A la sociedad a la que sirve, y a sus poderes y propietarios, les resulta difícil comprender la libertad absoluta que requiere el ejercicio del periodismo.
Las audiencias exigen independencia, transparencia, agudeza, investigación, denuncia, soluciones y análisis, pero aquella reclamación solo dura hasta cuando todos esos valores, conjugados en la información, tocan los intereses de algún sector en el gobierno, en la empresa privada, en los partidos políticos, en la educación y la ciencia, en la junta comunal, en la plaza de mercado, en la sala del corrupto…
Por eso el periodismo solo debe alinearse con la verdad, desde la libertad. Por supuesto, una verdad responsable, aquella que nace del ejercicio del derecho a la información consciente de que es un derecho entre otros: el de la vida, el del buen nombre, el de la intimidad, el del debido proceso, el de la presunción de inocencia. Esa relación horizontal y complementaria, como derecho y servicio indispensable de la sociedad, es la que garantiza que el periodismo sea libre, pero que a la vez enaltezca esas exigencias.
Y es esta escala deontológica –esta lupa a los deberes de un oficio tan liberal– la que hace que el periodismo se ajuste a los tiempos, a las dinámicas de las democracias y que sea capaz de mantener su esencia, su cordón umbilical con la verdad, así esté escrito en galeras de linotipos o en la pantalla del ordenador más moderno. Los hechos concretos deben seguir siendo los amos absolutos del periodismo, para retratarlos lo más fielmente posible.
Por eso el periodismo debe ahorrarse cualquier militancia que comprometa su independencia y deber de actuar con el mismo rasero de distancia crítica frente a poderes y actores sociales. Imparcialidad, toda. Servilismo, cero.
Creer que el periodismo debe ser instrumento al servicio del gobierno, de la oposición, de las minorías, del empresariado, de las clases populares, de la patria, de los regionalismos o nacionalismos, de los buenos o los malos, de todas estas especies y categorías, es restarle esa autonomía que requiere para poder informar meridiano y equilibrado.
Un periodismo patriotero o gobiernista nos hubiese impedido saber las verdades de las torturas de Abu Ghraib y Guantánamo, los asesinatos rusos con veneno y la persecución despiadada de Putin a los opositores. Nos hubiese privado de conocer el hambre en La Habana y Caracas y el encierro a los disidentes. O la manipulación reciente del dossier Duque a fotos tomadas en Colombia, no en Venezuela.
Periodismo, solo periodismo. Atado a la verdad y al enorme peso de la responsabilidad de ser guardián de la democracia.