Foto: Rodrigo Sepúlveda.
Por largo tiempo su obra era incalificable. Muchos le daban a sus tejidos un simple carácter artesanal, el mismo que desde los viejos tiempos eran usuales entre nuestros campesinos. Así como algunos tejidos precolombinos tenían el valor estético de una obra de arte, también los de Olga de Amaral adquirieron este mismo carácter gracias a su particular sentido del color, de la composición de sus piezas y a la mágica presencia de láminas de oro, solo utilizadas por el arte japonés.
Tomado de: El Tiempo.
Su biografía es muy particular. A la niña bogotana, conocida como Olga Ceballos entre sus amigas de Teusaquillo y a la que le enseñaron a leer monjas alemanas de Santa Clara, un viaje a los Estados Unidos le cambiaría la vida. Allí, por azar, tomó cursos de tejidos en Cranbrook Academy of Art y conoció a su esposo, el artista Jim Amaral, que entonces también era estudiante y tenía su misma edad. Los dos terminaron radicándose en Bogotá y montando un soberbio taller que alberga parte de su obra. Está situado en una hermosa casa de su propiedad con el nombre de Casa Amaral. Jim y Olga exponen con frecuencia sus obras conjuntamente. El pasado mes de febrero, la prensa norte americana le anunció a Olga su más reciente premio otorgado por la Women’s Caucus for Art.
Los chibchas eran tejedores y orfebres. ¿Siente usted que su vocación por el tejido tiene que ver con la tradición colombiana?
No la tomé en cuenta. Cuando empecé a tejer la desconocía por completo. Tenía 22 años y estaba en Estados Unidos. La universidad a la que ingresé tenía cursos de posgrado en tejido, cerámica, pintura y escultura. Me recibieron en tejidos sin saber nada de esta materia.
¿Tenía alguna vocación artística?
A mí, desde muy pequeña, me gustaba hacer dibujitos. Quería estudiar arquitectura, pero era una carrera muy larga y comprometedora. Entonces, decidí estudiar diseño y dibujo arquitectónico en el Colegio Mayor de Cundinamarca. Allí descubrí mi deseo de irme por ese lado.
¿Cómo llegó a los EE. UU.?
Este viaje me lo propuso mi mamá. Un amigo mío, el arquitecto Hans Drews, me aconsejó una academia americana de arte que se llamaba Cranbrook, especializada en cursos de joyería, pintura, escultura y tejido. Fue para mí el descubrimiento de otro mundo. Después de haber estudiado tejidos regresé a Colombia y, solo entonces, vine a comprobar que nuestros campesinos tejen.
¿Cuándo descubrió que tejer podía convertirse en arte?
Es una pregunta difícil, porque ha sido un camino larguísimo. Cuando me senté ante un telar en Estados Unidos, creí que aquello era la cosa más exótica del mundo, sin saber aún que aquí la mayoría de los campesinos tienen telares. Comencé a descubrir la trama del tejido y a armar con hilo. La instructora, una danesa, se paraba frente a mi telar y le producía mucha curiosidad lo que yo hacía. Recuerdo que me puse a hacer pequeños ensayos utilizando los colores que más me gustaban, eran siempre sorpresivos.
La verdad es que yo empecé a hacer exposiciones muy tarde. Era una tejedora. Lo primero que hice fue tejido de telas, con eso nos sostuvimos
¿Cómo conoció a Jim?
Lo conocí en Cranbrook. Jim también tenía 22 años y estudiaba escultura. Nos hicimos amigos porque él me ayudaba en el telar a armar cosas. No sé cómo nos atrapó el amor, un amor tan duradero que este año cumplimos 62 años de casados.
¿En qué sitios han vivido?
Después de casada, hemos pasado numerosas temporadas en Estados Unidos, que tiene unas cosas fantásticas sobre trabajo artístico que nos atraen. Pero hemos vivido la mayor parte en Bogotá. También, durante 10 años, fuimos muchas veces a París. Teníamos muy buenos amigos, pero yo me sentía muy rara allí, como un trozo de selva en medio de los intelectuales. Fue muy difícil para mí, no para Jim, habituarse a esta vida. Cuando nos radicamos en Bogotá, nos propusimos conocer Colombia en nuestro Jeep. Me sorprendieron mucho las cuevas pintadas en San Agustín; tuve con ellas una conexión muy particular. Me dejaron impresionada.
¿Ha dictado clases?
Sí, he dictado clases en Los Andes, donde fundé el taller de tejidos. Yo no sabía enseñar y hoy en día tampoco sé cuál es el mejor sistema para hacerlo. Sin embargo, he enseñado lo que sé. Me gustaba el color, los hilos, las entramadas y, desde luego, el ambiente.
¿Cuál fue su primera exposición?
La verdad es que yo empecé a hacer exposiciones muy tarde. Era una tejedora. Lo primero que hice fue tejido de telas, con eso nos sostuvimos. Eran telas de muebles, de cortinas, así como telas para vestidos. Mi creatividad empezó cuando decidí hacer mantas guajiras. Hice con ellas 30 desfiles. Ese fue el primer empuje que tuve del tejido como arte o diseño. La primera exposición fue en la Sociedad Colombiana de Arquitectos por petición de ellos, que eran mis amigos. En mi casa armé una especie de taller de tejidos enfocados al vestido y al diseño interior. Nunca se me ocurrió que iba a irme por el arte. Las telas no me daban suficiente elemento y comencé a aburrirme.
¿Y como artista cuándo comenzó a exponer?
Yo conocí a Jack Lenor Larsen, que era como el papá del tejido sofisticado nuevo y experimental en el mundo. Había un grupo de mujeres que estaban en ese plan, y con un lindo y pequeño tejido que hice me invitaron a hacer una exposición con ellos en el Museo de Arte Moderno de Nueva York. Ese fue el comienzo de mi presencia en el arte. La exposición se llamaba Wall Hangings y agrupaba a 18 tejedoras del mundo, por cierto, muy artísticas.
¿Cuál fue el nuevo rumbo que tomó su carrera?
Hice muchísimas exposiciones. Estuve en Perú y me enamoré de los tejidos indígenas; me dieron una fuerte inspiración. Las tejedoras campesinas me fascinaron al trenzar la estructura de sus mochilas solo con sus manos, sin verlas. También en París exhibí unos tejidos grandotes; eran tan pesados que yo me horroricé. En una galería, La Demeure, en la Place Saint Sulpice, me impresionó que cuando por la noche se prendían sus luces yo sentía en la plaza la selva amazónica en la mitad de París.
¿Cómo fue la carrera de Jim Amaral?
Jim estudió en Stanford y de allí pasó a Cranbrook, donde, según él, fue el peor estudiante de todos. Su primera exposición la hizo en Bogotá. Cuando empezó a pintar tardó más de dos meses ante un lienzo en blanco porque no podía expresarse. Finalmente, empezó a hacer dibujos eróticos y por ese lado arrancó de lleno.
¿Cómo ha sido su experiencia de compartir su vida con otro artista?
Eso ha sido un punto de unión porque tenemos muchas cosas en común. Por ejemplo, cuando viajamos por Colombia nos atraen los paisajes, el color de la tierra. Cuando visitamos sitios artísticos estamos en unión. Ciertamente, él tiene una forma mucho más intelectual de ver las cosas. Pero yo he aprendido mucho de él.
¿En qué momento sus tejidos se convierten en esculturas?
Yo haciendo telas me aburrí, de modo que comencé a hacer experimentos con el tejido. Lo primero que pensé era en cómo darle volumen a la fibra, hice piezas enrolladas como tubos o bandas para estructurar una especie de escultura. Tenía a mi favor el color, que siempre me apasiona.
¿Cuál ha sido la obra más importante en su carrera?
Lo más importante que me tocó a mí fue el oro. Con él me pasó algo muy misterioso porque nunca había pensado en trabajarlo. Estando en Londres visité una ceramista, Lucy Ried. Le dije que me encantaría comprarle una y me dijo “escoge la que quieras”, cogí una y vi que tenía un roto remendado. Entonces, para mi sorpresa, esta mujer maravillosa me dijo: “yo remiendo en oro como los japoneses”. Ahí arranque con el oro, que es realmente maravilloso.
¿Cómo es trabajar con oro?
Trabajo con láminas de oro y tal es mi sensación que he cubierto hasta casas con él. Este fue un punto importante en mi vida. Cuando lo apliqué por primera vez a mis tejidos, me prometí a mí misma que yo personalmente lo iba a hacer en todas mis obras. Hoy ya tengo personas que me ayudan a aplicarlo.
Yo haciendo telas me aburrí, de modo que comencé a hacer experimentos con el tejido. Lo primero que pensé era en cómo darle volumen a la fibra
¿Qué la seduce del oro?
En todas las civilizaciones el oro ha sido el metal más creativo. Tiene una magia grande. Ya solo su color me atrae. Es, además, permanente, nunca se oxida. Si lo pones contra la luz es voluminoso, tiene facetas. El material mismo es un milagro.
¿En qué momento apareció el oro en su tejido?
La primera vez que trabajé el oro en mis tejidos fue en París. Yo tendría unos 35 o 40 años. Después de mi conversación con Lucy, me fui a un sitio de artículos de arte y pregunté que si vendían oro en alguna forma. Entonces, me mostraron una cajita llena de papelitos con oro. Llegué a la casa y en todos los tejidos que estaba haciendo empecé a pegarles oro. No hay cosa igual que el efecto visual del oro. Por algo en él hacen todas las joyas del mundo y es usado en todas las civilizaciones.
¿Qué premios ha obtenido?
Varios, el último fue el Lifetime Achievement, premio a la trayectoria, concedido por Women’s Caucus For Art en New York. No fui a recibirlo.
¿Piensa exponer pronto?
Ahora vivo muy solicitada en el mundo entero: Europa, Perú, Argentina, Venezuela. Solo me falta México, donde mi obra tendría buena acogida porque allí el tejido se vive y es importante.