8 julio 2020 –
Por: Revista Semana –
Foto: Liliana Toro –
Diana López Zuleta acaba de publicar el libro ‘Lo que no borró el desierto’. Allí cuenta cómo desenmascaró al exgobernador de La Guajira Juan Francisco ‘Kiko’ Gómez, condenado por el crimen de su padre, el concejal Luis López Peralta. Es uno de los éxitos editoriales del momento.
Cuando Diana López Zuleta tenía 10 años de edad, su padre, el concejal Luis López Peralta, fue asesinado por orden del entonces alcalde de Barrancas (La Guajira), Juan Francisco ‘Kiko‘ Gómez. Los hechos ocurrieron en ese municipio el 22 de febrero de 1997.
Diana cuenta que estudió periodismo para «luchar contra el desconsuelo» que le produjo esta irreparable pérdida. Gracias a sus investigaciones y su participación en el juicio, ella contribuyó a evitar la impunidad: en junio del 2017 ‘Kiko‘ Gómez fue condenado a 40 años por este asesinato.
La periodista acaba de publicar el libro ‘Lo que no borró el desierto‘, en el que relata precisamente cómo desenmascaró a ‘Kiko‘ Gómez, quien llegó a ser gobernador de La Guajira.
El libro, editado por Plantea, fue prologado por Margarita Rosa de Francisco y se ha convertido en uno de los más vendidos en las últimas semanas en el país.
En entrevista con SEMANA, Diana cuenta detalles de su investigación y de cómo se armó de valor para enfrentar a ‘Kiko‘ Gómez.
SEMANA: ‘Lo que no borró el desierto‘ es un libro de investigación periodística, pero también una biografía tuya, de tu papá, de tu familia, y ante todo es un ejercicio para hacer memoria y justicia. ¿Cómo fue la fase de la investigación y luego la tarea de escribirlo?
Diana López Zuleta: Para escribir este libro recorrí La Guajira y el Cesar, fui a la cárcel de Barranquilla a entrevistar el asesino material, revisé cientos de noticias de archivo en Riohacha, Valledupar y Bogotá, hice decenas de derechos de petición, incluso instauré tutelas y realicé alrededor de noventa entrevistas. Todo, absolutamente todo lo que está consignado en el libro tiene respaldo y contraste con diversas fuentes. Escarbé el archivo de mi familia. Encontré, por ejemplo, los escritos de amenazas y las exigencias económicas que hacían los paramilitares y la guerrilla. Volví a escuchar las audiencias y los testimonios, y leí nuevamente el expediente judicial.
Fue escuchar y observar atentamente. Si iba a entrevistar a alguien tomaba apuntes del ambiente, de las expresiones y los gestos, porque eso también me ayudaba a recrear lo que quería contar. No solo era ver los lugares sino sentirlos, investigar mis propios sentimientos cuando era niña, y volver a ellos para ahondar y buscar las luces y las sombras de lo que soy a través de la muerte de mi padre. Pero ese camino fue doloroso. Mientras hacía esa remembranza lloré mucho, aunque también me liberé de mucho dolor.
Después de la investigación, hice un mapa de la historia. Leí mucho, tomé dos talleres de escritura creativa con la escritora Carolina Sanín, porque para mí era importante encontrar el tono y el ritmo. Yo no quería un libro sensiblero ni cargado de autocompasión y, en ese sentido, creo que lo logré. Dejaba reposar cada capítulo y después volvía a él para corregirlo. La escritura me tomó un año, estuve dedicada exclusivamente al libro.
SEMANA: Cuentas en el libro que en una ocasión tuviste frente a frente al exgobernador de La Guajira Juan Francisco ‘Kiko‘ Gómez y que ibas con la idea de enfrentarlo y reclamarle por la muerte de tu padre, pero al final no lo hiciste. Tu amigo Gonzalo Guillén te había sugerido que lo encararas. ¿Qué ocurrió ese día?
D.L.Z.: Yo sabía que coincidiría con Kiko Gómez en un evento en Medellín. Él ya era gobernador de La Guajira y yo era la periodista de una de las instituciones que organizaba ese evento. Pensé que era la oportunidad para acercarme a él y confrontarlo. Gonzalo me recomendó que lo hiciera delante de otros periodistas porque era una forma de protegerme. Pero cuando estuve frente a él, todo mi cuerpo tembló del susto. Lo entrevisté pero no fui capaz de preguntarle por qué había matado a mi papá. Estaba muerta de pánico.
SEMANA: Tu infancia fue feliz hasta que se vio truncada por el asesinato de tu padre. ¿Cómo ha sido vivir sin su presencia durante todos estos años?
D.L.Z.: Yo siento que perdí, no solo de una manera violenta a mi padre, sino mi infancia. Parte de lo que soy, lo que me hace fuerte y débil a la vez, es la muerte de mi padre. Yo quedé profundamente atormentada con su asesinato. Me desvelaba investigar qué había pasado, pero preguntar era asomarme a un abismo de miedo. Me he tenido que inventar, de alguna manera, a mi padre. Por eso, parte de mi identidad es la nostalgia eterna.
SEMANA: ¿En qué momento Kiko Gómez pasa de ver a tu padre como un amigo y un aliado político a un enemigo, al que incluso ordena asesinar?
D.L.Z.: Cuando mi padre fue elegido concejal de Barrancas y comenzó a hacer control político de la gestión del alcalde Kiko Gómez. Ellos eran aliados políticos, habían hecho campaña juntos. Pero después él denunció los contratos corruptos y la quema intencional de los archivos de la oficina jurídica de la Alcaldía, cuyo fin era ocultar, precisamente, las evidencias que necesitaba para denunciar al alcalde. Además, mi padre estaba haciendo campaña a la alcaldía y, con toda seguridad, iba a ganar porque él ayudaba mucho al pueblo y daba empleo, entonces la gente lo quería.
SEMANA: Uno de los apartes más dramáticos del libro es cuando narras que Kiko Gómez estuvo presente en el funeral de tu padre e incluso cargó el ataúd. ¿Cómo una persona puede llegar a tener una sangre tan fría?
D.L.Z.: De hecho, esa es una de las preguntas que me hago a lo largo de ese capítulo. Revivir ese momento, viendo el video una y otra vez, me desgarró por completo. Yo busqué a un psiquiatra para analizar el porqué del cinismo que tuvo el asesino para cargar el ataúd y hacer un homenaje frente al llanto desconsolado de los hijos y la familia de la víctima. El psiquiatra me dijo que todo indicaba que él es un psicópata por la ausencia de culpa y porque actúa movido por sus intereses, y sus intereses están por encima de los demás. Entonces, solo sus derechos son válidos y no le importa qué se sacrifica con tal de lograr sus propósitos. Pero esa actitud fue reiterativa en su carrera criminal. Es decir, él mandaba matar y después iba a dar el pésame a los deudos, les donaba el ataúd o les regalaba el café para el velorio.
SEMANA: El libro está lleno de muchos detalles de tu infancia y en general de todo lo que viviste. ¿Cómo fue la tarea de reconstruir la historia con tanta precisión?
D.L.Z.: Hice un trabajo de observación minucioso. Volví a los lugares, a mi colegio, al hotel donde mataron a mi papá, al sitio donde estuvieron esperando los sicarios para matarlo. Tomé fotos de cada lugar, investigué, por ejemplo, qué plantas había en la plaza de Barrancas cuando mi papá fue asesinado, porque todos esos detalles van creando una atmósfera. Para hacer las descripciones de muchos lugares consulté a un arquitecto especialista en paisajismo. El libro está lleno de imágenes. Para escribir la escena del asesinato de mi papá entrevisté a todas las personas que estuvieron en el lugar. Mis hermanas, pese a que estaban en el instante que lo mataron, lo recordaban de manera distinta, entonces fue como coser cada testimonio, detalles como el olor, la ropa, el clima de ese día. Y así hice con todas las demás escenas que aparecen en el libro. Horacio Quiroga decía: “No escribas bajo el imperio de la emoción. Déjala morir, y evócala luego”. Entonces fue reconstruir la historia con cierta distancia pero siempre evocando la época.
SEMANA: Cuentas en el libro que tu padre, en una ocasión, dijo que tu ibas a ser la que lo ibas a defender. Terminó siendo una premonición. Tu al final fuiste clave para que se hiciera justicia en su asesinato… ¿Qué piensas hoy de eso?
D.L.Z.: Cuando yo era niña decía que iba a ser abogada para defender a mi papá. Luego a él lo mataron y yo me incliné por el periodismo para luchar contra el desconsuelo, y porque sabía que desde ahí podía hacer algo. Pero investigar también significaba abrir heridas profundas, como enterarme de que mi papá pudo ser salvado y no lo atendieron en el hospital del pueblo, fue trasladado a Valledupar en el propio carro del asesino en una larga carrera hacia la muerte. Todo lo que investigué lo aporté al expediente. Prácticamente hice lo que en casi dos décadas no hizo la justicia, que fue hacer memoria y reconstruir la historia. Por eso este libro es el grito desolado de un asesinato y el eco de una época de Colombia que continúa derramando su sangre.
SEMANA: Por miedo, tu familia no quería involucrarse mucho para señalar a Kiko Gómez en un juicio. ¿Cómo te armaste de valor para tomar esa decisión y luego escribir un libro?
D.L.Z.: Mi familia no se quiso involucrar y yo fui duramente criticada por conformarme parte civil en el proceso. Yo había crecido tan apesadumbrada por el asesinato de mi papá que sentía que ya no tenía nada que perder, y que defender su memoria era lo que me correspondía como hija. La fuerza vino de adentro: fue renunciar a ese patrón machista y medroso con el que crecí para enfrentarme a mis miedos. Algunos consideraron que si ya el asesino estaba condenado para qué me iba a poner a escribir un libro, pero yo necesitaba escudriñar los rincones de la historia de mi papá. Y más que la condena, lo que ha logrado resarcirme es la verdad.
SEMANA: No solo la violencia se llevó a tu padre, sino también a tu tío Varo. En el caso de él, ¿qué ocurrió?
D.L.Z.: A mi tío Varo lo mataron los paramilitares en 2005 cuando estaban en plena desmovilización. Nunca supimos por qué ni quién dio la orden. Él era el sustento de mi familia, era ganadero y también había sido varias veces concejal de mi pueblo La Paz, Cesar. Su muerte está en la impunidad. Sobre este crimen también estuve indagando pero solo pude saber quiénes habían sido los autores materiales.
SEMANA: «Nací en una tierra donde se mira mal no al que mata, sino al que denuncia al asesino». Eso escribes sobre La Guajira. ¿Por qué crees que pasa eso?
D.L.Z.: En La Guajira y en el Cesar se congracian con los asesinos: los saludan con aspavientos y los homenajean. Es una región en la que le llaman “ser prudente” a guardar silencio frente a los crímenes y hay una consigna culturalmente establecida en la que es “mejor estar callado y vivir”. Es un miedo soterrado y, de esta manera, el crimen es aceptado. Entonces, si matan a alguien es porque la víctima tenía la culpa.
SEMANA: ¿Hoy cómo es la situación de violencia y delincuencia en tu región?
D.L.Z.: Todavía persisten estructuras organizadas desde el poder con grupos ilegales a su servicio. Las investigaciones judiciales no avanzan y la corrupción carcome todas las esferas.