26 marzo 2020 –
Por: Gonzalo Silva, Socio CPB – El Espectador.
La actual crisis que enfrenta la industria turística mundial, como consecuencia de la agresiva expansión del COVID-19, supera en sus efectos demoledores a la registrada en 2001, cuando en ese fatídico 11 de septiembre cuatro atentados terroristas volaron el complejo de edificios del World Trade Center, en Nueva York, y al pánico y a la perplejidad que sumieron al mundo se les sumó una prolongada recesión.
En aquel entonces, el mercado bursátil se fue a la baja y el turismo se desplomó. La hotelería estadounidense, por ejemplo, duró tres años en reponerse. Fue una crisis regional que tuvo connotaciones globales, contrario a lo que sucede ahora, cuando el escenario es puntualmente global, pinta más oscuro y el temor y la incertidumbre son mayores. La difusión del coronavirus por todos los puntos cardinales del planeta obligó al encierro de los países y a ponerles tranca a sus fronteras. El desplazamiento de la gente se frenó y los destinos que ebullían al calor de millones de viajeros hoy se encuentran desolados.
Las consecuencias de la pandemia se reflejan en una paralización sustantiva de los viajes y, más grave aún, de los propios viajeros, con afectaciones económicas impredecibles para todos los actores del sector, entre aerolíneas, cruceros, hoteles, restaurantes, operadores turísticos y de entretenimiento, así como para sus respectivas cadenas de servicios.
La industria será severamente castigada y su caída, que hace 15 días se proyectaba en un 3%, según evaluaciones de la Organización Mundial del Turismo (OMT), puede elevarse varios puntos porcentuales más de prolongarse en el tiempo las restricciones a la movilidad, como lo prevén los gobiernos, ante la magnitud que alcanza el problema sanitario. Las pérdidas, que en un principio se estimaban en 40.000 millones de dólares, amenazan con excederse frente la extensión de la tragedia.
La parálisis de China, el epicentro del letal virus, representa el golpe más fuerte y sensible para el mercado de los viajes, por cuanto no solo es el principal país emisor de turistas en el mundo, sino un importante destino receptivo. En 2019, los chinos realizaron 150 millones de viajes al extranjero, alimentando las economías de muchos países, en los que dejaron divisas cercanas a 130.000 millones de dólares, conforme a las cifras reveladas por Financial Times.
La desaparición de sus turistas, sumada a la de los europeos, asiáticos y americanos, pone en estado de sequedad las finanzas en todos los niveles del sector y augura, desafortunadamente, una cascada de quiebras, que comenzará afectando a las empresas más débiles en la aviación, la hotelería y las agencias operadoras. Los cálculos iniciales advierten sobre la posibilidad de que no menos de 25 millones de empleos generados por la industria se pierdan en el mundo.
En consecuencia, enormes serán los retos que deberá enfrentar la industria turística a corto, mediano y largo plazo, luego de este viacrucis en el que paga la mayor cuota de sacrificio por ser la actividad económica con mayor impacto social basada en la interacción de las personas, a las que hoy, en contravía, se les ha impuesto un necesario, obligado y responsable aislamiento social, a través de medidas razonablemente extremas.
Una vez sorteada la crisis, cuando se aplane la curva epidémica o de contagio, el turismo requerirá la mayor atención de los gobiernos para estimular su rápida recuperación, porque a partir de esta coyuntura atípico será el escenario que habrá de abrírsele en el corto y mediano tiempo. La incertidumbre, la ansiedad, la austeridad y la desconfianza primarán entre los viajeros, que tomarán largo tiempo en recuperarse de lo sucedido y, por las características asintomáticas de una enfermedad que aún carece de vacuna, se resistirán a visitar aquellos lugares que han padecido el drama con todo rigor.
El turismo es la industria que más impulsa la economía mundial desde la década de los años 50, pero en muchos países, como en Italia o España, su volumen de negocios podría retroceder por lo menos medio siglo. Es decir, sus ingresos regresarían a los de aquellos años en los que la Guerra Fría y los aviones —como medio de transporte de lujo— hacían de los viajes una alternativa exclusiva solo para los más audaces y adinerados.
De modo pues que, así como los científicos tienen la misión de descubrir el antídoto contra el coronavirus, las autoridades oficiales, los gremios y los expertos en marketing y publicidad de la industria turística deberán trabajar, desde ya, para encontrar la respectiva vacuna contra la epidemia del temor y la desconfianza que ya reina entre los viajeros.
Posdata. También lo pronosticó Bill Gates, en 2005, a raíz del mortal brote del ébola: “La falta de preparación (del sistema general de salud en el mundo) podría hacer que la próxima epidemia sea más devastadora que el ébola… Podemos no tener la misma suerte, porque podría ser un virus en el que los transmisores… puedan viajar en avión… (y) se difundan por todo el mundo muy rápidamente”.
@Gsilvar5