5 junio 2020 –
Por: Juan Pablo Illanes – El Nuevo Día- Puerto Rico –
A mediados de la década de 1970, una llamada telefónica internacional comenzaba con quince días de anticipación. Como estudiante recién casado, desde Estados Unidos enviaba una carta señalando el día, la hora y los participantes esperados. Además, indicaba la señal previa: tres campanazos, corte y luego de un lapso bien determinado, la llamada. Entonces, uno miraba el reloj para contar los tres minutos exactos, no fuera que el telefonazo nos derrumbara el presupuesto. Y comenzaba la lista de temas para tratar de impedir que la comunicación se fuera en: ¿cómo están? Bien ¿y ustedes? Bien. Y ¿cómo está la mamá? Bien. Y así hasta perder buena parte de los valiosos segundos en que había invertido mis haberes.
Hoy, con mi hijo desde Canadá hablamos mirándonos las caras todos los días.
A estas alturas del siglo XXI ya es demasiado evidente que la tecnología nos ha deparado una sorpresiva revolución cuyo centro está en las comunicaciones. Si Julio Verne pudo imaginar que el hombre llegaría a la luna, nadie sospechó siquiera que aquí en la tierra lo veríamos cómodamente sentados desde nuestros hogares. La revolución ya había comenzado. Un cambio profundo en la estructura de las comunicaciones afecta a todas las personas y a todas las entidades que quieran difundir alguna información y naturalmente tiene un impacto que puede ser transformador en la sociedad. Y, por cierto, ha de cambiar a quienes han hecho de la transmisión de informaciones su profesión, los periodistas.
Pero no son ellos los únicos que están buscando adaptarse a las nuevas formas de comunicarse. Nadie queda al margen de la nueva revolución, quizá más profunda que la provocada por la imprenta. Se dice que vivimos un cambio de era, que como un viaje intergaláctico nos lleva de la galaxia de Gutenberg a la galaxia digital. En este nuevo universo la comunicación ya no volverá a ser la misma: ni tan privada, ni restringida, ni filtrada, ni ordenada, ni demorada.
Ante la magnitud de los cambios, los medios de comunicación masiva han atravesado por distintas etapas, naturales y exploratorias. A la negación inicial siguieron nuevas ideas: los diarios serán gratis en internet; cada periodista tendrá su propio blog; se crean nuevos medios digitales; toda persona es un periodista; nace el periodismo ciudadano. Tiempo después, las cosas cambian: los diarios no pueden ser gratis en internet; las redes sociales presentan las noticias; las redes sociales son el reino de las noticias falsas, las fake news. Y seguimos nuestro viaje a un destino desconocido.
Lo único cierto e indiscutible es que ha cambiado el modelo de negocios para los medios de comunicación. Los anunciantes llegan al público de nuevas maneras y no requieren, al menos en la misma medida, a los diarios, revistas, radios ni canales de televisión abierta. El modelo tradicional consistía en que los diarios eran muy baratos e interesantes para una comunidad, pues, entre otras cosas, aportaban una visión del mundo que contextualizaba y ordenaba todo el acontecer y, a su vez, esa comunidad era de interés para los anunciantes, quienes realizaban buena parte de su publicidad a través de ellos. Ahora, los anunciantes, con las nuevas opciones de transmitir su mensaje en buscadores o redes sociales, llegan a grupos más seleccionados o más numerosos por menos dinero. Para los medios, es necesario, por tanto, volver a financiarse a través de los lectores, como lo hicieron cuando nació el periodismo.
Pero la búsqueda de financiamiento para esas inmensas organizaciones de noticias no ha sido fácil. The New York Times tenía oficinas en las principales capitales del mundo –Londres, Tokio, Moscú, etc.— que no pueden sostenerse con los anuncios que capta hoy. Por ese motivo ha comenzado a vender suscripciones a su sitio de internet en todo el mundo y a imprimirse en varios lugares, lo que ahora es posible. Con ese modelo logra mantener sus actividades en un nivel parecido al de antes. Pero los diarios más pequeños aún siguen explorando nuevas formas de operar.
Los periodistas, que realizaban las tareas fundamentales de los medios, también están atravesando por un momento de incertidumbre, igual que muchos otros profesionales que ven que el paradigma de la comunicación ha cambiado. No obstante, el buen periodismo, el periodismo profesional, que es el que se ha desarrollado en los principales diarios, parece ser algo indispensable para una sociedad democrática, pues esta consiste no solo en entregar el gobierno a una mayoría, sino también en la existencia de un poder judicial independiente, un estado de derecho –que implica que nadie está por encima de la ley—, la sujeción del poder a un marco constitucional que debe comprender el respeto a los derechos de las minorías. Por cierto, eso incluye a la más pequeña de las minorías, el derecho de cada persona, que se conoce como derechos humanos.
Para que todas estas condiciones existan realmente se requiere de una prensa libre que dé a conocer a quienes aspiran a detentar el poder y a quienes lo logren les exija rendir cuentas de sus actos. Al hacerlo, los periodistas ejercen su derecho humano a la libertad de expresión que es el que permite al ciudadano corriente informarse del cumplimiento de todos los otros derechos constituyentes de la democracia.
De esta forma, progresivamente se ha ido delineando una actividad profesional, cuya enseñanza se centra en los valores profesionales que han emergido a través de una larga experiencia y que eran, son y seguirán siendo el ánimo de buscar la noticia, descubrirla, verificar y corroborar cada frase y al menos aspirar a ser imparciales y objetivos, poniendo por encima de las convicciones personales del periodista losvalores de la profesión. Ese periodismo de calidad se estudia, se aprende y se practica junto a colegas que colaboran en la elaboración de las pautas, el análisis de las historias y la relevancia del contexto que se incluye en la historia. Por cierto, es algo muy distinto de la información que circula cruda, sin mayor preparación, por redes sociales.
Aunque a ratos la actuación de los periodistas se vea algo deslavada por modas pasajeras, como puede ser la tendencia a emitir opiniones personales en sus textos, constituye una actividad indispensable para la sociedad y por ello habrá de continuar como otras –la música sinfónica o el transporte público—, que también han debido buscar hasta encontrar medios de financiarse compatibles con su quehacer.