13 Agosto 2019.
Tomado de: Proclama del Cauca.
No hay mayor falacia que la imparcialidad del periodismo político, ningún periodista puede ser imparcial, por la misma razón por la que ningún hombre puede ser objetivo con su contendor. En política, el periodismo objetivo no existe; su capacidad para generar credibilidad es sólo cuestión de apariencia.
Las redes sociales han logrado ejercer una influencia decisiva y determinante, son sin duda mecanismos efectivos para orientar al electorado e inclinar el favor de las mayorías, eligiendo candidatos sin maquinarias, sin el apoyo de la gran prensa, y sin contar con avales políticos de los partidos tradicionales o del respaldo de dirigentes reconocidos. Pero también preocupa que en ellas se difunden información falsa, noticias fuera de contexto, donde es abundante el lenguaje de odio e intolerancia, no es extraño que un estratega político puede crear más de 1.000 cuentas falsas en redes sociales y compartir mensajes, desde publicidad política hasta propaganda oscura contra otros candidatos, un problema que por la masificación de los canales digitales es imposible controlar.
No estoy en contra de la información digital en redes sociales, siempre que se practique con un mínimo de decoro y dotada de principios éticos y morales, sin pretender convertirse en un referente de la información, salvo en casos en que las mafias del poder se apropien de los medios de comunicación tradicional, para manipular e imponer sus candidatos.
Muchos periodista que tratan de ejercer honestamente su trabajo son restringidos y censurados, ante la necesidad de sostener las empresas de la comunicación como unidades de negocios, que requieren alta rentabilidad para permanecer en el mercado, sojuzgadas por el agobio de la mermelada del gobierno de turno, con sus poderes respectivos para ejercer la manipulación política.
Otros periodistas salen del anonimato y caen en el desprestigio, al ceder a las lisonjas de los detentadores del poder y el dinero. Los ejemplos abundan; el comunicador que se deja corromper por las dádivas, está vendiendo su moral y su libertad de expresión, un derecho difícil de ejercer, pero que puede perderse por completo cuando se accede a los deseos de los poderosos, quienes sólo buscan perpetuarse en el poder para satisfacer sus apetitos protervos.
El ejercicio del periodismo político en Colombia es riesgoso y requiere de conocimiento especial para ganar credibilidad en el manejo de la información. Muchos comunicadores han sido asesinados por opinar o denunciar a corruptos, criminales de cuello blanco y narcoterroristas. Muchos han sufrido retaliaciones por parte de individuos dejados en evidencia en sus reportajes investigativos. Otros, menos honestos, se convierten en sicarios de la moral pública, atacando o desprestigiando a quienes no les dan publicidad, mientras adulan y ponderan a quienes son generosos con la pauta o los hacen socios de sus empresas mafiosas.
La prensa sufre doble crisis: por un lado, económica, pues no es ajena a las leyes del mercado entre los editores, y por otra parte de difusión, frente a las redes sociales que tienden a convertir el periodismo digital en un diálogo abierto entre internautas anónimos, sin licencia oficial, ni formación profesional para engrandecer la sagrada misión del periodismo.
No por ello el ejercicio del periodismo debe abandonarse para quedar en manos de la comunicación digital y las redes sociales. No dejemos que la moda de desprestigiar al periodismo obnubile nuestro sentido crítico y sentido común, no es conveniente que los periódicos se cierren y los periodistas no indaguen. Nunca como ahora se justifica el ejercicio periodístico juicioso e investigativo.