21 enero 2020 –
Foto: TIM NEWBOLD.
Tomado de: El País (España) –
El uso de la tierra reduce la población de algunas especies entre un 25% y un 50% en comparación con zonas naturales vírgenes.
“Si destruimos la vida que hay y viene del suelo, no podremos comer”, alerta Felipe Bastida, investigador en el Centro de Edafología y Biología Aplicada del Segura del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC). El ser humano es un competidor como cualquier otro cuando entra en un ecosistema. Elimina las especies que entorpecen su actividad o dañan su modo de vida, pero es ahí dónde empieza un círculo vicioso que pone a todos los seres vivos en una situación crítica. Un nuevo estudio sobre más de 20.000 especies de 80 países, desde un ácaro hasta un elefante africano de 3.825 kilos, confirma que la presión que sufre el suelo reduce las poblaciones de depredadores, como arañas o mariquitas, entre un 25% y un 50% en comparación con las zonas naturales. Cada especie tiene un papel en el ecosistema para equilibrarlo por lo que las cadenas tróficas se ven afectadas y la biodiversidad tiene que encontrar una nueva estructura para sobrevivir.
La investigación, que se publica este martes en la revista Functional Ecology, resalta cuatro factores relacionados con este descenso que también impacta a los herbívoros y otros grupos funcionales. En primer lugar, por culpa del consumo del hombre, las poblaciones sufren carencias de sus fuentes de alimentación. Por otro lado, la ganadería y el cultivo fragmenta el hábitat de numerosas especies que necesitan migrar y pierden así la posibilidad de colmar sus necesidades primarias. Luego, el uso de la tierra incrementa las temperaturas del suelo y del entorno por lo que algunos insectos o animales no pueden adaptarse. Finalmente, la caza conlleva a la pérdida de los depredadores más grandes y a la desorientación de otras que terminan atravesando una carretera en medio de un bosque.
Presión y pesticidas
Tim Newbold, principal autor del estudio e investigador en el centro de Biodiversidad y Medioambiente de la Universidad College de Londres (UCL), asegura que lo más sorprende de sus resultados —que proceden de más de 400 estudios — es el impacto del uso de la tierra sobre los depredadores más pequeños, que son cruciales para el ecosistema. “No podemos concluir que vayan a extinguirse las mariquitas o las arañas, pero tenemos que proteger y controlar mejor las poblaciones”, comenta. Las malas técnicas actuales de cultivo provienen de la fuerte demanda del mercado. El experto pide una reducción del uso de pesticidas e insecticidas pero también de nuestro consumo para aliviar el papel del suelo que abastece alimentación para una población creciente.
Oscar Soriano, científico del Museo Nacional de Ciencias Naturales (MNCN-CSIC), añade que, además, al utilizar moléculas químicas para la agricultura, eliminamos grupos funcionales y el alimento de muchas especies. El ejemplo de un monocultivo parece ser el más acertado. “Reduce lo que hay al lado. Elimina las otras plantas y por lo tanto insectos que vivían en ellas o se alimentaban de ellas. Lo mismo pasa con los parásitos. Desaparecerán y los que llegarán en su lugar son las especies asociadas al hombre, como los piojos por ejemplo”, explica.
Conciencia y resiliencia
El estudio global, además de ser el más completo en cuanto a datos hasta ahora, se centra en varios usos del suelo: suelos que no han sufrido transformaciones, espacios de ganadería y terrenos de cultivo. Bastida reitera que la tierra es fundamental para la sostenibilidad, el clima y la fermentación. “Lo que más me ha impactado de estos resultados es que confirman que afecta a todos los organismos”. El equipo del científico especializado en microorganismos también está sacando conclusiones que van en la misma línea. “Estoy totalmente de acuerdo con la importancia del suelo. Es clave para mantener nuestra seguridad alimentaria y la situación actual es crítica porque puede perjudicar las funciones que tiene para el ser humano”, asevera. Vuelve el círculo vicioso: para comer necesitamos cultivar y para cultivar matamos la vida que nos da comida.
Todas especies tienen, pese a todos los obstáculos que les pone el hombre, una gran capacidad de adaptación que Bastida llama “componente de resiliencia”. Todos los seres vivos, desde el microorganismo hasta el ser humano, saben responder. “Pero hay un grado de no retorno”, previene el investigador. Si las temperaturas son demasiado elevadas o si ya no hay agua en los nuevos hábitats impuestos por la transformación del suelo, por ejemplo, algunas especies no sobrevivirán. “La agricultura actual es incompatible con el ecosistema, pero hay mucha más conciencia sobre la biodiversidad. La gente sabe que no solo es cuestión del oso polar que se extingue por culpa del incremento de las temperaturas”, compara.
Aunque el experto del MNCN reconoce la calidad del estudio que recopila datos desde 2000 hasta 2015, precisa también que es solo el comienzo de una investigación que debe seguir creciendo. Desde el punto de vista social, la lucha biológica es cada vez más precisa. “Es importante controlar y ceñirnos en la especie dañina gracias a inyecciones por endoterapia, por ejemplo. Pero es mucho más costoso económicamente. Renta más fumigar todo un bosque de pinos que ir árbol por árbol aunque sea mucho más sano para el ecosistema”, argumenta. El científico muestra sin embargo optimismo frente a los controles que han implantado los países desarrollados. Por su lado, Bastida explica que se necesita un esfuerzo internacional para tener más trabajos como estos que ponga en evidencia el problema y confirmen las teorías.