Putin, Trump y la izquierda aislacionista

Foto: huffingtonpost


Una de las peculiaridades del asunto Trump-Putin-CIA es que hay personalidades de izquierda que no se diferencian mucho de Donald Trump. Tal es así que existe cierta simpatía por la idea de que es posible que Estados Unidos le dé una oportunidad a una especie de entente con Vladimir Putin, que tampoco es tan mal tipo.

Esto es bastante extraño, ya que de esta manera se está metiendo a reputados defensores de la izquierda de la Rusia de Putin -como a Stephen Cohen, profesor emérito de Princeton y colaborador de la revista Nation– prácticamente en el mismo saco que a los defensores de Trump.

Uno de mis ejemplos favoritos es la reciente columna de opinión de la republicana Dana Rohrabacher de California, una de los miembros más de derechas del Congreso de Estados Unidos. Tras insistir en que Putin no tenía nada que ver con el resultado de las elecciones estadounidenses, Rohrabacher añadió:

«En cuanto a las relaciones con los rusos, Roosevelt, Churchill y Truman cooperaron con Stalin para vencer a Hitler. En esta generación, necesitamos la misma clase de cooperación con Putin para erradicar al Estado Islámico. Puede que incluso colaboremos con él para hacer frente a los desafíos que están surgiendo en Irán y China».

Oh, sí, una antigua líder de la organización conservadora Young Americans for Freedom invocando a Stalin. Os podéis imaginar la reacción de Rohrabacher si fuera Barack Obama el que se codeara con Putin.

No obstante, merece la pena preguntarse si realmente es una locura mirar desde otra perspectiva a Putin y a los intereses nacionales de Estados Unidos.

Algunos estadounidenses de izquierdas parecen tener puntos de vista más indulgentes con respecto a Putin del que tiene la política exterior con respecto a varios asuntos, y esos puntos de vista van de lo delirante hasta lo que merece la pena considerar. En parte, puede que esta sea una muestra de debilidad izquierdista por Rusia que data del periodo anterior a la caída del comunismo. Pero también refleja una perspectiva diferente de la geopolítica y del interés nacional.

Estos son algunos de los argumentos más dudosos:

– No se ha demostrado categóricamente si Rusia estaba detrás del hackeo de los mails del Comité Demócrata nacional. (Vamos, hombre, está más que probado).

– Sí, el servicio de inteligencia ruso ha hecho cosas malas, pero la CIA también. Echemos un vistazo a todas las elecciones de otros países a las que Estados Unidos ha dado la vuelta. ¿Ahora somos amigos de la CIA? (De acuerdo, aquí algo de razón hay, pero tenemos que seguir defendiendo la democracia estadounidense de la maldad de otros países).

– Rusia no es tan diferente de Estados Unidos. La oposición cuenta con medios de comunicación, hay elecciones y libre desacuerdo, entre otras cosas, y Estados Unidos está lejos de ser una democracia perfecta. (Lo siento, pero en Estados Unidos el Gobierno no te envenena por ser desleal al régimen y la oposición tiene oportunidades de ganar las elecciones de verdad. Putin es un mafioso).

Estos tres argumentos requieren mucha fe:

Las armas nucleares de Rusia son prácticamente iguales que las de Estados Unidos. ¿No es preferible relajar tensiones a empezar una carrera armamentística? (Claro que sí, pero es Trump el que amenaza con hacerse con un arsenal de armas nucleares. Puede que a Putin le entren los remordimientos de conciencia).

No es que nos encante Putin, pero es verdad que hay asuntos de interés común en los que Estados Unidos y Rusia podrían colaborar, como en la erradicación de ISIS. Pongamos a Siria de ejemplo, donde la política estadounidense avanzaba a trompicones mientras morían cientos de miles de civiles. Hizo falta la intervención de Rusia para que se produjera la paz. (Sí, la política estadounidense fue un fracaso, pero Assad, la marioneta de Putin, convirtió Siria en un desierto y a eso lo llamó paz. Desde un punto de vista kissingeriano y realista, la mejor solución disponible era una dictadura estable como la de Sadam Husein, pero ahora Siria es la mejor propaganda de reclutamiento para ISIS).

Estados Unidos provocó la intromisión de Putin en sus asuntos al exprimir la Rusia postsoviética con la ampliación de la OTAN y la intervención en Ucrania. Rusia siempre ha temido la intromisión cerca de sus fronteras. Pero lo prudente es reconocer que Rusia, como gran potencia que es, tiene una esfera de influencias legítima. (No me creo este argumento al cien por cien, pero tampoco lo rechazo de primeras).

Putin y sus defensores sostienen que, como parte del acuerdo para reunificar Alemania en 1990, se selló un compromiso con el que por aquel entonces era el líder de Rusia, Mijaíl Gorbachov, según el cual Estados Unidos no ampliaría la OTAN. Con Clinton y su secretaria de Estado de origen checo, Madeline Albright, se revirtió este compromiso. Pero el propio Gorbachov cuestionó esa interpretación, argumentando que el acuerdo solo se aplicaba al estacionamiento de tropas en la antigua Alemania Oriental.

Puede haber debate alrededor de si Rusia exprimió a Europa del Este y a los países bálticos aprovechando la ausencia de la OTAN, pero la prueba de Ucrania (que no es miembro de la OTAN) no es precisamente tranquilizadora.

Por otro lado, en el sistema de política exterior de Estados Unidos las opiniones con respecto a cuán firme debe ser la postura que se adopte con Putin están divididas. Y la particular antipatía que siente Putin por Hillary Clinton refleja el hecho de que ella ha sido una de las más severas.

Dentro de la Administración Obama, hubo disputas entre el Departamento de Estado y el Pentágono por lo estrecha que debería ser la cooperación con Putin a la hora de intentar negociar un alto el fuego en Siria.

David Warsh, que escribe un blog sobre economía, publicó hace poco una extensa cita del último libro de Mark Landler -corresponsal del New York Times en la Casa Blanca-, Alter Egos: Hillary Clinton, Barack Obama, and the Twilight Struggle Over American Power. El libro se escribió cuando la candidata demócrata, Clinton, intentaba adoptar una postura más empática con respecto a la política exterior.

Landler denuncia cómo Clinton y Obama discutieron sobre si deberían presionar a Putin y sobre cómo hacerlo. Este es el extracto que publicó Warsh, que recoge una cena que se celebró en la Casa Blanca en la que Obama y varios expertos en política exterior debaten sobre si se debería proporcionar a Ucrania misiles antitanque.

Cuando dio comienzo la segunda hora, Obama puso sobre la mesa un alarmante desafío. «¿Alguien puede decirme qué interés tiene Estados Unidos en Ucrania?», preguntó a sus invitados.

A Strobe Talbott [subsecretario de Estado durante siete años durante la presidencia de Clinton], que pasó gran parte de su vida profesional estudiando la amenaza soviética durante la Guerra Fría, se le descolgó la mandíbula. Preservar la integridad territorial de los Estados liberados de la Unión Soviética era un acuerdo no escrito, al menos para la generación de Clinton, que había visto cómo los soviéticos invadieron Hungría en 1956. Talbott explicó que Occidente no podía quedarse de brazos cruzados mientras Rusia hacía lo que quería con uno de sus vecinos. Stephen Hadley [consejero nacional de George W. Bush], mostró su acuerdo. «Bueno, yo lo veo de forma diferente», respondió Obama. «Lo que me preocupa es que sea una provocación que desencadene un conflicto con Rusia para el que no estamos preparados». Talbott opinó que era una preocupación comprensible, pero que no era motivo para dejar que Rusia hiciera lo que quisiera. «Conozco a Hillary desde hace mucho tiempo, me dijo [escribe Landler]. «Estoy seguro de que ella habría percibido la invasión de Ucrania de forma distinta, como una amenaza a la paz en Europa».

 
 

Posteriormente, Clinton dejó claro que adoptaría una postura más firme con los rusos y felicitó a Talbott.

Conclusión 1: Ya sabemos por qué Putin está tan empeñado en mantener a Clinton alejada de la Casa Blanca.

Conclusión 2: Hay más de una forma de lidiar con los rusos. Teniendo en cuenta el temperamento de Trump, su impaciencia con las sutilezas y el hecho de que le debe una a Putin, es la última persona del mundo en la que se podría confiar para trazar una política con Rusia más matizada pero que siga protegiendo los intereses nacionales de Estados Unidos.

Conclusión 3: La alianza de Roosevelt y Stalin tenía sentido en su momento. Pero la alianza de los estadounidenses con Trump no tanto.

Tomado de: http://www.huffingtonpost.es/