullo de pertenecer al tercer distrito, su barrio.
Según los registros del tribunal y de la policía, Floyd fue arrestado varias veces en Houston, a lo largo de un periodo aproximado de diez años que comenzó cuando tenía veintitantos. Una de esas detenciones, por una transacción de diez dólares relacionada con drogas en 2004, lo llevó a pasar diez meses en una cárcel estatal.
Cuatro años después, Floyd se declaró culpable de robo agravado a mano armada y pasó cuatro años en prisión. Lo liberaron en 2013 y regresó a casa, esta vez para empezar el largo y difícil camino de intentar cambiar su vida. Usó sus errores como una lección para otras personas.
Stephen Jackson, un jugador profesional de básquetbol jubilado de Port Arthur, Texas, conoció a Floyd un año o dos antes de unirse a la NBA. Tenían en común los deportes, dijo Jackson, pero también se parecían lo suficiente como para llamarse de cariño “gemelo” el uno al otro.
“Le digo a la gente todo el tiempo que la única diferencia entre George Floyd y yo, la única diferencia entre mi gemelo y yo, la única diferencia entre Georgie y yo, es el hecho de que yo tuve más oportunidades”, dijo, y luego agregó: “Si George hubiera tenido más oportunidades, podría haber sido atleta profesional en dos deportes”.
Luego de salir de prisión, Floyd se dedicó todavía más a su iglesia. Inspirado por su hija, Gianna Floyd, quien nació después de que fue liberado, Floyd pasaba mucho tiempo en Resurrection Houston, una iglesia que celebra muchos de sus servicios en una cancha de basquetbol ubicada en el centro de Cuney Homes. Colocaba las sillas y arrastraba hasta el centro de la cancha la figura principal del servicio: la pila bautismal.
“Bautizábamos a las personas en la cancha en este gran abrevadero para caballos. Él arrastraba sin ayuda esa cosa a la cancha”, dijo Patrick Ngwolo, abogado y pastor de Resurrection Houston, quien describió a Floyd como una figura paterna para los jóvenes de la comunidad.
Floyd terminó por integrarse a un programa cristiano que tenía tiempo llevando a hombres del tercer distrito a Minnesota, donde se les ofrecían servicios de rehabilitación para adicción a las drogas y de reinserción laboral.
“Cuando dices que te vas a Minnesota, todos saben que vas a este programa de trabajo de la iglesia de Minnesota”, señaló Ngwolo, “y que estás saliendo de este ambiente”.
Ese cambio sería un nuevo comienzo para Floyd, comentó Ngwolo, su historia de salvación.
Protector de los demás
En Minnesota, Floyd vivía en una casa dúplex de madera con dos compañeros en la orilla oriental de St. Louis Park, un suburbio en proceso de gentrificación de Mineápolis.
En 2017, comenzó a trabajar como guardia de seguridad en el Harbor Light Center del Ejército de Salvación, un refugio y alojamiento provisional para personas sin hogar del centro de la ciudad. El personal conocía a Floyd como alguien de temperamento estable que por instinto de protección acompañaba a los empleados hasta sus automóviles.
“Hay que ser una persona especial para trabajar en el ambiente del albergue”, dijo Brian Molohon, director ejecutivo de desarrollo en la división norte del Ejército de Salvación. “Todos los días te bombardean con angustias y quebrantos”.
Pese a que Floyd se adaptó a su puesto, buscó otros empleos. Cuando trabajaba en el Ejército de Salvación, solicitó empleo como portero en el restaurante y discoteca Conga Latin Bistro.
Jovanni Thunstrom, el propietario, comentó que Floyd pronto se volvió parte de la familia de empleados. Llegaba temprano y se iba tarde. Y, aunque lo intentó, nunca aprendió bien a bailar salsa.
“De inmediato me gustó su actitud”, afirmó Thunstrom, quien también era el casero de Floyd. “Te estrechaba la mano con ambas manos. Se inclinaba para saludarte”.
Floyd siempre tenía una Biblia junto a su cama. A menudo la leía en voz alta y, a pesar de su estatura, con frecuencia se acomodaba en el pasillo para rezar con Theresa Scott, una de sus compañeras de casa.
“Tenía una forma de hablar realmente genial. Su voz me recordaba a la de Ray Charles. Hablaba rápido y hablaba muy suavemente”, dijo Alvin Manago, de 55 años, quien conoció a Floyd en un juego de sóftbol en 2016. Se cayeron bien de inmediato y se convirtieron en compañeros de piso. “Tenía este tono de bajo grave. Tenías que acostumbrarte a su acento para entenderlo”.
Floyd pasó las últimas semanas de su vida recuperándose del coronavirus, el cual supo que tenía a principios de abril. Cuando ya estuvo mejor, comenzó a pasar más tiempo con su novia, y no había visto a sus compañeros de casa en algunas semanas, señaló Manago.
Al igual que millones de personas, sus compañeros de casa en la ciudad que sería su nuevo comienzo miraron el video que captó los últimos resuellos de Floyd.
Lo oyeron llamar a su difunta madre: “¡Mamá! ¡Mamá!”.
Desde la mañana del martes 9 de junio, 15 días después de ese grito de angustia, George Floyd yace y descansa junto a ella.