No es cuento chino

5 Noviembre 2019.

Desde su llegada al podio de la hegemonía global, China no deja de sorprender al mundo con la construcción de megaproyectos de infraestructura, que van desde hidroeléctricas, represas y puentes, hasta puertos y líneas de ferrocarril. Dentro de ese segmento acaba de inaugurarse en Pekín el aeropuerto más grande del planeta, un edificio futurista, sofisticado, funcional y sensible con el entorno, ideado por la fallecida arquitecta anglo-iraní Zaha Hadid, la única mujer que ha ganado el premio Pritzker, el más prestigioso de arquitectura.

El aeropuerto, una monumental estructura de 700.000 m2, con un innovador diseño de estrella marina en el fondo del mar, es el último ejemplo del sueño chino de la nueva era. Representa una joya de la ingeniería local, de enormes espacios y dimensiones, dotado con la más avanzada tecnología del momento, torre de control de inteligencia artificial y sistema de reconocimiento facial que agiliza los trámites aeroportuarios y garantiza la seguridad.

La portentosa obra costó US$17.000 millones, fue construida en un tiempo récord de cinco años, algo inimaginable por estas tierras, y aunque funcionará a pleno rendimiento en 2040 con ocho pistas de aterrizaje y capacidad para 100 millones de pasajeros anuales, en seis años, según las previsiones de la demanda, estará utilizando cuatro pistas y recibiendo 72 millones de pasajeros.

Esta nueva terminal se sumará al actual aeropuerto pekinés, el segundo más concurrido del mundo —después del Hartsfield Jackson de Atlanta (Estados Unidos)—, que acusa fuerte saturación, por cuanto rebosó su límite —también— de 100 millones de pasajeros al año. En 2025, Pekín podría acoger un total de 170 millones de pasajeros repartidos entre sus dos aeropuertos.

El avance aeroportuario chino es consecuente con su crecimiento en el transporte aéreo, una modalidad que no hace mucho arrancó con la máxima velocidad de despegue y se encuentra en pleno auge. Según la IATA, a mediados de la próxima década el gigante asiático superará a Estados Unidos como el primer mercado aéreo del mundo. El objetivo lo viene consolidando gracias a una extensa red de 230 aeropuertos certificados —medio centenar construidos en el último quinquenio—, sobre los que se teje un complejo entramado de 4.500 rutas aéreas, por el que la aviación comercial movilizó, solo el año pasado, 600 millones de viajeros.

Los pasos agigantados dados por China para acercarse a la línea de quiebre e impulsar una revolucionaria transformación en el mercado aéreo global tienen varias explicaciones. Por un lado, los subsidios que se dice reciben sus aerolíneas de los gobiernos regionales para posicionar sus destinos en el mapa internacional y ampliar de forma agresiva la cuota de mercado. De ahí que, lejos de la preocupación natural que puedan dejar las pérdidas financieras, un creciente número de aerolíneas se encuentra en capacidad de ofrecer tarifas competitivas, cuyo alcance está negado para las aerolíneas occidentales o de Oriente Medio.

El gobierno es el mayor accionista de las principales compañías de aviación: China Southern —encargada del vuelo inaugural del nuevo aeropuerto—, cuya penetración alcanza 46 países; Air China, que opera en 44, y China Eastern, 37. Las tres conforman el mayor trípode aéreo de la zona Asia-Pacífico, con crecimiento patente y una presencia en el mercado internacional cercana al 20%.

Las alturas alcanzadas por las aerolíneas chinas también tienen su razón en la inconmensurable población del país , superior a 1.400 miles de millones de personas, buena parte con mejoras en calidad de vida y posibilidades económicas para viajar. La tasa de crecimiento de pasajeros es la más alta del mundo. El año pasado se vendieron 110 millones de asientos hacia el exterior, y el promedio de US$7.000 en gastos por viaje hace que los países receptores se froten las manos con la llegada de estos viajeros.

La calidad en el servicio ha sido otro factor clave para el formidable despegue de estas líneas aéreas. La atención al cliente y algunos servicios personalizados les han permitido conquistar apetitosa porción de la torta turística occidental y asiática, que encuentran tanto posibilidades de ahorrar dinero, como ciertas ventajas comparativas a bordo.

De tiempo atrás, la primera economía del mundo —la estadounidense— no solo oye pasos de animal grande, sino que siente la respiración del gigante asiático, que busca aceleradamente subirse al trono, como ya lo viene haciendo en el segmento de la aviación, donde dejó su papel de espectador para convertirse en jugador de alto vuelo. El poder aeronáutico de ese tigre, que a la excelencia tecnológica combina el servicio al cliente, está a punto de dejar amarillos a sus blancos competidores norteamericanos… y esa es la cruda realidad. ¡No es cuento chino!

Posdata. El aeropuerto internacional Pekín-Daxing equivale en su extensión a 97 canchas de futbol; se puede recorrer a pie, en ocho minutos, desde la puerta principal hasta el punto más lejano; cuenta con 8.000 ventanas, fastuosos jardines orientales y servicio robótico para el estacionamiento de automóviles, pero además ofrece hoteles, escenarios para eventos públicos y una estación ferroviaria bajo superficie para trenes de alta velocidad que lo conectan con la ciudad en 20 minutos.

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