Este mea culpa es necesario para comenzar. Pero no para echarse a llorar por la suerte del periodismo ni para celebrar su muerte prematura, sino antes bien para dar cuenta de su importancia, de su necesidad.
Vive días difíciles el periodismo. En estos tiempos cuando la verdad camina al mismo paso de la mentira —así se la llame con el elegante eufemismo de “posverdad”— y cuando parece tarea inútil poder poner a cada una en su lugar, se podría llegar a dos conclusiones divergentes: Una, aceptar que el periodismo ha muerto definitivamente y que la información en adelante caminará de la mano de las emociones y su indignación pasajera, del activismo con sus intereses particulares, de la manipulación disfrazada de denuncia o de la simple reafirmación de nuestras ideas y nuestros gustos. La otra, hacer una zancadilla a la tendencia para afirmar que quizás nunca como ahora se ha requerido de un periodismo comprometido con un manejo profesional de la información, sin temores, sin complacencias, sin juegos dobles, sin ánimo de protagonismo.
En esta fecha especial en la que El Espectador celebra, precisamente, 130 años de poner por encima de cualquier otro interés la práctica de un buen periodismo, vale la pena hacer el caso por la segunda opción. Así no sea muy popular en estos días.
Para hacerlo, claro, hay que comenzar con un reconocimiento. En el acelerado cambio en el uso de la información, el periodismo ha cometido pecados. Por ejemplo, olvidarse muchas veces de sus principios básicos para irse en busca de mayor atención. Ha querido ser popular, ganarse “megustas”, volverse viral, entrar en competencia por la fama pasajera, y en ese camino se ha olvidado de su responsabilidad en la sociedad. Es explicable, por la tensión que traen las crecientes dificultades de financiación del buen periodismo, pero la consecuencia de ese facilismo está a la vista: su credibilidad ha sido erosionada y por esos huecos que ha dejado se han colado la manipulación y la mentira. Y así, los contradictores naturales del periodismo, esto es, los poderosos, han identificado la oportunidad y la vienen aprovechando estratégicamente para doblegar y desprestigiar a su control más poderoso. Nos han igualado, como dice el tango.
Este mea culpa es necesario para comenzar. Pero no para echarse a llorar por la suerte del periodismo ni para celebrar su muerte prematura, sino antes bien para dar cuenta de su importancia, de su necesidad. Porque una sociedad que no cree en los hechos y que no sabe distinguir entre la verdad y la mentira es campo fértil para la absoluta relatividad, para que los principios esenciales de la vida en comunidad se desvanezcan, para que el odio guíe las relaciones humanas, para que el juicio tome rumbos desesperados, para que surjan un Maduro por aquí, un Trump por allá, un Duterte acullá. Y mejor no hablemos de por acá.
Por eso es que para celebrar estos 130 años tan tortuosos como felices de periodismo de El Espectador, cuando el mundo ha perdido la confianza y no parecería creer en nada ni en nadie, proponemos esta conversación colectiva sobre aquello en lo que creemos. En momentos límite como los que vivimos, ni la anarquía colectiva ni los devaneos dictatoriales son buenos compañeros de viaje. Por el contrario, buscar los puntos de encuentro que nos pueden mejorar como sociedad son la base robusta sobre la que juntos podremos construir un país mejor. Y, para volver a nuestro tema, un periodismo bien ejecutado es un aliado indispensable en esa construcción.
¿Por qué? Porque una información confiable es esencial para tomar decisiones correctas. Porque un periodismo independiente es el mejor control a los abusos del poder. Porque un intercambio de ideas libre e inclusivo permite enriquecer los debates necesarios. Porque un manejo profesional de los hechos, sin dobles intenciones ni sesgos interesados, permite discernir la verdad de la mentira que, aunque hoy no lo parezcan, son asuntos muy diferentes.
Hay, en Colombia y en el mundo, gentes, ideas y asuntos en los que se puede creer, en los que se debe creer. A lo largo de estas páginas, de los desarrollos en nuestras plataformas digitales y de las redes sociales hay ejemplos de algunos de ellos. Ojalá todos pensemos por este día en qué creemos y por qué, lo compartamos y nos arremanguemos a luchar por ello. Aquí, en El Espectador seguiremos creyendo en el buen periodismo y seguiremos, como en los últimos 130 años, trabajando por dignificarlo.