2 junio 2020 –
Por: Ricardo Goldberger – Página 12 –
Ricardo Goldberger asegura que los periodistas científicos, por estudios y conocimiento aportan una mirada más precisa y fundamentada sobre los temas de su especialización, garantizando mejores niveles de información que también contribuyen a la mirada crítica y a la más adecuada toma de decisiones por parte de la ciudadanía.
Si uno quiere saber cuál es el resultado de un partido de fútbol o busca algún comentario sobre la efectividad del saque de algún tenista, recurre al periodista deportivo. Si queremos saber qué película u obra de teatro nos podría sorprender o encandilar o, en cambio, dejar pasar, el crítico de espectáculos es nuestra principal fuente de información. Así sucede con casi todo el espectro informativo en prácticamente todos los medios. Excepto en el caso de la salud y, específicamente, en el de esta pandemia que estamos transcurriendo.
El periodista científico es un investigador o un comunicador que se ha capacitado y entrenado para transmitir información especializada en ciencia y tecnología de manera fácil, entretenida pero, sobre todo, precisa y fundada. En algunos casos, llevan ya varias décadas en la tarea.
Según Manuel Calvo Hernando, autor de uno de los (pocos) textos clásicos de la materia, el comunicador de ciencia tiene tres funciones:
· Función Informativa: “que transmite y hace comprensible el contenido difícil de la ciencia, al mismo tiempo que estimula la curiosidad del público, su sensibilidad y su responsabilidad moral”.
· Función de intérprete: “que precisa el significado y el sentido de los descubrimientos básicos y sus aplicaciones, especialmente aquéllas que están incidiendo más radical y profundamente en nuestra vida cotidiana”.
· Función de control: “en nombre del público, para tratar de conseguir que las decisiones políticas se tomen teniendo en cuenta los avances científicos y tecnológicos y con la vista puesta en el ser humano y especialmente al servicio de su calidad de vida y de su enriquecimiento cultural.”
En estos días de pandemias y cuarentenas, asistimos al espectáculo de que, en la mayoría de los medios de comunicación, periodistas generales o especializados en política o economía, o conductores y animadores de programas varios, entrevistan a infectólogos, epidemiólogos y algunos otros ólogos y formulan —y reformulan— las mismas preguntas para obtener las mismas respuestas. Muchas de ellas son difícilmente comprensibles por el público, simplemente porque el entrevistado no está acostumbrado a explicar en fácil lo difícil (por lo menos lo hace gratis). Los propios entrevistadores demuestran, frecuentemente, que no terminaron de comprender las respuestas y luego elaboran editoriales basados en ellas. Suponiendo, por supuesto, que estemos hablando de buena fe.
Imaginemos que en lugar de un “todólogo” o un animador televisivo, la entrevista la hiciese un periodista científico. Éste sabría, en principio, qué preguntar. Sabría, además, pedir aclaraciones en aquellos puntos un tanto oscuros, se encargaría de que al público le quedaran bien claros los conocimientos y, sobre todo y fundamentalmente, estimularía en el público la capacidad de pensamiento crítico.
Un periodista científico enfatizaría la necesidad de mantener e, incluso, en algunos casos, volver a estrechar la cuarentena. Explicaría que no existe, todavía, vacuna o medicamento realmente eficaz contra el coronavirus; que la mayor parte de las noticias sobre el tema no son más que conjeturas o, en el mejor de los casos, investigaciones que recién comienzan. Explicaría, por ejemplo, que no estamos ante una “dictadura de los infectólogos” sino que tenemos en el comité de asesores del gobierno nacional a los mejores profesionales e investigadores en la materia.
Pero, claro. Todo esto redundaría en perjuicio de las tergiversaciones y de las operaciones de prensa.
Si pensamos que en varios medios se le asignó la cobertura de la pandemia a la sección de política; que en los medios hegemónicos se le da amplio espacio a los que proponen el cese de la cuarentena, con el consiguiente deterioro de la salud pública; que les dan la palabra a políticos, economistas, conductoras y “filósofos” que hablan como si supieran y luego no son repreguntados; que se orquestan campañas para contrarrestar diversas medidas sanitarias (van a liberar los presos “para crear milicias” y no a darles la prisión domiciliaria para reducir los focos de contagio).
Si, en fin, se utiliza la desinformación, las fake news y las campañas de prensa para demonizar y desestabilizar a un gobierno elegido democráticamente… ¿quién necesita a los periodistas científicos?